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17 septiembre 2013

San Marcos: la generación de sueños eclipsados

Entrevista 
A Mario Munive.


Cuando recuerda su época universitaria, Mario Munive mira al vacío. Tal como si tuviera las pintas rojas en frente. Hace unos meses, en su faceta de profesor de la Católica, lo escuché decir en una clase: “…porque nosotros éramos especialistas en tirar piedras”. Fue una sola vez -un lapsus-, tras lo cual soltó una risa matizadora, la misma que suelta ahora cuando habla de la ‘estupidez de tirarse piedras’. En su otra faceta conocida, la de editor del suplemento Domingo de La República, Mario Munive revisa historias, las evalúa y las corrige; pero, quizás, fue la época de su vida de la que ya pocos conocen, su estancia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en los años 80s, la que le dejó las historias que ahí busca, las que solo puede ver en el vacío frente a sus ojos. 

Foto: Ernesto Jiménez. (Tomada del Diario La República)


Dicen que hay una generación perdida en San Marcos y es precisamente la tuya, ¿cómo te sientes al respecto?

¿Una generación perdida? No me atrevería a afirmarlo, lo que sí podría decir es que la década de los 80s fue bastante difícil, conflictiva, violenta; una época en la cual la universidad estaba atravesada por un conflicto político, por la violencia subversiva, lo que definitivamente marcó a mi generación. A nivel académico, por ejemplo, para nosotros fue muy difícil terminar la carrera. Pero esa sensación de generación perdida que mencionas probablemente la comparten profesionales egresados de otras universidades. No sé si la palabra es ‘perdida’, sabes, yo diría que es una generación que vio eclipsados sus sueños políticos y vio peligrar sus proyectos personales por toda la convulsión social que había. Si digo ‘perdida’ podríamos generalizar; mucha gente sí se frustró, pero otros no necesariamente.

¿Otros salieron adelante?

Sí, muchos salieron adelante, muchos se proyectaron y buscaron salidas personales, pero sí hubo muchísima gente con la que he conversado luego de varios años que siente que aquello que vivió fue una convulsión. Leyendo los informes de la CVR sobre Sendero Luminoso en San Marcos vi un dato que me estremecó: en el periodo del 83 al 87 más o menos la mitad de los estudiantes abandonaron la universidad. Se iban a trabajar. Cuando lo leí, dije: “Nosotros somos esos cuarenta mil que aparecen acá como los que abandonamos la universidad en esa época”.

Tú lograste titularte.

Logré titularme en los 90s. Volví a San Marcos pero ya era otra universidad. La que yo viví era una universidad convulsionada, violenta, pero que tenía una vida cultural muy, muy intensa. En los 90s, cuando regresé, parecía un cuartel militar o un instituto, estaban los militares dentro de la universidad, todas las paredes estaban lavadas. No sé, no era la San Marcos que yo viví.

¿Era necesario que entren los militares? 


No tengo una respuesta para esa pregunta. Recuerdo que a fines de los 80s había un grupo de gente de izquierda y de derecha incluso, que empezó a enfrentarse a Sendero Luminoso. Estaban dando una, se puede decir, batalla política e ideológica dentro de la universidad y lograron avanzar. Lo que pasa es que mi visión en ese punto es como periodista. Creo que los grupos universitarios pudieron, si es que no se hubiese dado la intervención militar, frenar la presencia avasalladora de Sendero Luminoso y el MRTA.

¿Cuánto daño le hizo la intervención militar a San Marcos?


El nivel académico en los 90s cayó un poco. De un extremo se fueron al otro, del desgobierno en el que andaba San Marcos a causa de la proliferación de grupos políticos de izquierda a una comisión que calló todas las voces discordantes. Cuando regresé en los 90s, noté que esa vida cultural que encontraba antes en medio de todo el caos ya no existía. Me encontraba con jóvenes que no tenían las expectativas intelectuales o académicas que yo tenía. Pero no he hecho una evaluación como para decirte cuánto daño le hizo esta comisión interventora de Fujimori, es una pregunta sobre la que tendría que indagar más.

La tuya fue una generación especialmente política.


Sí…

¿Por qué?


Eran los tiempos. La Revolución Cubana, en el año 78 llegan los sandinistas al poder en Nicaragua, la Guerra Fría, el bloque socialista, la China. Acá los comunistas estaban divididos en moscovitas, pequineses, albaneses, senderistas, lo que te digo es que el mundo estaba dividido en dos. Cuando ingresé a San Marcos, era una universidad, como se dice, roja, una zona liberada y había muchos grupos de izquierda, desde los más tranquilos con los que yo me vinculé, hasta los radicales como Sendero Luminoso o Puka Llacta.

Había algunas clases muy buenas (rescato a algunos docentes), pero había un adoctrinamiento político muy fuerte. Todos los cursos estaban, hay que ser honestos, contaminados con una visión marxista muy panfletaria. Nosotros ingresamos ciento ocho a periodismo en el 81 y, al cabo de tres o cuatro años, hice con un amigo un censo y más de la mitad militaban en partidos políticos. Solamente había un aprista. El resto, de todas las facciones de izquierda. Pero lo mismo pasaba en La Católica, no era algo que se focalizó en San Marcos.

¿Tú eras un militante?

Llegué a serlo, pero siempre he tenido una militancia muy heterodoxa, con cierta distancia, he sido un tipo muy escéptico, planteándome siempre muchas dudas.

¿En dónde?

En el PUM (Partido Unificado Mariateguista), fui militante de la Juventud Mariateguista, pero nunca creía todo lo que veía, leía o escuchaba. Eso tenía que ver con el periodismo que me ha enseñado a mirar siempre estos temas con escepticismo y con una visión más crítica.

¿Se podía debatir con Sendero? Pedraglio me dijo que era imposible. 


Al principio. No con Sendero, sino con los pro-senderistas: la gente del FER Antifascista que les decíamos ‘los fachos’. Esa era gente muy radical, se burlaba de ti, te insultaba o te caricaturizaba. Éramos cuatro gatos frente a cien pro-senderistas, pero íbamos y polemizábamos con ellos. Había gente bien aguerrida. Ahora están trabajando en el Estado, en ONGs, a veces me los cruzo en la universidad o hasta en el colegio de mi hija.

¿Cómo ve un periodista la situación que viviste en San Marcos en los 80? Es una situación difícil, pero está llena de historias. Puede ser una oportunidad…

A mí me marcó. Una vez hablaba con Percy Ruiz, mi colega que falleció hace un par de meses, y me decía: “mira, lo que más aprendí en San Marcos estaba fuera de las aulas”. No es mi caso, pero también siento que fuera de las aulas había una vida cultural que rescatar. Parábamos leyendo poesía, literatura, íbamos al teatro dentro de la universidad, a los cine clubs. Salíamos de clase y encontrábamos en Letras a Washington Delgado, a quien le tenía un afecto muy especial, a Marco Martos, a Antonio Cisneros, la gente del movimiento Kloaka…

Hay personas que dicen que, en realidad, Sendero Luminoso no estaba tan infiltrado en San Marcos, sino que eran las peleas entre, por ejemplo, Puka Llacta y otros grupos de izquierda las que hacían sentir ese clima de violencia. 


Una cosa es hasta el 85, cuando los senderistas iban a San Marcos, repartían manuales o panfletos, participaban en las polémicas y había todo un movimiento próximo. Sin embargo, a partir de ese año empiezan los apagones y las explosiones. Reventaban petardos por el estadio y bajaban por los pabellones, ingresaban a las aulas. No era una presencia armada, sino que tenían gente en los sindicatos. Sí estaba.

Hay un escritor sanmarquino que no voy a mencionar que cada vez que he opinado sobre este tema ha salido a responderme y a decir que es mentira. Si le preguntas a la gente que ha estudiado conmigo, los hemos visto, hemos debatido con ellos. Al final, cuando ya se sabía que era periodista en esa pequeña fauna universitaria de los estudiantes de Letras, ya tenía un pie fuera de la universidad.

¿Alguna vez te amenazaron?


Me han amenazado en el diario Marca el año 89 o 90. Me pusieron ‘miserable Mario Munive’, algo así. De ahí, en las universidades las amenazas eran: “te voy a sacar la mierda, reformista, revisionista”, te mentaban la madre, cosas de pasillo, no necesariamente senderistas, sino gente de la izquierda radical. 

Foto: Ernesto Jiménez. (Tomada del Diario La República)


Si tuvieras que elegir una imagen de lo que era San Marcos en los 80, ¿qué elegirías? 


Mi clase con Aníbal Quijano, maravillosa, una clase que me marcó. Nosotros estábamos ahí, queríamos estudiar. Imagínate a las 8 de la noche, empieza la clase, Quijano era un tipo que se vestía con una suerte de guayaberas verdes de médico bien elegantes y daba clases magistrales, de pronto se produce primero el sonido de la bala y luego las bombas. Luego el apagón. Sonó como si alguien movió una carpeta y él (Quijano) siguió hablando. Siguió hablando hasta las diez de la noche sobre Orson Wells y La Guerra de los Mundos. Estábamos a oscuras escuchando una clase fascinante. Era un gesto de decir: “puta, nosotros queremos estudiar, más allá de todo este clima de caos”.

Además de esta anécdota de Quijano hablando sobre Wells en una clase a oscuras, ¿cuál otra te acuerdas?


Me acuerdo haberme encontrado con un amigo del alma tirándonos piedras en la universidad –se ríe–, dándonos cuenta que estábamos en una estupidez. Eran enfrentamientos entre grupos de izquierda radical pro-Sendero y grupos pro Izquierda Unida. Recuerdo las clases con César Lévano. Recuerdo siempre los apagones que eran una cosa traumática, las intervenciones de los militares, las marchas en las calles, las polémicas intensas en el 1A de Letras (un aula enorme y escalonada) con la gente de Sendero. Entre el 82 y el 84 era una época de tal efervescencia que había gente que calculaba cuánto tiempo faltaba para que se produzca la revolución. Era una cosa de lo más trasnochada, pero había gente que decía: “ya estamos a 6 meses de la revolución”. Yo tenía amigos que estaban muchísimo más a mi izquierda, pero con los que conversaba, compartía un café, una cerveza o estudiaba, como Alberto León Joya, que estuvo vinculado al MRTA y murió en Colombia en el Batallón América.

¿Tuviste miedo alguna vez?


Sí, sí sentí miedo en alguna ocasión, cuando salíamos a protestar… Con los apagones entraba la policía y a veces había incautaciones. Una vez me llevaron a la prefectura. Tener tu carnet sanmarquino en esa época era peligroso.

¿Por qué seguiste?

El año 85 dije “hasta acá nomás”. Estudiamos 4 años y me quedé en el sexto o séptimo ciclo. ¡Hacíamos un ciclo por año, era terrible! Entonces, busqué prácticas en un periódico. Todo en San Marcos ocurría en los cafés, en los pasillos, en los patios, porque en las aulas no había clases. Había huelga de trabajadores, huelga de docentes, toma de locales o apagones. Teníamos dos horas de clase una vez a la semana. Imagínate cómo era estudiar en esas circunstancias. Treinta años después veo las imágenes y pucha, diablos, qué locura, ¿cómo pude estudiar en San Marcos?

¿Cómo pudiste estudiar en San Marcos?

Me costó mucho. La palabra no es ‘doloroso’, pero sí era frustrante por momentos, cuando llegábamos a clase y no teníamos salón donde estudiar, habían roto los focos, los fluorescentes. No había carpetas en las aulas, imagínate.

¿A dónde iban a parar las carpetas?


A la casa del profesor… Lo que pasa es que había broncas, las arrojaban. Tengo una foto que me regaló Ernesto Jiménez, reportero gráfico, en la que estoy con una máquina de escribir -era el único que tenía una- haciendo mis primeras prácticas en un salón de clase y detrás están mis amigos, uno de ellos Ángel Páez. Y como fondo hay un cerro de carpetas malogradas. La tengo en mi casa y la voy a poner para que la vea mi hijo.

Pero, ¿cómo pude estudiar en San Marcos? Es una pregunta que siempre me voy a hacer. ¿Cómo pudimos terminar la carrera en ese clima? Ahora, ese clima también se vivía en La Cantuta, en la UNI, de algún modo y en menor escala, en la Católica. Recuerda que Sendero también estuvo en la Catolica.

El MRTA también…

Así es. Eso lo documenta la CVR, Sendero estuvo con una cédula muy grande en la Católica. No era el desgobierno, no era el caos que había en San Marcos, pero si estaba extendido. Cuando yo iba a la San Cristóbal de Huamanga, decía “San Marcos en chiquitito”. Era una universidad pequeña, pero igual había pintas y ‘grupos de estudio’. 

En San Marcos había ‘círculos de estudio’ que eran una suerte de adoctrinamiento político. En alguna ocasión me metí y me acuerdo que alguien me dijo: “estos son los doce libros que hay que leer antes de la revolución”.

¿Cuántos leíste?

Creo que seis o siete hasta que dije “váyanse a la mierda, yo no creo” -se ríe-. Nunca me tragué ese cuento

¿Subían los senderistas por la escalera, tocaban la puerta y ya todos sabían que se acababa la clase?


Para no exagerar, te soy honesto, eso habrá ocurrido, en cinco años, cuatro o cinco veces. Gente que ha estudiado de 87 al 90 me ha dicho que era mucho más frecuente, pero cuando yo estuve recuerdo un par de ocasiones en que la gente de del movimiento estudiantil pro-Sendero entró al aula a pedir al profesor que salga. Hacían marchas, con un grupo de cincuenta que se escuchaba en toda la ciudad universitaria, gritaban sus consignas y se paseaban por toda la universidad. No podías hacer clases sabiendo que estaban ahí

Dijiste de que en la Católica también estaban Sendero y el MRTA, pero no había este clima de violencia. ¿Te parece que es la pobreza la que trae el clima de violencia?


No, es el contexto, son las ideas las que llegan en esa coyuntura y prenden por una serie de factores. En la Católica no había gente de extracción tan humilde como en San Marcos, pero si gente muy radical. No porque eres pobre eres izquierdista, marxista o senderista. Había algunas reuniones, cuando militaba, en la casa de un ‘camarada’ que su dormitorio era del tamaño de un departamento y había gente que vivía en los conos.

Preguntarte qué opinas sobre la infiltración de Movadef en San Marcos puede resultar retórico, quizás no, dime tú, pero, ¿cómo entiendes que, habiendo pasado por todo esto, haya quienes todavía quieran volver a eso en la universidad?


Es que probablemente no saben, no han leído, no han vivido y nadie les ha contado lo que fue. Yo volví a San Marcos a hacer una maestría en sociología y un día, el año 2009 o 2010: salgo de acá (sede de La República en el Centro de Lima) a las siete de la noche, me voy a San Marcos y, de pronto, veo a cien simpatizantes de Sendero Luminoso en el pabellón de Ciencias Sociales. Dije: “no puede ser, esto lo vi hace veinte años”. Eran los familiares de las personas que están recluidas por actos de terrorismo.

Son jóvenes que no han leído bien la historia para darse cuenta que la violencia no conduce a nada, conduce a más violencia. Deberían preguntar, indagar cómo murió Maria Elena Moyano, por ejemplo, cómo murieron muchísimos policías y militares. Pero probablemente tengan sus argumentos, sus convicciones. Pensaba que en ese país, después de lo que pasó, teníamos un consenso que entre los peruanos para ponernos de acuerdo a través de reglas, de democracia.

¿San Marcos está condenada a cargar con ese estigma ‘rojo’? 


Estigma rojo... Siempre va a ser una universidad, como Mario Vargas Llosa lo decía en El pez en el agua, donde se cocinen muchas expectativas políticas, un espacio en el cual siempre van a existir ciertos grupos radicales. No sé si es una condena. Esos radicalismos le han hecho daño a la universidad, debo reconocerlo, pero sacar a San Marcos de ese lugar en el que está ahora no pasa tanto por despolitizarla, sino por una reforma que la saque de la mediocridad académica en la que está. No asocio calidad académica con politización; en los noventa la mediocridad académica continuó y en San Marcos no había política, cero política. Ahora la política es muy poca, la verdad que ya no es tan roja que digamos. Movadef está metida, pero no son más de cuarenta o cincuenta en una universidad con más de treinta mil estudiantes.

Me refería a la percepción de las personas externas…


La politización es menor, esa época no vuelve, espero que no vuelva. 
Recuerdo haber ido hace dos años para sacar fotocopias y, junto a un mural inmenso donde estaban Marx, Engels, Mao, Stalin, que decía ‘Viva el pensamiento Mao Tse Tung’, había un letrero sobre Mario Vargas Llosa: “San Marcos se congratula de tener entre sus egresados al Premio Nobel de Literatura”. Lo puse en mi Facebook y se armó un debate. Mucha gente reconocía: “qué bacán que en ese lugar donde antes estaban estos monstros del marxismo más cavernario, mas panfletario, ahora podías ver a Mario Vargas Llosa”. 

10 septiembre 2013

Pedro Marroquín: “Las películas de Hollywood son muy predecibles, las independientes no”

Entrevista al paso.

El 17 Festival de Cine de Lima que se fue dejó más que lentes de lunas sin aumento con amplios marcos negros, pantalones apretados y morrales estilo vintage. No solo se sentaron en sus salas los arquetípicos devotos del cine independiente, sino espectadores comunes que disfrutan tanto de un blockbuster hollywoodense como de las películas del Festival. Ahora que los cineastas independientes navegan con viento a favor, les sería sano prestar atención a Pedro Marroquín, alumno de la PUCP y fanático del séptimo arte sin poses intelectuales. 


Wakolda, de Lucía Puenzo



¿Cómo llegaste al cine independiente?

Llegué porque me gustaban las películas extranjeras, pero las conocidas. Pero en un momento me dije: “¿por qué solo veo las que ganan el Oscar o están nominadas?”. Entonces salió lo del Festival el año pasado, vi un par de películas y me gustaron. Y así, este año he visto cuatro, y quería ver más.

Perceptivamente, ¿cuál es la principal diferencia entre las películas que ves en el cine comercial y las que viste en el Festival, Wakolda (argentina), Colores (brasileña), Gloria (chilena) y Tanta Agua (uruguayo-mexicana)?

En las de Hollywood, en la mayoría, ya se sabe cuál va a ser su estructura, su final, en qué punto va a estar el pico de la película, qué cambio de trama van a hacer, son bien predecibles. En cambio, en el cine independiente no. A veces sí se ponen muy interpretativos, como en Colores, que sí fue muy abierta, y ahí tampoco me gusta.

¿No sientes que el bajo presupuesto inherente a este tipo de cine le quita calidad?


A veces sí se nota que la imagen puede estar mejor cuidada; pero, por ejemplo, en eso no tuvo ningún problema Wakolda. Qué bestia, ¡qué bien habían hecho los planos! En realidad, en casi ninguna de las que vi esta vez noté esa reducción en la calidad.

¿Por qué es importante que haya cine independiente en Latinoamérica?


Porque muestra una realidad latinoamericana que, en muchos aspectos, es muy similar entre los países y que no aparece en los filmes estadounidenses. En todas las películas tuve la impresión de que la trama podía haber ocurrido en cualquiera de nuestros países, lo que pone en duda el por qué tenemos conflictos basados en nuestras diferencias cuando, al final, somos muy parecidos.

¿Te fuiste satisfecho del Festival?

Sí, por supuesto, absolutamente.

07 septiembre 2013

Nos cagaron, como siempre

Opinión.


Jugamos contra el vivo de la clase. El bacanboy. Perú perdió a la chica linda y se fue a casa con el consuelo de los aplicados: el 20 en el papel, el premio al esfuerzo. Y es que ese charlatán vino a nuestra fiesta y se la llevó sacándonos cachita, con una mano sucia sobre su vestido verde y amarillo, y susurrándonos bajito: te cagué, como siempre. 

Veámoslo con claridad: Uruguay vino a humillarnos, a provocarnos y a pegarnos. Todo en uno y a nada más. Y es que así juega siempre: sucio. Cuando lo vemos por televisión contra otros equipos nos encanta, Luisito qué capo, decimos, y ese Arévalo Ríos cómo pega, tremendo volante de contención. Nos encantaría ser ese que se las sabe todas, el pendejito, el más mosca. Pero hay cosas que simplemente no son en esta vida, que no han sido desde hace tiempo.

Uruguay nos pegó a su antojo y en frente de toda la clase, asegurándose, eso sí, de recibir golpes justo cuando el profesor estuviese mirando. ¡Oiga, profe, el lorna me está pegando! Y al piso para completar el embuste. El profesor Loustau, exponente paradigmático del sistema putrefacto, enmierdado hasta la barbilla, sirvió complaciente a la farsa. Al final, los que terminamos castigados y en la dirección fuimos nosotros.

Pero hay que decirlo, Perú sacó la libreta en azul: el medio campo, con ‘Ri’ y ‘Cachito’ a la cabeza, presionó y asfixió al rival durante largos pasajes del partido, y supo poner la pelota al piso y distribuirla con precisión; Farfán se movió con eficiencia detrás de los delanteros; los cuatro del fondo casi no se equivocaron; y, en general, el equipo corrió lo que había que correr. Perú jugó limpio y bien, llegó donde la chica con estas credenciales y lanzó su mejor piropo. Pero a esta chica no se le conquista ya con las galanterías de antaño.

Y, ojo, no es que el chico aplicado de la clase no quiera jugar sucio, es que no puede. Algo en su naturaleza se lo impide. No es que el profesor lo odie, es que quizás ve en él tan poca capacidad de reacción y contraataque que se ve impulsado a perjudicarlo. Tampoco es que jugar sucio esté del todo mal, en realidad, si el objetivo es ganar a la chica bonita, valen las tretas, las artimañas y los golpes, por qué vamos a hacernos los puritanos. Algo debe quedar claro por si aún no lo está: no son ni el profesor, ni el matoncito los que hacen de Perú el perdedor de esta jornada, fue la selección la que no pudo y no supo enfrentar la situación, no pudo rebelarse frente a los abusos y no supo controlar sus nervios y debilidad mental.

Lo cierto es que hoy estuvieron estas dos fuerzas escolares antagónicas sobre el verde. Y, como suele suceder, al final alguien tuvo que vengar el honor tantas veces mancillado del chico aplicado por la fuerza. Y así lo supieron Loustau y Suarez –que como todo pendejito de colegio, se escondió cuando tuvo que enfrentar el verdadero peligro. 


Ser aplicados y jugar limpio puede habernos costado 30 años sin Mundial, sin esa chica linda aunque desdeñosa, pero con el transcurso de los años, dicen, esa suerte se termina volteando. Hoy no hicimos historia, pero la haremos pronto.

04 septiembre 2013

Una voz en la vigilia

No sabría decir qué es, pero fue de un tirón.

Me he parado en medio de la noche porque estas líneas no me dejaban dormir. Y ahora que veo esta hoja en blanco, algo me impulsa a escribir todo como en un esquema. El otro nivel de pensamiento le dice a ese primero ¡no, deja de esquematizarlo todo! Lo más curioso, sin embargo, es que nunca he escrito poesía. Poesía, quiero decir, así, como en versos, dejando las frases ahí. Y mientras siento que poco a poco, al intentar darle sentido a mis palabras, se me va apagando la mechera, me doy cuenta que esto es lo que quiero para siempre: escribir como se me chante en la frente, como se me aparezca en el lóbulo frontal.

Quizás se deba a un poder mágico de la resonancia rítmica, quién fuera a saber, la cosa es que mis manos nunca habían tecleado con tanto fervor, nunca habían dejado salir ese impulso vicioso, ese retumbar en mi cabeza, tum, tum, tum, escribe, escribe, lo que sea, con tanta felicidad, con tanta fidelidad. Qué importa que esto lo borre mañana, qué importa que esto lo deje ahí, sin formato, sin lógica, sin sentido. Suéltala, suéltala. Solo soltándola, dejándola correr tras rebalsarse empezarás a ser, al menos un poquito, libre de verdad. No como esa libertad que pregonas hipócritamente, sino como esa que admiras en secreto.

Tú sabes que eres un genio en potencia y que, aunque tendrás que resignarte a escribir muchas veces desde la seguridad de lo que tiene algún propósito, sabes que lo verdadero es el caos, el despropósito. Esa vocecita que te habla, que te dicta. Esa libertad es como una señora desnutrida encerrada en un cuarto con techo de cúpula. Una señora que grita y grita horrorizada de estar cautiva. Y el cuarto de la cúpula retumba con sus gritos, se bambolea pero sigue ahí. Y, de pronto, ese cuarto está colgado de algún perchero, como una jaula de pájaro. 


Ya dos veces me he levantado de mi cama para calmar estos deseos urgentes de escribir y simplemente escribir. Muchas de las mejores líneas se me han quedado en los intentos inútiles de conciliar el sueño. Y ahora, que racionalmente empiezo a controlar esa ansiedad de sacarme las palabras, me digo, bueno, creo que ya volvió la normalidad. Ojalá se vaya más a menudo.