Empezó queriendo ser perfil y terminó siendo opinión.
Un andar que no vacila, pero que el tiempo ha hecho lento y cansino, y un cabello que rehúsa peinarse en el que se mezclan los blancos, los negros y la experiencia reconstruyen una vida larga y llena momentos, de historias. Un rostro tierno como él solo, en donde los ojos se pierden bajo la capa de los años en prisión y las quimeras que aún lo atormentan, parece querer decir a gritos que no se arrepiente de esa vida, porque el tiempo, la experiencia, los momentos, las historias y las quimeras son parte inseparable de ella.
Lo ves y te provoca apapacharlo. Te recuerda al abuelo, a ese que reunía a la familia los domingos, se sentaba a la cabecera del almuerzo y hablaba de política con los tíos en la sobremesa. Movía mucho las manos y gritaba cuando le decían algo que le parecía de lo más idiota. Así es el Pepe Mujica, el canturreo italiano propio de su pueblo acentúa esa impresión. Por eso, tiene todo de hombre corriente y nada de presidente, pero lo es.
En Uruguay lo eligieron por el Frente Amplio, partido de izquierda que ya se encontraba en el poder. Es un ex guerrillero Tupamaru y aún hoy se sigue considerando un político de esa tendencia. Muchas de sus medidas lo reflejan. Se entenderá, entonces, que para un hombre de derecha como yo ha sido complicadísimo llegar a aceptar que, de haberse presentado en las elecciones de mi país, hubiera votado por él. Sin embargo, creo haber encontrado muy buenas razones.
El Pepe tiene una capacidad de abstracción que envidio y elabora un discurso ideológico muy coherente a partir de ella. Un discurso que no por acertado deja de ser rebelde e inconformista, con el espíritu de un joven que no pierde la esperanza de cambiar el mundo. Acierta, por ejemplo, cuando dice que el consumismo despiadado es una falla del modelo capitalista que hoy nadie puede negar, que nos tiene encerrados en una espiral de desigualdades y depredación frente a la que cualquier cumbre de países se transforma en un sinsentido. Pero no es tonto, no cae en el idealismo vacío y simplista de la izquierda, entiende que el hecho de no ser feliz con lo que se tiene mantiene al mundo en movimiento, engendra los avances tecnológicos que asombran a la humanidad y crea una cantidad de riqueza superior a la que cualquier sistema que pretende saciar todos los anhelos de sus ciudadanos pudiera aspirar.
A pesar de su pasado guerrillero, de su simpatía originaria por el marxismo científico, ha podido entender el devenir del mundo. Su izquierdismo no ha evolucionado en la hipocresía de los que hoy se conocen en Perú como ‘caviares’, cuyo cinismo hace que aún anhelen que el Estado sea un actor crucial en la creación de riqueza en el modelo económico, sin importarles las restricciones a las libertades civiles que aquello genera, ni qué decir del fracaso que conlleva. No, el Pepe entiende muy bien las leyes de la economía, llama a la inversión privada “la gallina de los huevos de oro” y no por ello deja de tener la consciencia social de la que muchos izquierdistas se ufanan hipócritamente. Porque –y me permito agregar esto desde mi propio punto de vista–, hablando en fácil, para preocuparse de repartir la riqueza es necesario que esta exista. Lo demás es demagogia, mentira, humo.
Pero si el hecho de que sea completamente entrañable, un pensador de primera y que, además, entienda claramente la puesta en práctica de los principios económicos no es suficiente, hay algo en José Mujica que termina de inclinar mi balanza de simpatía: el Pepe es sincero. Es verdad, no soy uruguayo ni puedo saber lo que realmente pasa por su cabeza, pero el hecho de que done casi todo su sueldo y solo posea un Volkswagen escarabajo y una granja en la que aun trabaja, es una buena pista para confirmarlo. Cuentan que alguna vez llegó tarde a un consejo de ministros y con la nariz rota porque se había quedado ayudando a un vecino a arreglar su techo.
Es auténtico y honesto, no solo con el resto, sino consigo mismo, con sus principios. Sus expresiones lo delatan: suelta un carajo cuando tiene que hacerlo, como no lo haría cualquier político preocupado de lo que pensarían sus electores. No se peina como ellos, no sonríe con la misma plasticidad con que lo hacen ellos, no es uno de ellos. El Pepe transmite honestidad y eso, para cualquier ser humano digno de serlo, es un valor incomparable. Un valor que atrae hasta a quien se encuentra lejos de su corriente de pensamiento. Porque, ¿qué son esas corrientes sino etiquetas inútiles? Y las etiquetas no van con José Mujica.
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