Tras los totalitarismos subyace un mal
extremo. El siglo XX fue testigo de él. El nazismo, el fascismo y el comunismo
soviético obligaron a muchas mentes inquietas a replantear la fe casi
inquebrantable que tenían en que la razón guiaba a la raza humana a la
prosperidad. La derrota de Hitler y Mussolini tras el término de la Segunda
Guerra Mundial y la caída del régimen comunista de la URSS dieron origen a un mundo dominado por la lógica económica capitalista de libre
mercado y el modelo político democrático. No obstante, si rastreamos los orígenes de aquél mal deshumanizante previo a la Segunda Guerra Mundial, encontraremos
que este se remite a categorías banales que permanecen hoy.
Cuando Adolf Eichmann,
teniente coronel del régimen nazi, es juzgado en Jerusalén por su implicación
en el Holocausto, su testimonio indica que no ha actuado por odio o por maldad, sino
por una propensión casi extrema a hacer lo que se le es ordenado. En Eichmann se plasma la pérdida de la capacidad de cuestionarse sobre la bondad o maldad de
sus acciones, la desaparición de esa facultad indispensable de debate interno frente a los
estímulos del resto de actores de la sociedad. Él hizo lo que era necesario para
ascender en el rango social, para ser bien visto por un conjunto de personas
que habían sido imbuidas de la misma ideología totalitaria, funesta y
constantemente reforzada. Él, y quizás gran parte del pueblo alemán, no odiaba realmente a
los judíos o a los socialistas, solo había entrado en el
sistema. En Alemania había que marchar, elevar la mano y saludar al
Führer. Si no, no se era nadie.
¿Por qué en
una sociedad global supuestamente libre encontraríamos las mismas categorías
que hicieron posible las atrocidades del nazismo? La respuesta a esta pregunta se encuentra en la teoría propuesta por un grupo de intelectuales judíos que
huyeron de la Alemania nazi: la Teoría Crítica. Entre ellos está el personaje
que centrará la atención de este ensayo, Theodor Wiesengrund Adorno, filósofo,
sociólogo y músico alemán que tuvo que exiliarse en Nueva York junto a otros
miembros del Instituto de Investigación Social de Frankfurt.
En Nueva York, Adorno y los teóricos de
la Escuela de Frankfurt decidieron nadar contra la corriente: decidieron
criticar lo que en su propia crítica se presenta como casi imposible de
criticar. Conocer las implicancias de su propuesta en los estudios de la comunicación es necesario porque, a pesar de ser acusada
de pesimista, la Teoría Crítica es el otro lado del prisma, la contraparte necesaria a los postulados de los teóricos estructural funcionalistas. De este contrapeso, además, quedan elementos y conceptos que se usan hasta hoy. ¿Quién no ha
escuchado hablar de industrias culturales en referencia al cine, la televisión
y los medios? ¿O de cultura de masas? ¿No está, acaso hasta hoy, vigente el
debate sobre la función de los medios al servicio de intereses económicos y
políticos?
Por una cuestión elemental
de fe en la raza humana, de primaria esperanza en que la historia debe conducir
a un futuro mejor y no a un nuevo tipo de barbarie, es posible afirmar que regímenes
como el nazismo no volverán a repetirse, que los totalitarismos son y serán
combatidos por el grueso de la sociedad mientras sigan existiendo remanentes de
estas ideologías fanáticas. Sin embargo, sí es necesario poner una señal de advertencia: los medios y las prácticas que permitieron que aquella fatalidad dominara Europa a principios del siglo XX podrían estar aún vigentes, esperando ponerse al servicio de causas sesgadas. Y una de esas prácticas, quizás una de los más importantes, fue la utilización de los medios de
comunicación.
Theodor Adorno, un judío exiliado en América.[1]
El 11 de septiembre de 1903 nació en
Frankfurt Theodor Wiesengrund Adorno, hijo de un comerciante de vinos y una
soprano, y hermano de una pianista. Su madre y su hermana, ligadas a la música
como eran, le inculcaron esta afición que se mantendría durante el resto de su
vida. A los 17 años, Adorno ya escribía sus primeras piezas musicales de corte
vanguardista. Estudió filosofía, psicología, sociología y música en la
Universidad Johann Wolfgang Goethe de su ciudad natal y presentó su tesis
doctoral sobre la obra de Kierkegaard, luego de que le fuera rechazado un
primer intento en el que trataba a Kant y a Freud.
Es importante entender
que la procedencia académica de los teóricos de Frankfurt son las ciencias sociales y humanas. Ciencias para
las cuales, dado el contexto histórico, era importantísima la revisión de las
teorías marxistas. Ello en clara oposición a la inclinación de los exponentes
de la corriente estructural funcionalista al estudio de ciencias exactas, como
el físico matemático Lazarsfield, el científico matemático Hovland o el
cientista político Lasswell. Este detalle tendrá una gran influencia en la
dirección que seguirá la Teoría Crítica como un juicio a la estructura social
en su conjunto.
Poco antes de que el
régimen nacionalsocialista lo cerrara, Adorno se incorporó al Instituto de
Investigación Social adscrito a la Universidad de Frankfurt. Perseguido por los
partidarios de Hitler, tuvo que exiliarse primero en Oxford y luego en Zurich,
para terminar de seguirle los pasos al Instituto en Nueva York. Junto a otro
célebre miembro, Max Horkheimer, publicó en 1947 una de las obras más
representativas de la Escuela de Frankfurt: La
Dialéctica de la Ilustración. En ella se introducen los conceptos de
“Industria Cultural” y “Cultura de masas” que, aunque criticados, han
pasado a formar parte del vocabulario común de las facultades de comunicación en todo el mundo.
Con
Hitler muerto y el nazismo desterrado de Alemania, Adorno regresó a Frankfurt
en la segunda mitad del siglo XX para asumir el cargo de
director del Instituto de Investigación Social, en reemplazo de Horkheimer. Luego
de ello, terminaría su vida académica dictando filosofía y sociología en la
Universidad de Frankfurt. Es anecdótico que, tras los
sucesos de Mayo del 68 en Francia, cuando se pensaba que un personaje de corte intelectual como él mostrara su apoyo a la causa, Adorno cuestionó la prevalecencia de la acción de protesta sobre
la acción crítica de los estudiantes en el movimiento. Theodor Adorno falleció en Suiza el 3 de
agosto de 1969, habiendo tenido esos últimos años como discípulo al reconocido filósofo contemporaneo Jurgen Habermas, quien continuó la tradición de la Teoría Crítica.
No
son pocos los que dicen que Adorno da tanta importancia al estudio de las
estructuras sociales y la utilización de los medios de comunicación en los
regímenes totalitarios por su procedencia judía. Él, como los demás exponentes
de la Escuela de Frankfurt (y muchos otros intelectuales alemanes de la época), tuvo que huir de su país por ser de familia judía y de inclinación política socialista. Como sabemos, esa era la peor combinación para un nazi. Es muy
probable que estas voces tengan razón: que haber padecido la persecución por
parte del nacionalsocialismo haya hecho que los teóricos de Frankfurt enfoquen el lente académico en la babarie nazi. Sin embargo, las ideas no se invalidan por las circunstancias en las que fueron concebidas.
También
se critica la visión pesimista de la Teoría Crítica, aduciendo que se
trata de judíos acomodados que han recibido una educación de élite criticando a una sociedad de personas que no tuvieron esa suerte. No cabe duda,sin
embargo, que el aporte de la Teoría Crítica al estudio de la comunicación, como explicaré más
adelante, es perfectamente aplicable a los regímenes teóricamente libres, aquellos en
donde se cree en el poder liberador de la razón.
Las
obras de Theodor Adorno que nos interesan, algunas de autoría compartida, son: Escritos Sociológicos; Dialéctica negativa.
La jerga de la autenticidad; Kierkegaard. La construcción de lo estético; La Dialéctica de la Ilustración; Composición para el cine. El fiel correpetidor; Crítica de la cultura y sociedad I;
Crítica de la cultura y sociedad II, Mínima moralia, etc., además de varios
libros dedicados a la filosofía y estructura de la música. Al morir trabajaba
en su última obra, publicada de manera póstuma, Teoría de la Estética.
En adelante, este ensayo se avocará a explicar el aporte general al modelo de sociedad que plantea la Teoría Crítica, para luego abordar el concepto de
Industria Cultural y por qué la Escuela de Frankfurt lo critica.
Una alianza entre la razón instrumental y el capital.[2]
Para los teóricos de la Escuela de
Frankfurt un estudio sobre comunicación no tiene validez si no plantea un modelo general de la sociedad. Por eso, debe hacerse desde
diferentes disciplinas sociales y humanas, como la filosofía, la psicología o la
sociología, por ejemplo. La Escuela de Frankfurt critica la atomización de los estudios de la
corriente estructural funcionalista en temas y fenómenos específicos y
controlables mediante variables numéricas, sin prestarle mayor importancia al
conjunto social en que se enmarcan. Además, les critica el
fraccionamiento del proceso comunicativo, expresado en el paradigma de Lasswell
del quién, qué, a quién, por qué canal y con qué efectos. Ello ocurre, dicen, porque los estructural funcionalistas sirven a los intereses de organismos puntuales (como el ejército, el Estado o
las empresas), sobre temas puntuales y con fines instrumentalistas. Hay que decir
que esto último no desestima de ninguna manera los
estudios de los padres fundadores estructural funcionalistas, pues está
demostrado que sus resultados muchas veces fueron distintos a los que dichos
organismos esperaban.
La Teoría
Crítica plantea una interpretación marxista de la sociedad. Para ellos, su
estructura está organizada en tres planos. El primero, el económico, con una tensión constante entre los dueños del capital y el proletariado. Esta tensión se sitúa en la base de la sociedad y sería la
base de la teoría más ortodoxa y economicista del marxismo. Por encima están
las “superestructuras”, la esfera cultural en la cual están
contenidas las mentalidades, las estéticas, los valores. Por último, están los
aparatos ideológicos, aquellos encargados de preservar mediante su autoridad o
su fuerza el orden ideológico de la sociedad. En esta esfera están el Estado,
el ejército, la Iglesia, la escuela, la familia, todos órganos con poder
normativo o coercitivo.
Este modelo se sitúa en
un contexto histórico posterior –pero no alejado– a la Ilustración, definida por Kant como el motor que da inicio al triunfo de la
razón autónoma y a una fe casi ciega en ella. Dada esta fe es
que, combatiendo al mito medieval, el poder casi omnipotente de la razón, desde
la Ilustración hasta nuestros días, ha transformado el concepto de verdad
reduciéndolo a un mero conjunto de comprobaciones matemáticas. En
línea con esto, el hombre ha querido utilizar la razón para dominar a la
naturaleza, sin darse cuenta que, al dominarla, termina dominando a los propios
hombres, debiendo mantenerlos uniformes y controlados, factibles de ser
matemática, y por ende, racionalmente estudiados. Es por eso que la razón, al
enfrentarse al mito, se convierte en él, en un mito de posible control del todo
pero que no puede ser conseguido sin el control de los demás. Un mito que no puede
solucionar la tensión entre clases sociales y que, en cambio, la agudiza, agrandando la brecha entre dominantes y dominados. Se le llama razón instrumental, porque es utilizada como instrumento para
dominar.
En primer término de izquierda a derecha: Max Horkheimer y Theodor Adorno. Atrás un joven Jurgen Habermas pasándose la mano por el pelo. |
Esta es, para Adorno la
dialéctica negativa de la Ilustración. Una dialéctica que, en vez de alcanzar la
síntesis entre los opuestos, se divide constantemente, pues está hecha de divisiones
y condenada a ellas. Como se mencionó, el mito de la razón consiste en que esta debería ser capaz de reconciliar las tensiones de clases, pero más bien las agrava. Esta dialéctica negativa se basa en contradicciones tales como el conocimiento
de la explotación en los procesos de producción y el conformismo con ellos.
En consecuencia con todo
lo anterior, en la sociedad burguesa moderna, como la concibe Adorno, existe
una alianza entre los dueños del capital y los representantes de los aparatos
ideológicos, para utilizar las superestructuras culturales con el objetivo de mantener controlado al proletariado. Es decir, la razón instrumental
desarrolla una cultura para las masas, una industria cultural ubicada entre las
mentalidades y las estéticas, pero con características particulares que tienen
como fin atontar al espectador con un proceso sistematizado y estandarizado. Es así como los medios de
comunicación de la sociedad burguesa moderna pasan a formar parte de los
aparatos ideológicos con poder normativo, cumpliendo una función similar a la
de la Iglesia o la escuela.
¿No está vigente
acaso este debate? ¿No es común escuchar a muchos intelectuales hablar de la
parcialización de los medios con los grupos de poder, de cómo estos responden a
la defensa de intereses, mal informando al público? Es
casi imposible hablar de esto sin mencionar el caso del grupo El Comercio,
propiedad de la familia Miró Quesada, dueños de un canal en
televisión abierta y uno de cable, y de hasta cuatro diarios de muy buen tiraje.
¿En qué lado del espectro político los ubicaríamos? ¿Qué tendencias mantienen
los contenidos de sus noticias? ¿Se farandulean, se banalizan?
De vuelta en el análisis de la Teoría Critica, la siguiente pregunta seria: ¿por qué los dueños del capital necesitan aprovecharse
de la razón instrumental para crear un sistema de control de masas plasmado
en la Industria Cultural? Según la teoría que defiende Adorno, porque necesitan
sacarle la plusvalía al proletariado al que emplean y, a la vez, venderle sus
productos, haciéndolos sentir que esto es lo que deben y necesitan hacer. Ese
es el final de este aporte importante de Theodor Adorno a la comunicación de
masas: la universalización del principio de la mercancía.
Es decir, se universaliza la relación con la masa para venderle cosas, tomando
a las personas ya no como sujetos, sino como objetos susceptibles de compra y
venta, es decir, alienándolos. Adorno postula que, además de aquella capa que cubría el valor de uso
de los objetos (es decir, para qué sirven), conocido como valor de cambio
(cuánto valen, a cuánto las puedo vender), se ha creado un nuevo valor: el
valor simbólico. Este valor consigue ocultar todos los conflictos sociales que
entraña la producción de un objeto, de una mercancía, y crea necesidades
ficticias de adquirirla. Al respecto dice Adorno: "En el objeto de consumo debe hacerse
olvidar la huella de su producción. Debe tener una apariencia como si no
hubiera sido hecho en absoluto, no vaya a ser que delate que el que lo
intercambia no es el que lo ha hecho, sino que se apropia del trabajo contenido
en él" (822:?) Podría perfectamente referirse a Apple y sus fábricas en China.
Todo ello se consigue
mediante el trabajo de la Industria Cultural, cuya explicación no puede seguir
esperando y merece un apartado propio.
Industria Cultural y Cultura de Masas. La crítica de la Teoría Crítica. [3]
Industria Cultural: el principal medio empleado por los dueños de los medios de producción para mantener el control sobre el proletariado, sobre las masas; para tener quién produzca y
a quién venderle. Para la Teoría Crítica, la Industria Cultural nace del aprovechamiento de la
razón instrumental en favor de la alianza entre los medios de comunicación como
aparatos ideológicos y el capital. Así, queriéndolo o no, el modelo de la
estructura social de los teóricos de Frankfurt le da una importancia crucial al
papel que tienen los medios de comunicación. En ello, quizás, esté su mayor
punto de coincidencia con los teóricos estructural funcionalistas: le dan a la
comunicación el gran poder de influir en las decisiones y conductas de una masa
pasiva y receptiva. En el fondo, unos en forma de crítica y los otros de
oportunidad, le reconocen a la comunicación la capacidad de crear efectos, de
influir.
Los
contenidos de la Industria Cultural se oponen al arte liberal
burgués previo a la sociedad contemporánea. Este era un espacio de élite,
fuera del alcance de las grandes masas, que privilegiaba la originalidad, la espontaneidad
y la contestación, el conflicto, el reclamo, la crítica. Los contenidos de la Industria Cultural, por el contrario, pretenden ser arte popular, pero no serían más que una
pseudocultura, una estafa. Ahí radica la principal crítica que le hace la
Escuela de Frankfurt al concepto. Es decir, que edtos contenidos no promueven la
crítica porque están concebidos para mantener
alejado cualquier atisbo de rebeldía, cualquier vislumbre de pensamiento
autónomo. La Cultura de Masas que produce la Industria Cultural sería así, en
oposición al arte verdadero, aletargante, monótona y repetitiva, con el objetivo de obligar al mínimo uso del pensamiento crítico o reflexivo.
Las
Industrias Culturales son aquellas que producen contenidos con mensajes: el
cine, la televisión, la radio o los medios escritos. Para Adorno, las películas
vienen con un molde, un canon preestablecido de situaciones que deben ocurrir
en cierto orden para no obligar al espectador a cambiar su modelo y para
acostumbrarlo a esperar siempre un tipo determinado de estímulo. Asimismo, siempre
se sabe cómo continuará la música, los contenidos de los periódicos son repetitivos
y vacíos de reflexión, entre otros ejemplos. Por eso se le llama Industria, porque
estandariza los procesos de creación de contenidos, como la una línea de producción de una fábrica: uno tras otro con etapas y funciones definidas, todos iguales, todos
repetitivos, todos monótonos y embobantes.
Además, esta producción se
guía por criterios de rentabilidad. Solo se produce lo que es popular, lo que
vende, lo que tiene mayor margen de ganancia, lo que necesite menor inversión.
Se busca recortar las barreras que los separan del público para amaestrarlo,
para crearle las necesidades ficticias de sus productos y la sensación de que
son estos los que les traen felicidad. El éxito de esta iniciativa es tal que ocurre lo ya mencionado: se crea un valor simbólico que sustituye al valor de uso
o de cambio del objeto, donde este ya no importa por lo que es, sino por lo que
significa tenerlo, significados que han sido creados por los medios de
producción y transmitidos a través de los medios de comunicación. Es un
fetichismo de la mercancía, como lo llama Juan Zamora en referencia a Adorno.
La monotonización de la
Cultura de Masas respondería a la necesidad de mantener al
espectador exento de pensamiento critico, falsamente entretenido y conforme. Este concepto de entretenimiento, que
invade todas las esferas de la Cultura de Masas, es crucial para acentuar el
conformismo: los estímulos generan respuestas cortas e inmediatas, todo lo
demás es demasiado trabajoso, cuestionar es demasiado trabajoso, las personas
tienen suficiente trabajo en el trabajo (valga la redundancia) como para seguir
trabajando en formular sus cuestionamientos al sistema. Y como nadie lo hace, por
qué ellos, para qué emprender una labor de hormiga sin el interés de la
colonia. Y así se mantendrían felices siendo dominados, siendo parte de un
sistema que necesita dominarlos, de un mito de la razón que termina
dominándolos en su afán de dominar la naturaleza por medio de la ciencia y los
escenarios controlados. Un perfecto ejemplo de ello es la sociedad alemana de
la primera mitad del siglo XX y la obvia necesidad de Hitler de crear un
Ministerio de Propaganda a cargo de su eficiente amigo Joseph Goebbels.
Quizás este argumento de la Teoría Crítica sea al que más paralelo se le puede hacer con el
presente. Las series, las películas, las telenovelas, los diarios, los
telediarios, las canciones pop más nuevas (cuanto más nuevas, más repetitivas y
menos originales) siguen teniendo un formato predefinido. Uno siempre sabe cómo
acabará la comedia romántica o que para el verano que viene tendrán que lanzar
o reciclar un número promedio de canciones para ponerlas de moda. Las canciones muy probablemente sean repetitivas y tengan
coros pegajosos mezclados con música electrónica. En fin, eso lo percibe hasta
aquél que no se toma el tiempo de reflexionar al respecto. El rating sigue
siendo el tirano de la pantalla chica, la taquilla el de la pantalla grande. “Al
fondo hay sitio” tiene años en pantalla debido a que mantiene altos niveles de rating; en cambio, jamás volverán a emitir la serie “Cebollitas”, luego de que su intento de emisión por el canal 2
fuera un fracaso de audiencia.
Es así. La pregunta es: ¿es correcto? ¿Debemos tener una visión tan pesimista de la sociedad como la que
tenía Adorno, como la que tenían los teóricos de Frankfurt? ¿Debemos estar avisados ante nuestra
constante, progresiva y exponencial idiotización y falta de pensamiento crítico
porque puede ser aprovechado por algún discurso ideologizado y violento? La
respuesta debería tomar en cuenta otros puntos, otras corrientes y consideraciones
más bien éticas que serían materia de otro ensayo. Sin embargo, la Teoría
Crítica con uno de sus principales exponentes, Theodor Adorno, abren el espacio
al cuestionamiento y a la duda. Y nunca está de más dudar, no vaya a ser que de
verdad nos estemos idiotizando.
Conclusiones.
- Theodor Adorno fue un judío alemán que tuvo que huir del régimen nazi. Su procedencia académica está en la sociología, la filosofía, la psicología y la música. Así como el resto de miembros destacados del Instituto de Investigación Social de Frankfurt, estas preferencias epistemológicas guiaron el camino de sus reflexiones. Era, además, socialista y tuvo una educación privilegiada. Se exilió en Suiza primero y luego en los Estados Unidos.
- Theodor Adorno concibe a la sociedad como una estructura con tres planos: económico, cultural y político. En el primero se sitúa la disputa clásica marxista entre el capitalista y el proletario; en la segunda, las superestructuras de producción de contenidos y formas de pensar; y en la tercera, los aparatos ideológicos de control, entre los cuales ubica a los medios de comunicación. Estos, en alianza con los dueños del capital, buscan la forma de controlar a las masas mediante la producción de contenidos en una Industria Cultural.
- La Industria cultural es el arma de control de masas dentro del sistema planteado por la Teoría Crítica. Se caracteriza porque sus contenidos, es decir, la Cultura de Masas, son monótonos, repetitivos y embobantes. No busca ser original ni instar al pensamiento reflexivo, por el contrario, busca brindar estímulos rápidos de respuesta inmediata, por medio de los cuales la persona concibe a la crítica como un esfuerzo innecesario y demasiado trabajoso. Se aplica el principio de estandarización en la producción de sus contenidos y se rige por la rentabilidad que estos puedan obtener.
- Los planteamientos de Theodor Adorno y, en general, de los teóricos de la Escuela de Frankfurt son aún reconocibles en el presente. Prueba de ellos son los debates sobre la parcialización de los medios de comunicación con intereses distintos a los que honestamente podrían defender. Además la polémica en torno a la apropiación del trabajo y explotación de las personas para fabricar productos que no guardan rastro de ellos y que son consumidos por un conjunto de personas que creen que todo anda bien y camino a algo mejor. Finalmente, está el debate sobre la tiranía del rating por sobre lo realmente valorable en los contenidos de las industrias culturales de hoy y es claro que estos siguen siendo víctimas de la monotonía y los formatos preestablecidos. No obstante, aunque todo esto puede sonar fatalista y exagerado, es menester aclarar que esto es solo un modelo que habla de tendencias, las cuales pueden ser constatadas en la realidad pero que sería un error tomar como reglas absolutas.
Bibliografía.
HORKHEIMER,
Max y Theodor ADORNO
1998 Dialéctica de la Ilustración: fragmentos filosóficos. 3ra edición.
Madrid: Trotta.
MORAGAS,
Miguel de
1985 Sociología de la Comunicación de Masas. I. Escuelas y autores. Barcelona:
Editorial Gustavo Gili.
ZAMORA, José
2001 La cultura como industria de consumo: su crítica en la Escuela de
Fráncfort. Barcelona: Institut de Teología Fonamental.
[1] Esta sección se basa en el contenido
de las páginas web: http://es.wikipedia.org/wiki/Theodor_Adorno y http://www.infoamerica.org/teoria/adorno1.htm
[2] La información de esta sección se
basa en las páginas web: http://es.wikipedia.org/wiki/Dial%C3%A9ctica_de_la_Ilustraci%C3%B3n , http://aquileana.wordpress.com/2008/06/20/escuela-de-frankfurt-aportes-de-theodor-w-adorno/ y el Volumen I del libro Sociología de la Comunicación de Masas de Miguel de Moragas.
[3] El
contenido de esta sección se basa en las páginas web: http://www.eliceo.com/opinion/la-industria-cultural.html
, http://es.wikipedia.org/wiki/Dial%C3%A9ctica_de_la_Ilustraci%C3%B3n
y en los libros La Cultura como Industria
de Consumo. Su crítica en la Escuela de Fráncfort de José Zamora y el
Volumen I de Sociología de la
Comunicación de Masas de Miguel de Moragas.
Me alegra haber encontrado esto.
ResponderEliminarMe alegra haber encontrado esto.
ResponderEliminaresta muy bien
ResponderEliminarexcelente exposición del tema. El texto ha sido de gran ayuda para mi tesis.
ResponderEliminarMuy bien hecho! Gracias
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