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11 julio 2012

Santiago Pedraglio: "Era imposible debatir con Sendero".

Entrevista. 

En estos días en que un grupo de políticos le va dando la espalda al gobierno de Humala por haberse “pasado a la derecha”, Pedraglio da la perspectiva de un analista y ex militante sobre los partidos políticos de izquierda en sus años de ebullición, sus características, sus aspiraciones, su relación con Sendero y la evolución de su electorado, cuyo pedido de cambios –dice– es frustrado permanentemente.



Foto: Peru21.



Sociólogo de profesión y periodista hecho en el campo, Santiago Pedraglio ha trabajado en varios medios, entre ellos el semanario Sí que destapó el caso “La Cantuta”. Militó en la izquierda desde los veinticuatro años, en partidos como el PCR, el PUM e Izquierda Unida, y hoy, más moderado en su pensamiento, es analista político, conduce un programa en La Mula, publica una columna en Perú 21 y enseña en su alma máter, la PUCP.


¿Por qué aparecieron tantos partidos políticos de izquierda en las décadas del setenta y ochenta?



Son varias causas. Primero, había una especie de pureza dogmática, entre comillas. Es como cuando proliferan las Iglesias en el mundo protestante, cada uno crea su propia mini Iglesia porque considera que es quien interpreta la verdad. Había una interpretación dogmática de lo que era la izquierda, la revolución, el cambio. A esa visión se le suman una tradición muy peruana que es el patrimonialismo, la idea de que tienes que tener algo propio, y el caudillismo, el protagonismo personal de los dirigentes. Esas son tres de las razones, no digo que sean las únicas, pero me parece que son las principales.



Quizás por el gran número de partidos que se formaron, ninguno tuvo el éxito que podría haber tenido, por ejemplo, la Izquierda Unida (IU) o el Partido Unificado Mariateguista (PUM) tiempo después.

No pues, ninguno tuvo el éxito. Eran pequeños grupos que tenían presencia en sindicatos. Los sindicatos eran mucho más fuertes que ahora, más activos, había federaciones sindicales también poderosas. Hubo presencia en las regiones, en los frentes de defensa, pero como partidos políticos, electoralmente hablando, eran pequeños, salvo cuando se sale ya como Izquierda Unida en el 80. Después cuando se forma el PUM, que era parte de Izquierda Unida, también se logra una gran convocatoria.



¿Fue debido a este caudillismo muy peruano que la figura de Barrantes aparece como la que canaliza el voto de izquierda?

Claro. Barrantes canaliza el voto de la izquierda, no todo pero gran parte de él. Barrantes combina algunas características nuevas del liderazgo de izquierda, aparece como una persona dialogante, que creía en la democracia realmente.


¿El menos radical?


Sí. Era claramente una propuesta reformista, de cambio reformista en democracia. Barrantes era una persona carismática además, era buena orador, era un tipo de buena chispa, tenía muchas buenas salidas, eso lo hacía muy empático. Tenía mucha empatía, pero no tenía una fuerza propia; tenía una fuerza electoral, pero no una fuerza organizada. Eran lo que se llamaba “los no partidarizados”. No era una fuerza muy consistente, por eso, cuando se produce la división de la izquierda, Barrantes no queda muy bien parado. Sin duda, creo que trajo un nuevo tipo de liderazgo, pero al mismo tiempo no terminaron de resolverse las pugnas internas.


¿Cuál era el norte, el ideal general al que aspiraban estos partidos?

Hasta el ochenta, la mayoría aspiraba a un cambio revolucionario, un socialismo. ¿Cómo cuál? Bueno, se decía “ni calco, ni copia”, y eso sería a la peruana, ¿no? En algunos casos era más cercana a lo que fue la experiencia inicial cubana, para otros era más cercana la experiencia china. Yo creo que estábamos más cerca a la Unidad Popular de Chile. A partir del ochenta eso empieza a cambiar, es lento el cambio, no es de una día para otro. Se expresa en las peleas al interior de la Izquierda Unida, entre los que seguían creyendo que había que hacer la revolución y los que consideraban que el camino era el de la reforma.



¿Cómo fue la experiencia de formar parte de la Izquierda Unida?

Fue una experiencia al mismo tiempo muy enriquecedora, porque me enseño a conocer mucho la política peruana, a vivirla desde adentro; y muy frustrante, sobre todo al final, cuando IU y el PUM se dividen. Hubo de las dos cosas. Aprendí a conocer una parte del país que no había conocido nunca. Por ejemplo, he viajado a Cuzco como cincuenta veces, a Puno igual. Eso te permite conocer al país y a la gente, algo que no lo tienes desde la clase media limeña. Porque cuando vas al campo te hacen sentir que no estás en la avenida Abancay, que si ellos tiene problemas de pasar la avenida Abancay, tú los tienes para subir un cerro o para comer la cabeza de un cabrito. Y me la he tenido que comer varias veces. 

¿La mayoría de los militantes eran también de clase media?

No todos, pero sí un buen número. Pasa que habían corrientes, tendencias, lo que se llama “la nueva izquierda”, los que después van a formar el PUM. Ellos venían más de VR (Vanguardia Revolucionaria), del PCR (Partido Comunista Revolucionario), de los MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionara) de esa época. Sí, veníamos de la clase media limeña, pero no solamente de ella, también de clases medias provincianas, habían piuranos, trujillanos, cuzqueños, arequipeños. Éramos de clase media en sus diferentes ámbitos, por ejemplo, no había mucha gente de la Católica, venían de San Marcos, que es otro sector. 



Es muy difícil hacer una entrevista sobre este punto sin tocar el tema de Sendero Luminoso, con quienes se demoraron en deslindar. ¿Cómo lo veían los partidos? ¿Cuál es la alternativa ideológica para un marxista en vez de la Lucha Armada?

Había varias miradas de Sendero, no era una sola. Una de ellas es que era claramente un enemigo. Había gente de Izquierda Unida que lo miraba de esa forma, Barrantes era uno de ellos. Pero no solo Barrantes, otros creían que Sendero cometían errores de método, graves errores de acción. Otros eran incluso más críticos y decían que el proyecto de Sendero era autoritario. En mi caso, tuve esa experiencia porque enseñé Ciencias Sociales en Ayacucho en 1978. Es decir, conocía mucha gente de Sendero porque eran profesores.



¿Había espacio para el debate?

No, era imposible debatir con ellos. Ahí nos dimos cuenta, los que formábamos parte de la izquierda, que nos teníamos que unir entre todos para enfrentarlos. En el 78 éramos una alianza contra Sendero, entre todos, incluso la derecha. Ya nos cuestionábamos, ¿Sendero es de izquierda? Es una fuerza conservadora, una fuerza…



¿Totalitaria?

Quizás no usamos la palabra totalitaria en ese momento, pero decíamos “estos compadres si tienen el poder, van a hacer una dictadura” La experiencia nos llevaba a eso, incluso antes de que inicien la guerra, en el 80.



Ustedes eran la nata de la leche…

Así es, nos odiaban. Éramos la nata, había que sacarla para tomarse la leche.

¿Qué rastro deja este voto de izquierda de los setentas? Ahora los gobernantes entran por la izquierda siempre, se van hacia el centro y salen por la derecha.

Exacto, se van por la derecha. Primero, ese voto se fue masivamente hacia el fujimorismo. Si ves donde ganaba la izquierda en el 80 y después donde ganó Fujimori en el 90, son los mismos sitios, es casi calcable. La gente votó por Fujimori porque era una opción marginal y de crítica. Igualmente donde ganó Toledo y donde ganó Humala. Hay una larga trayectoria de que la gente quiere cambios que son frustrados permanentemente. Lo último es Humala que no explica por qué ha cambiado de posición frente al tema minero. Debería explicarlo, dejarse de soberbias y explicarlo. En vez de eso, pone a su premier que parece un guachimán. Si quiere cambiar, tiene el derecho, pero tiene que explicarlo, al menos. 



Usted ha dicho en otra entrevista que su militancia en esa época era de carácter marxista-leninista, pero que ahora ya no se considera así. ¿Por dónde va su pensamiento de izquierda, entonces?

Desde hace un tiempo me inclino más por una propuesta de cambio, claramente de reforma, con un mayor protagonismo del Estado en ella. Un papel de estado regulador, más redistributivo. Simultáneamente me siento identificado con algunos derechos liberales, no neoliberales…

¿Civiles?

Sí, claramente civiles, políticos. El derecho a la vida: soy un convencido de que una muerte no está justificada ni cuando tienes la razón, ni cuando no la tienes. Lo contrario me parece una estupidez. Esa idea de la revolución de la que participé en un momento, sí creo que es claramente un error. Esa es una clarísima ruptura con el marxismo político. No creo que se justifique la muerte de nadie, sea del color que sea. La otra mirada me parece absolutamente poco crítica y equivocada; sin embargo, creo así piensa un sector minoritario de la izquierda y, finalmente, también la derecha. La derecha piensa: “bueno, si en una represión, una movilización, y mueren algunos que no son ellos, ya pues son los costos”. Entonces, cuando tú quieres inversión minera los muertos son parte de, pero cuando quieres hacer la revolución, ¿los muertos también son parte de la revolución? Ya pues, aguanta el carro, es injustificable salvo que estemos ante una situación donde hemos sido invadidos, entonces hay que defender el país. Creo que la política es la que debería mandar y lamentablemente no es así, lo que manda es la economía. 

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