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30 julio 2012

Caso PUCP: ¿Y los alumnos, qué?

Opinión.









Impotencia. Eso siento como alumno de la PUCP. Sí de la P U C P. Y es que desde que apareció el comunicado del Vaticano, ese en el que se le prohibía a mi universidad utilizar dos de los componentes de su nombre, he leído una catarata de argumentos a favor y en contra de la medida, tantos que quizás ya no sé cuál se anula con cuál, si uno rebate al otro, si uno es imparcial, si el otro es descalificador. En resumen, por momentos mi honesta indignación cede ante la imposibilidad de engranar un discurso coherente para defenderla.

Tal vez por eso no he querido escribir al respecto, con tanto argumento legalmente verificado, emitido con seguridad y fervoroso afán combativo, uno no quiere cagarla soltando cualquier pachotada y ve tú a ver cuántos dignos exponentes de la posición contraria te caen encima. Sin embargo, como escribir termina convirtiéndose en un vicio, ese deseo atolondrado me impulsa a poner en palabras una pregunta; más que una pregunta, un grito que se atropella por salir de mi cabeza: ¿Qué diablos defiendo yo, como alumno de la PUCP?

He llegado a concluir que mi gran problema (y me imagino que el de muchos otros alumnos) para tomar partido por una de las partes es que me encuentro, como si de una segunda vuelta electoral se tratase, entre uno malo y otro peor, solo que en este caso es algo mucho más íntimo, más propio, más palpable. ¿Defender al rectorado? Cuesta. Su modelo de gestión –me gustaría que lo pongan como ejemplo en la Facultad de Gestión– es totalmente ineficiente, aunque, hay que decirlo, este no es propiedad exclusiva de la administración de Marcial Rubio, pues se remonta a la época de Lerner y, sin dudas, se incrementó con Barrón.

No obstante, estamos hablando de una política en la cual el dinero de las inversiones nunca regresa y ni siquiera se quiere saber si va a regresar, porque para el rectorado subir el precio de las boletas es como abrir el caño para llenar una tina que no tiene tapón. Y ellos chapotean felices, pero bien calladitos. Qué tal raza, cuando se trata de salir a decirle terrorista al cura Gaspar, ahí sí, muchas sonrisas, mucha retórica, mucha oratoria, pero Marcial Rubio, ¿por qué no hace una reunión para informar a la comunidad universitaria por qué las utilidades de la universidad no pueden costear los proyectos de inversión, por qué a estos se les ve como gastos y se les financia con recursos corrientes, bajo qué criterios sube la boleta, etc.? ¡Más de 20% en 5 años! Ojala pueda ser tan elocuente. Me dice que no puede hablar sobre ello porque es algo que compete a sus funciones como rector. ¿Y el conflicto con el Arzobispado? ¿Acaso ese no?

Con este conflicto, el rectorado pretende hacer espíritu de cuerpo con la comunidad universitaria frente a una especie de “enemigo común”. Mientras, muchos olvidaremos que un aumento similar al de este año nos espera en las próximas vacaciones de verano. ¿Cuántos alumnos tienen que llevar menos cursos para poder costear su carrera? ¿Cuántos están al borde de dejar sus estudios? ¡Ya pues, doctor Rubio! Ese no es el ‘Malulo’ del que me habla mi abuela, ese que visitaba la casa del Malecón Cisneros, ese que militaba en el PSR. Todos tienen derecho a cambiar, pero no a dejar de rendir cuentas si tienen un cargo como el suyo.

Por lo demás, el manejo mediático del conflicto que ha tenido la universidad ha sido para el llanto. Una fuerte campaña interna que refuerza mi hipótesis del espíritu de cuerpo, pancartas con lemas como “somos PUCP, seámoslo siempre” y muchos documentos difundidos, se desbaratan por una pobrísimo manejo externo, por el cual, para una gran parte de la opinión pública, seguimos siendo algo así como “la caviarada rebelde”. En todo caso, más allá de las estériles maniobras mediáticas, el rectorado ha demostrado una incapacidad crónica para llegar a una solución. ¿Aló, Centro de Análisis y Resolución de Conflictos de la PUCP? La situación en a la que hemos llegado nunca debió darse y parte de la culpa la tienen Rubio y sus vicerrectores.
Asumo como normal, a pesar de lo que ya he mencionado, que llegado este punto muchos hayan sacado una conclusión similar a “este quiere que entre Cipriani” y, no pocos hayan llegado, por falaz deducción, a otras del tipo “seguro es católico y obtuso” y hasta “es facho, votó por Keiko y quiere tirarle Napalm a los antimineros”. Porque uno no puede estar en contra de la Iglesia sin convertirse en ateo y caviar, o a favor de esta sin ser un facho o un cucufato, ¿verdad? Pues sobre esto versa la esencia de este texto, y es que, como alumno, detesto la idea de tener que estar a favor del rector y sus malos manejos económicos, pero lo otro es simplemente inconcebible. 

Si la primera posibilidad era defender al rectorado y la respuesta inmediata fue que cuesta, frente a la interrogante ¿Defender al Arzobispado?, la respuesta más bien sería que preocupa. Y preocupa mucho. En mis dos décadas de vida, no he hecho más que observar conductas por parte del Arzobispo que refuerzan esa preocupación. Incluso, dentro de mi relativamente pequeño universo social. Así, habiendo estudiado en un colegio marianista, fui testigo de una de las tantas censuras del Cardenal cuando le prohibió enseñar teología al padre Eduardo Arens, marianista, reconocido estudioso de la Biblia, celebrador de muy concurridas misas en la parroquia María Reina y, por las veces que pude escucharlo dictar una clase, excelente persona. Antes, ya le había prohibido oficiar misas, aunque esa insensatez fuera corregida por negociaciones efectuadas directamente entre los marianistas y el Vaticano. ¿Por qué? Revisen los motivos que trascendieron a esa prohibición: que no le echaba agua al vino, que no mencionaba al obispo, ¡cojudeces! Lo que ocurrió es muy simple: el discurso de Arens sobre las escrituras se distanciaba levemente del de Cipriani, y eso es algo que él jamás permite. Jamás. ¿Alguien dijo Garatea?

¿Que han dicho que no van a injerir en la cátedra? Ah, o sea, ¡lo van a decir! Ya pues… ¿Para qué pedir un poder que no vas a utilizar? Si una de las exigencias vaticanas de adecuación del estatuto es otorgar al 'Gran Canciller’ la facultad de decidir cuándo un profesor se aparta de la moral católica y sacarlo (“En caso de que llegaran a faltar las cualidades intelectuales, pedagógicas y morales, exigidas al docente, éste será removido de su cargo, observando el modo de proceder establecido en el presente Estatuto.”), es porque si la cátedra de un profesor se aparta de la moral católica, se le saca y punto. ¿Cuál es esa moral católica, la de Arens, la de Garatea, la de Cirpiani (y que me parta un rayo si no es él quien anda detrás de la carta del Vaticano)? Es difícil, además, no preocuparse por el hecho de que no solo se censure lo moral o lo espiritual, sino también lo demás, porque hay que ser ciego –o sordo– para negar que Juan Luis Cipriani Thorne hace política desde el púlpito. Sermones, homilías, ¿vieron el Te Deum?

Pero no me malinterpreten, no digo que nos vayan a prohibir ir en shorts o faldas cortas. En el fondo, no defender al Arzobispado, es decir, rechazar la propuesta del Vaticano, significa algo tan esencial como apreciar el hecho de que nuestra posición política, nuestra preferencia sexual, nuestra inclinación moral, nuestro estilo de vida, etc., no sean juzgados desde una construcción racional de principios religiosos que debemos respetar, pero que están basados en un primigenio acto de fe que no necesariamente compartimos. Significa que si nuestras ideas, mientras no estén reñidas con la ley o vayan a perjudicar a otros, difieren de las suyas, no se nos puede decir que no tienen cabida porque se alejan de la racionalidad católica. No, las pelotas ¿Por qué tenemos que aceptar algo así? Si tú y yo no estamos de acuerdo, ven que vamos a debatir, y si queremos seguir estando en posiciones diferentes luego de ello, no me vengas a imponer lo contrario ni directamente, ni limitándome solapadamente.

La PUCP no será la panacea de la tolerancia y la intelectualidad, hay muchísimas situaciones que lo contradicen día a día, pero lo cierto es que es un espacio donde gran parte de los alumnos tenemos algo relevante que expresar o que defender (lo cual ya es bastante) y cuyo ambiente nos invita a hacerlo, más que en quizás cualquier otra de las grandes universidades privadas. Por eso, si hay algo que me han enseñado estos dos años en la Católica es que nadie puede pretender imponerse en ese espacio con una prohibición tan desfasada como la de utilizar el “Pontificia” y el “Católica”. Porque eso es lo que es, una imposición, una prepotencia que afecta el normal desarrollo de las actividades de la universidad.

Es decir, ¿como la Universidad de Lima no sigue la línea ideológica de la alcaldesa de Lima, le quitamos la L? Y, ¿como la Universidad San Martín del Porres no hace honor a los valores del santo peruano, chau S, M y P? ¿Resulta que ahora el catolicismo es una franquicia, es como ir al Chilli’s o a Sturbucks? No pues, para tu coche. Pontificia Universidad Católica del Perú es como estamos escritos en la SUNARP, e ingrese demás argumentos legales aquí, que de esos hay una catarata, sobre el nombre, sobre los bienes, sobre la herencia de Riva Agüero, del Concordato, del derecho canónico, de la legislación peruana, etc., y sobre ellos hablarán los abogados.

En realidad, lo esencial de todo esto es que mi impotencia, como alumno de la PUCP, radica en que me encuentro entre dos partes en un conflicto, pero ninguna se preocupa por mí. Porque si al final todo se redujera a plata y/o poder (afirmación que no por mezquina o simplista deja de ser sumamente perceptiva), termino por preguntarme, ¿pero ambos, plata y poder, no son, acaso, provistos por nosotros, los alumnos? Entonces, el rectorado debe entender que si muchos de nosotros apoyamos su rechazo al Arzobispado, es porque poseemos ese espíritu que busca libertad, tolerancia y pluralidad. Pero que nuestro apoyo no es gratis, que no debe serlo, porque así como buscamos libertad, buscamos justicia, transparencia y eficiencia y un miserable tercio –¿o quinto?– representativo no nos basta. Que si logramos organizarnos bajo un plan verdadero, un objetivo común y una salida viable, váyanse olvidando. Porque somos nosotros, los alumnos, los que hacemos posible a la PUCP y es hacia nosotros, y hacia ninguna otra prioridad, que debe estar orientado el debate. Hoy, lamentablemente, no lo está.

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