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15 octubre 2014

A un tipo aún con dudas

Autoplática
Un día sólo pon tus cosas en una mochila y lárgate. Cuando te pregunten, diles que tienes planeada la ruta, que sabes a dónde vas y que está todo bajo control. Inventa motivos que suenen convincentes; cuanto más imprecisos, menos cuestionables serán: que necesitas darte un aire, que quieres salir de la rutina, que estás ansioso por probar cosas nuevas, que estás harto de casa o que necesitas reencontrarte contigo mismo. No especifiques mucho; en cambio, mira sus caras de condescendencia mientras intentan sintonizar con lo trascendental, místico y aventurero de tu causa. Después, acepta sus consejos asintiendo con seguridad. Te los dan en buena onda. Repite el proceso mientras alistas tu partida y, entonces, un día de primavera, un día de octubre, un quince quizás, pon tus cosas en una mochila y lárgate. No mires para atrás; recuerda que nadie sabe tus verdaderos motivos, que son tan tuyos que si pudieras compartirlos, no te irías.

A las personas nos aterran la soledad y las horas vacías. Para muchos, son peores que el dolor y la enfermedad. No tener ningún para qué ni ningún con quién que puedan materializarse en un futuro definido es tomado siempre como un error irrebatible. No importa lo que pase si estamos juntos y tenemos en qué ocupar nuestro tiempo. Pasa que en la soledad y en las horas vacías –y solamente en ellas– nos enfrentamos al proceso complejo, extenuante y doloroso de mirarnos. No nos queda de otra. Y mirarnos significa entender que fallamos y que nos fallaron, que estamos incompletos, que tenemos limitaciones y que cargamos con las heridas de eventos que no escogimos pero que definen cómo reaccionamos ante la vida.

Crecemos y vivimos inventando peleas hacia afuera: la sociedad, las autoridades, los padres, los hermanos, los amores, el trabajo, las responsabilidades que no cesan, la falta de dinero, la mala suerte. En la soledad y en las horas vacías, nada de eso existe. En cambio, nos enfrentamos al enemigo real y más difícil. “El verdadero combate empieza cuando uno debe luchar contra una parte de sí mismo. Pero uno sólo se convierte en hombre cuando supera esos combates”, dijo el novelista francés André Malraux. Pero así como la soledad es terriblemente atemorizante, también es partera de grandes decisiones, de grandes cambios y de grandes batallas.

Pero eso sólo lo entiende quien tocó fondo, porque quizás sólo desde el fondo uno es capaz de arriesgarse a mirarse. De, a falta de salidas, encontrar el coraje para hacer una pausa y mirarse. Por eso tus motivos son sólo tuyos, porque tu fondo fue sólo tuyo y porque tú solo saldrás de ahí. Las personas viajan por muchas razones; para conocer, para aprender, para olvidar, para sentirse en movimiento, para experimentar, para divertirse, para llegar o para vivir el camino. Todas son válidas e interesantes y, aunque puede que las vivas, tú no te vas por ninguna de ellas. Tú te vas porque necesitas soledad y horas vacías. Y eso para ti no es encerrarte donde estás, sino largarte y alejarte de todas esas peleas y enemigos inventados hacia afuera que están aquí. Tú te vas porque tienes la esperanza de, por fin, poder mirarte de verdad. No reencontrarte –por favor, jamás te creas ese concepto idiota–, sino mirarte, entenderte, mandarte a la mierda, reconciliarte y, sólo entonces, pensar en seguir adelante.

Por eso, ahora que ya has puesto todas tus cosas en una mochila, ahora que ya tienes tu primer boleto de ida, lárgate. Tómate el tiempo que necesites, la distancia que necesites. Disfrútalo. Mientras, termina de convencerlos de esos motivos inventados. Y si quieres, deja una entrada en tu blog donde expliques –nunca tan detallado, siempre en abstracto– tus motivos verdaderos. Cuando regreses, esos pocos que dieron clic y entendieron se alegrarán contigo. Quienes no, pensarán que ya jugaste a vivir tu aventura hippie. Y ya.