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10 agosto 2012

Aldo Mariátegui: "Me sacan de quicio los periodistas que no tienen línea".

Entrevista.


Algo Mariátegui es polémico. Nieto del famoso amauta fundador del Partido Comunista del Perú y defensor acérrimo de una derecha que quiso empezar siendo liberal pero terminó arrimándose al ala más conservadora, este controvertido periodista ha desarrollado una facultad innegable para enojar a ciertos sectores de pensamiento político opuesto al suyo y para estar en el blanco de sus críticas. Esas críticas, por supuesto, se las gana a pulso.



En esta entrevista, que llegó luego de mucha insistencia (no ayudó ser alumno de la Católica), el director periodístico del grupo EPENSA habla de casi todo: del estilo que lo caracteriza, del estereotipo de su abuelo, de la izquierda y de Velasco, de la libertad de prensa, de la relación entre los hermanos Agois y Montesinos, de su vida antes del periodismo, y más. Como no podía ser de otra manera, también aprovecha para disparar a sus acostumbrados blancos demostrando que –eso sí no lo duden­– su estilo no es pose ni imagen: habla exactamente igual a como escribe.

Las formas y el fondo: el estilo polémico.

El estilo directo, agresivo, medio burlón, sin eufemismos y políticamente incorrecto, ¿tiene mucho de ti o te inspiras en alguien?

Me inspiré en el periodismo español de comienzos de los noventa, que era bastante más agresivo que hoy en día. Había un marxista muy bueno, Eduardo Haro Tecglen que escribía muy bien, me gustaba mucho a pesar de que estaba en las antípodas de mis ideas. También estaban Francisco Umbral, Maruja Barrig, los columnistas españoles eran de lujo en general. También me impactó mucho el periodismo argentino porque siempre fue desenfadado, más duro y más abierto. Y finalmente Liberación de Hildebrandt. Cuando leía esa clase de diarios pensaba: ¿por qué la derecha no habla así?, ¿por qué siempre somos las señoritas de la clase?, ¿por qué solamente ellos nos meten codo, patean y juegan fuerte, y nosotros estamos tan callados?

¿Qué opinas de la gente que escribe ‘suavecito’ para no ofender a la gente?

Es un estilo respetable, hay sitio para todos. Hay gente que quiere escribir muy caballerosa y me parece bien. Lo único que me fastidia es la gente que no tiene línea, los velasquistas como tu decano Gargurevich -y ponlo por favor-, que le lamió las botas a Velasco y que ahora habla de libertad de prensa. Rosa María Palacios fue mano derecha del premier Pandolfi y jefa de campaña de Hurtado Miller y ahora tengo que escucharle decir que Fujimori era un dictador. Augusto Álvarez era vicepresidente de OSIPTEL, cargo de confianza, y era el principal apologista del régimen con la consultora Apoyo, que hizo grandes consultorías con Fujimori, y ahora tengo que escucharlo decir que no es fujimorista. Tafur era la mano derecha de Carmen del Solar en Expreso y ahora tengo que leer en Diario 16 diatribas contra el fujimorismo, cuando él decía en las reuniones “ojala que este régimen dure cincuenta años”. Mirko Lauer era una lavandera, una cocinera de Velasco y ahora tengo que leer como habla de la libertad de prensa.

A mí me pueden decir lo que quieran, pero yo siempre he seguido una línea de derecha y, si es que alguna vez seguí algo, no escupo sobre eso. Que escriban suavecito o fuerte, eso es irrelevante, pero lo que sí me fastidia es el periodista acomodaticio, como son todos estos señores que luego uno tiene que escuchar pontificar con argumentos morales, como si fueran el Papa. Realmente, me saca de quicio. ¡Incluso Hildebrandt! Fue director del diario Variedades de La Crónica en la dictadura de Velasco y ahora también tengo que escucharlo hablar y perorar. Si mañana salen y dicen “mira, yo estuve con Velasco, soy rojo y creo que hay que tener control de la prensa”, pues entiendo. Pero que me vengan a dar lecciones, a pontificar, no.   


El estereotipo ‘Mariátegui’ y la izquierda universitaria.

En tu época universitaria, estar interesado en política significaba ser de izquierda...

Es cierto que el pensamiento ‘progre’ es muy seductor, es muy fuerte entre los universitarios que todavía no conocen el mundo, hay mucho romanticismo, idealismo, actitudes infantiles hacia el mundo, pero no diría que era tan hegemónico. En todo caso, lo era más a nivel del profesorado que del alumnado. Era como ‘la moda’, entonces, en era difícil decir que eras liberal, que eras de derecha. Hoy lo puedes decir en voz alta, en esa época era mal visto. Si no eras de izquierda, eras anormal.

¿Fue difícil desligarte del estereotipo de tu abuelo?

No. En mi casa nunca hubo ninguna presión política y siempre fui bastante independiente. Cuando entré a la universidad me tocaban como si fuera el hijo del Dalai Lama, el verbo hecho carne, pero cuando abría la boca me dejaban en paz porque nunca fui de izquierdas.

¿Qué era lo que no te cuadraba de los postulados de la izquierda?

Nunca ha tenido ninguna lógica. Mira, yo soy nieto de un izquierdista conocido, he leído todos los libros de izquierda de mi casa, ¡de chico he mamado marxismo!, pero nunca le vi ninguna lógica. Me parecía una especie de religión terrenal donde Moscú era Roma, la hoz y el martillo eran la cruz, Marx era el profeta y El Capital era la Biblia. Era una construcción que no tenía ningún sentido con la realidad.

Encima, estábamos en la época de la Guerra Fría, y veías países que tenían muros para que la gente no se escape, que metían bala, dictaduras. Castro nunca me pudo haber seducido. Nunca he entendido a la gente de mi edad a los que los puede haber seducido, era un tirano hasta peor que Pinochet. Hasta ahora me quedo perplejo cuando hay gente joven que cree en él.  


¿Eres liberal?: Vargas Llosa, Fujimori y el gobierno.

En una entrevista que te hace Bayly hace unos años dices que admiras a Vargas Llosa porque es liberal y que con los fujimoristas no vas ni a misa. ¿Qué pasó?  ¿Tú te fuiste hacia el lado conservador o ellos se fueron mucho hacia el centro?

No, Vargas Llosa fue un tipo interesante porque cambió la agenda política en el Perú, eso de que no podías decir que eras de derecha porque era mal visto él lo cambia completamente. Luego he tenido mis discrepancias con él porque hasta ahora me asombra que haya apostado por un militar de izquierdas con lenguaje chavista como Humala. Gracias a Dios no ha pasado nada, pero Humala estuvo cercanísimo a Chávez, era un tipo que hacía apología a todos esos regímenes, hasta al castrismo. La versión light de la china Fujimori era mucho mejor que Humala en la segunda vuelta.

Es decir, ¿sigues siendo liberal?

Sí, lo que pasa es que era lo menos malo en ese momento. La china evidentemente no iba a ser el padre, tiene otra mentalidad, es un producto de otra época. Tampoco podemos bloquearles el acceso al poder, tienen 25% de los votos. No puedes matar al 25% del electorado. Humala ha tenido un cambo tremendo que no me imaginaba, pensé que iba a ser un régimen chavista y, por eso, me parece que Vargas Llosa fue muy irresponsable en meterse a apoyarlo solo porque odia a Fujimori porque le ganó el 90. Todo el pleito con Fujimori es porque le ganó el 90. Yo conozco a Mario, tiene un ego del tamaño de este edificio y nunca va a aguantar que un chino desconocido, un don nadie, le haya ganado: esa es la verdad de la milanesa. De Alvarito sí me espero cualquier cosa, lo conozco hace años y no me espero mucho de él. 

¿Qué posición asume Correo frente a este gobierno, tomando en cuenta que ha dado este giro de 180 grados y ahora, por ejemplo, apoya la minería y tiene problemas con los anti mineros?

Lo apoyo en las iniciativas que tiene que me parecen cuerdas. Apoyo que haya respetado bastante la libertad de prensa, no me puedo quejar, no se mete con nadie…

Pero, por ejemplo, en una columna, dices que en Correo no van a hablar más de Isaac Humala, para no desestabilizar al gobierno…

No, eso es otra cosa. A mí me molesta cuando la prensa se farandulisa y eso ha ocurrido con Isaac Humala. No quiero hablar más de ese señor porque no significa nada, no es un personaje electo. ¿Qué es Isaac Humala? ¿Aparte de engendrar al hijo, qué otra cosa hizo? No ha hecho nada, no tenemos por qué darle tanta bola. Es una burla como periodistas que estemos persiguiendo a un viejito excéntrico para que suelte la primera burrada que se le ocurra y al día siguiente hacer un titular de eso. Humala no tiene la culpa de que su padre sea así. Eso no le hace bien al país, ni a la prensa, no es serio. Antauro será un payaso, pero es un político, ha organizado un partido, tiene una presencia política. Fumará marihuana y hablará barbaridad y media, pero tiene algo de peso político propio, ha tenido un periódico, ha hecho un levantamiento. 

¿Cómo ves al gobierno? ¿Crees que si no impone su posición en Conga y en Espinar, la situación va a degenerar en una paralización de la inversión minera?

Ya es hora de ajustara esta gente. Son demasiados años que les toleramos las tomas de carreteras, los desmanes, las pedradas. Ya estuvo bueno de tanta tontería, de una vez hay que poner orden. Anda toma la carretera Miami-Orlando, a ver qué hacen los Marshalls contigo; anda toma Calama-Arica, a ver qué te dicen los carabineros; anda toma Irun-Bilbao y di que eres un dirigente social, a ver que hace contigo la Guardia Civil española. Hay que parar esta jarana, no podemos estar viviendo con matones. Si están en contra, hay canales para manifestarse, pero no tienen por qué ir a quemar campamentos mineros o a romper los restaurantes que no abren en Cajamarca. Eso no es protesta social, es absolutamente absurdo.

Pero, ¿será capaz el gobierno de manejarlos?

¡Debería serlo! ¡Tiene a la policía y a las fuerzas del orden, lo único que le falta tener es huevos! Esto no es criminalizar la protesta social. Desde que tengo uso de razón, la izquierda cuando hace un disturbio y le dicen “oye, ha habido violencia”, te dice “son los infiltrados”. ¡No he visto un infiltrado en mi vida! Quisiera verlo, a ver si existe. ¡Cojones!  ¿Quién se da el trabajo de meterse a una manifestación y romperle la cabeza a un policía? En cualquier país civilizado del mundo no puedes hacer esas barbaridades. Punto. Eso no es fascismo, es orden.


El periodista y la libertad de expresión, la relación entre los  Agois y Montesinos.

¿Crees que el periodista puede generar un cambio significativo en la sociedad?

Sí, por supuesto. Émile Zola cambió Francia con el tema Dreyfus, Woodward y Bernstein cambiaron Estados Unidos con Watergate. Acá la gente hacía cola en los años treinta para leer los artículos de Federico More.

¿Buscas algo parecido?

No, no pretendo llegar a ese nivel. Los periodistas pueden influir mucho, pero a veces nos creemos mucho el cuento. No somos demiurgos, eso es verdad.

¿Cuáles son tus conceptos de ‘libertad de expresión’ y ‘libertad de prensa’ después de haberte dedicado al periodismo?

La libertad de expresión y la libertad de prensa deben ser absolutas. Soy un producto de la dictadura de Velasco, soy un hijo de la revolución, cómo no voy a creer en ellas. Yo tuve que mamarme todo eso, cosa que no mamaron todos ustedes. A veces, cuando hablo con la gente de tu generación, me da un poco de risa porque no han vivido toda la porquería que vivimos nosotros y hablan como si todo hubiera sido muy fácil. Nosotros nos comimos bombazos, a Velasco, la hiperinflación, entrabas a un mercado y estaba todo vacio, el agua salía con caca. Después de todo lo que vivimos nosotros, ustedes la han tenido muy fácil, les abunda el trabajo. Tú salías de la universidad y a ver si conseguías un trabajo.

¿Cuáles son los límites del periodista a la hora de dar una opinión?

No debería haber ninguno, salvo ofender o difamar, insultar o mentir. La opinión no debe tener ninguna cortapisa. “Prohibido prohibir”, como decía Ionesco.

¿Tienes alguna opinión sobre la presunta relación entre los hermanos Agois y Montesinos?

No hubo ninguna relación entre los Agois y Montesinos, eso es un cuento chino. En primer lugar, acá no había un periódico político, no existía Correo. Una vez Gorriti fue tan ignorante que dijo que Correo había estado con Montesinos. ¡Si Correo estuvo cerrado el año 80 y recién se abrió cuando se fue Fujimori! No sé qué Correo habrá leído Gorriti.

¿Ojo?...

Ojo era un  periódico de otra temática, era localista. Fujimori jamás se acercó a este periódico, ni este periódico se acercó a Fujimori. La única vez que los Agois hablaron con él fue cuando hablaron todos los periódicos por el tema de la guerra con Ecuador. También habló Mohme. Más allá, no han tenido ninguna vinculación con Fujimori. Tanto es así que nunca nos acusaron de eso cuando hubo la gran persecución contra todo lo que era fujimorismo en el gobierno de Toledo. Ese invento es una cojudez, no es sostenible.


Desde el colegio hasta El Comercio: ¿De dónde salió Aldo Mariátegui?  

Habiendo estudiado en el Santa María, ¿qué te queda del colegio y qué opinas del modelo de educación católica frente a uno laico?

Prefiero una educación laica y mixta. Sin embargo, no me quejo de mi colegio que en ese momento estuvo muy golpeado por la reforma educativa de Velasco. Había mucho hostigamiento al sector educativo privado en la época de la dictadura militar. Tuvimos que vivir el uniforme único y toda una serie de experimentos que hicieron con nosotros.

Eres abogado y eres de la Católica…

Sí, estudié derecho en la Católica, pero soy otras cosas, no solo abogado. Saqué un máster en Periodismo en El País, soy uno de los pocos que ha estudiado acá en el medio. No saqué el doctorado porque no presenté la tesis de Ciencias Políticas en la Complutense.

¿Por qué Derecho y no otra cosa?

Quería estudiar algo de letras, pero mi padre, en un consejo muy sensato, me dijo que estudie Derecho y después me especialice en lo que quiera. Así, por lo menos él se podía morir tranquilo sabiendo que no me iba a morir de hambre. Le hice caso porque es verdad que, como abogado, no te mueres de hambre.

Pero nunca ejerciste…

No, pero no me hubiera muerto de hambre, porque como abogado hay mil maneras de ganarte la vida, puedes ser juez, litigante, notario, puedes hacer divorcios, hacer penal... La verdad que el consejo de mi padre no era malo. Acabé y de ahí hice lo que quería hacer. Además, en esa época no había donde estudiar periodismo, estaban San Marcos, Bausate y Meza y se acabó.

¿Por qué decidiste estudiar el máster en Periodismo? ¿Fue algo espontáneo o lo buscaste?

Espontáneo. Yo llegué a España y empecé a estudiar Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, pero tenía tiempo libre. Primero vi que en ABC había una oferta para estudiar un máster en Periodismo, me presenté y me dijeron que no podía porque era solo para españoles. Le mandé una carta al director, que era Luca de Tena, quejándome, diciéndole que el español seria como el noruego si no fuera porque nosotros lo hemos enriquecido. Él me mandó una carta muy bonita pidiéndome disculpas por lo que le parecía que era un acto discriminatorio y absurdo. De ahí en adelante, ABC se abrió, solo que no en ese momento. Luego salió un aviso en El País, postulé y quedé entre los 5 primeros, así que no pagué por el curso. Era un doctorado de la Universidad Autónoma de Madrid con El País, todavía existe. Me enseñaron Alex Grijelmo, Ángel Santa Cruz, Miguel Ángel Bastenier, todos muy buenos profesores.

¿Por qué empezaste haciendo casi exclusivamente periodismo económico?

Cuando estaba allá, contestaba bien todas las preguntas de la clase de periodismo económico. Un día el profesor, un catalán, preguntó qué era la Curva de Laffer y yo expliqué. Él me dijo “tú sabes mucho”. “No”, le dije, “pasa que vengo de un país que está hecho una desgracia, al aeropuerto de Perú le han puesto cien dólares de salida a los pasaportes”. Entonces, claro, al poner una excesiva tributación sobre algún producto se cae la recaudación, esa es la Curva de Laffer. Yo lo he vivido. Además, mi hermano mayor estudiaba economía y gustaba mucho leer sus libros. Soy muy bruto para las matemáticas, no hago gráficas y esas cosas, pero me gusta la economía y entiendo del tema.

Cuando me asignaron a 5 días, el periódico económico, quedé un poco perplejo. Hablé con David Adame que era el jefe de la sección, y le dije “oye, qué hago acá, yo he estudiado políticas y derecho”. Me respondió: “Mira, tú  no necesitas ser economista para escribir de economía, como no necesitas ser actor para escribir de espectáculo, ni futbolista para escribir de deportes. Aparte acá vas a ganar mejor plata y vas a conocer gente más interesante”. Y tenía razón.

¿Un claro entendimiento de la economía es requisito indispensable para una buena crítica del gobierno?

Hace mucho bien. Lo noto mucho cuando utilizas periodistas económicos para hacer notas de política, a veces te las hacen mejor, porque hacen preguntas más interesantes en el tema económico. El bagaje siempre es bueno. Lo que pasa es que la gente le tiene mucho miedo a la economía.

¿Cómo llegas al periodismo en el Perú?

Ese fue todo un proceso. España entró a una recesión espantosa el 93, Felipe Gonzales tenía un problema similar al de Fujimori: había matado un montón de vascos con el GAL (Grupo Antiterrorista de Liberación), entonces había tirado la casa por la ventana porque tenía que ser reelegido. El 92 fue una farra fiscal y se sintió, por eso regresé al Perú.

Cuando llegué acá, practiqué dos o tres meses en El Comercio con ‘el gordo’ Zúñiga, que ya murió. Después, terminé trabajando en una importadora del Asia, como consultor de un banco y también en el Estado: trabajé en la sección de prensa de las privatizaciones. No estuve muy dedicado al periodismo en esos años. De ahí me volví a ir a vivir afuera y regresé el 98 cuando me convocaron de El Comercio, porque me conocían de cuando había trabajado con Zúñiga. Ellos me ofrecieron ser jefe de la página de economía y en el 98, el 8 de octubre, me acuerdo porque era el día de Grau, entré a trabajar allí.

05 agosto 2012

Utopía

Cuento corto, pequeña historia, vómito del subconsciente. Algo así.
















A esas alturas de la madrugada, en el cielo limeño no se divisaba ni una sola estrella. Siempre se preguntó si eso que llamaban “panza de burro” era solo una acumulación de nubes, neblina propia de una ciudad costera, o una especie de contaminación grotesca que terminaría acabando con su vida en pocos años. Padecía de asma. Manejaba el Audi A6 que su papá le había regalado por su último cumpleaños, elegante y poderoso. Las calles estaban casi vacías, lo que le permitía acelerar a fondo entre semáforo y semáforo; la ventanilla polarizada a medio subir y el inhalador debajo del freno de mano, alargaba la primera y la segunda para tomar velocidad y ganarle a la siguiente luz roja. Conducía por Pershing con dirección a Javier Prado. Siempre le había gustado correr y esta vez, con más razón, sentía que la fuerte corriente de aire frío que se colaba en su auto le estaba ayudando a calmar un poco la irritación. Bajó un poco más la ventanilla, encendió la radio.

            Estúpida, pensaba mientras las llantas del poderoso A6 chillaban suplicándole que redujera la velocidad al menos en las curvas, es una estúpida y ahora sí la cagó. Encontró una radio ochentera. Sentía como le temblaban las sienes. Los edificios y los árboles de la berma central de la Avenida Javier Prado, que une Este y Oeste en Lima, desaparecían a ambos lados como jalados por un remolino de rabia y frustración. Pedrito, en la radio, explicaba cómo es que sucede así cuando una chica es sensual, mientras él hacía un esfuerzo por pisar el freno a escasos metros del semáforo de Camino Real. La espera era eterna y solo cruzaban un par de carros. ¿Quién chucha se creía para hacerle eso a él? Perra. Pero esta sí no se la perdonaba. Un niño se acercó a su ventanilla ensayando su mejor cara de lamento. Le dio la primera moneda que encontró, ni siquiera lo miró. Era tiempo de un nuevo comienzo, cuatro años de relación lo habían vuelto medio imbécil, a disfrutar su soltería, a disfrutar sus 19. Pero sabía que estaba engañándose a sí mismo.

            El semáforo cambió justo cuando otro niño, aún más pequeño, se acercaba a su carro. Le subió la luna y arrancó. No jodas, todos tenemos problemas. Unas cuantas cuadras más allá su conciencia decidió recordarle que existía. Gran parte de su vida transcurría en una lucha constante entre sus ideales y su conciencia, entre la racionalidad inherente a lo que creía cierto y posible, y la irracionalidad de los prejuicios y resentimientos que acumulaba inconscientemente. Su bolsillo vibró. Mariana. Tiró el celular en el asiento del copiloto. Continuó vibrando. No podía entender por qué siempre se empeñaba en hacer las cosas bien mientras la vida continuaba diciéndole a gritos que sea una mierda. Un semáforo en rojo, lo pasó. El celular no paraba de vibrar. El inconsciente, de joder. Ese que bloquea las iniciativas, los anhelos, los aleja, los disuelve; utopías grandes, perfectas, desmedidas, imposibles, todas resumidas en un solo perfecto sueño: trascender. Pero se le escapaba, lo esquivaba, se resbalaba entre sus más profundos y sinceros deseos, y sus más oscuros resentimientos.

            La presión que ejercía en las encías empezaba a dolerle, las sienes también. La olla estaba a punto de reventar y no había elegido el mejor momento para terminar de colmarse. Bajó de nuevo la ventanilla, el celular volvió a vibrar. Mariana, un mensaje. Lo cogió sin reducir la velocidad. “No me voy a malograr la noche x tu culpa… no se tu pero yo si voy”. De pronto, un nudo en la garganta, un vacío que presionaba por salir, que le impedía tragar saliva. Había perdido casi por completo la atención en la pista, tanteó con la mano el asiento de atrás y encontró la botella de vodka que había llevado para hacer previos en la casa del ‘gordo’ con su enamorada, o ex enamorada. Estaba sellada. Al volver la vista a la avenida tuvo que esquivar a un transeúnte que intentaba cruzar por la mitad de la calle, casi lo atropella. Cholo de mierda, aprende a cruzar. Pero otra vez la conciencia. Abrió la botella.

            La noche no era ni muy fría ni muy caliente, típica de Lima, complaciente, aletargante. Rio le cantaba a Carol, la niña rica que quiere un viaje a Londres y un auto nuevo, pero sobre todo, quién diría, poder hablar con su mamá. Un sorbo largo, decidido, necesitado. Otro. Así que ella iba a ir, así que todas esas lágrimas significaron nada. A cada sorbo sentía la imperiosa necesidad de uno más, de bloquear todos esos pensamientos que comenzaban a emerger para ir a acumularse directo en su garganta, pero, por el contrario, parecía que cada sorbo desnudaba una desilusión engañosamente vestida con el delgado manto del tiempo, del miedo y las risas falsas. Los primeros desvíos empezaron a aparecer, se estaba construyendo una vía expresa en el tramo este de la Javier Prado, lo que ocasionaba una maraña de bifurcaciones y pasos estrechos, pistas rotas y cintas amarillas con calaveras. Las ruedas seguían chillando.

            Cuando llegó a la mitad de la botella las luces de los faroles parecían disparos en la noche austera: rápidos, cegadores. Los edificios, los árboles, todo el paisaje urbano de los distritos más adinerados de Lima, recto, conservador y con una seguridad manifiesta pero tan falsa como la vacía trascendencia que creían haber alcanzado sus moradores; todo ello comenzaba a tambalearse frente a él, desapareciendo en el borde de la ventana delantera y reemplazándose por más de lo mismo. Casi atropella a otro hombre. O habría sido una señal de desvío bastante ancha. Los pensamientos ya eran libres en su cabeza, habiendo el alcohol destruido, como nunca antes, todas las barreras que inútilmente había tratado de construirles para encasillarlos. Flotaban, jugaban con sus emociones, apretaban el acelerador, zumbaban en sus oídos, soltaban el timón para poder vaciar aún más la botella, algunos escapaban entre lágrimas.

Ahí estaba su papá diciéndole que fuera productivo, que se dejara de huevadas, los escritores no aportan a la sociedad hijo, tienes que ser un técnico, un economista; su mamá, nerviosa, estresada, falsa, insinuando que un carro sería un regalo muy peligroso, no me parece que esté preparado, cúbrete hijito te vas a enfermar, es como darle una pistola a un niño, imagínate si se choca, ¿quiénes vamos a ser los responsables?, no seas tan pesada mujer, ya entra a la casa que es muy tarde, ¿no habrás estado tomando no?, déjalo que aprenda carajo, que gaste su plata y que aprenda a ganársela, yo a tu edad me iba de boleto a todos lados pero, ¿cómo que sí has estado tomando?, si mi amor, cuando seas más grande vas a poder salir a jugar, no quemes etapas en la vida.

Alargó la mano, podía tocarlos, eran fríos, lejanos, eran de vidrio. Pero, aún más importante, ahí estaba ella, Mariana, llorando, llorándole, derramando finalmente el vaso con sus lágrimas. Y se rebalsó, pero no cayó en un hilo delgado y suave, explotó en un torrente agresivo, como si las leyes del espacio se hubieran roto y se hubiera almacenado mucha más cantidad de la posible. No era trascendente, no era nadie, nada más que un montón de ideales inútiles e inconclusos: nada. Nunca había llorado tan sinceramente. Nunca había manejado borracho.

            Lo siguiente fue una sucesión de momentos e imágenes nebulosas, incomprensibles en ese momento. No vio la barrera hasta que estuvo en frente del capó. Nunca recordó haber pisado el freno, pero sí escuchó las llantas chillar por última vez aquella noche, aunque la velocidad nunca disminuyó, tal vez fue una especie de desquite. No volvería a ver ni oír nada hasta algunos días después. Sintió que los vidrios desgarraban una piel ajena, una especie de cobertura inútil para lo que él era en ese momento. Ni los profundos cortes en la cabeza, ni el pinchazo en el lado derecho, ni siquiera esa punta que desgarró casi por completo su espalda le dolieron. Todo eso era tan lejano e impropio como el poderoso y elegante Audi o el remolino de casas tambaleantes.

Y entonces, en un momento que se hizo eterno, se sintió completamente libre, redimido, soberano y dictador de su propio juicio, señor de sus pensamientos. Aún no era trascendente, la sociedad era todavía una caótica paridad entre lo uno y lo otro y él aún era nada sacada de la nada, un sinsentido, vacío; sin embargo, paradójicamente, lo era todo, estaba lleno, lleno de nada pero lleno al fin. Se creyó infinitamente capaz de realizar cualquier sueño, de alcanzar cualquier utopía. Desaparecieron el espacio sensible y el tiempo causal, lo indultaron de las ataduras de la razón; la fuerza de gravedad lo dejó volar. Y voló. Y ahí estaba ella, volando con él. Quiso agarrarla, abrazarla, tomarla entre sus brazos y sentir su calor, ese tan infinito, lo deseó con tal vehemencia. 



Todo empezó a volver, su libertad se esfumó. Cayó. De pronto, oscuridad total.

*****

Cuando las primeras briznas de luz matinal se colaban entre las persianas de la habitación se despertó. Estaba en el cuarto de un hospital, sobrio y tranquilo, casi flemático. Echado sobre una cama de fierros fríos y un colchón que apestaba a él, palpó el aire a su alrededor. Estaba caliente, era familiar. Los dolores acompañaron inmediatamente a los primeros movimientos, le punzaban ambos costados del abdomen, más el lado derecho, le ardía la espalda y sentía que su nuca cargaba un peso enorme. En realidad le dolía todo el cuerpo y unos delgados tubitos salían de su piel para ir a parar a algún lugar que su cuello se negaba a enseñarle.

Se encontraba en la Clínica San Borja, eran las 7:28 de la mañana, según marcaba el reloj de la pared de enfrente con el logo del nosocomio. Notar esto, sin embargo, le pareció, aunque vagamente, desagradable. Aún estaba adormecido, extraviado, veía borroso. La puerta se abrió. Entró un doctor, lo vio despierto, salió un momento y entraron sus padres: él con cara de deuda cancelada, ella de perrito castigado.

            –Hijito –su madre le acarició el cachete. Le dolió. –Al fin te despiertas. No, no te muevas papito, por favor, el médico ha dicho que no puedes sentarte. ¡Hijo, por favor! –se quejó como si de eso dependiera su vida.

            –¿Cuánto tiempo ha pasado?

            –Has estado en cuidados intensivos una semana –su padre estaba apoyado en una pared con los brazos en los bolsillos. –Tu madre te está diciendo que no te muevas. Se te han roto muchos huesos, tenías una perforación en el estómago, de suerte tu cabeza solo salió con unos rasguños, ni siquiera sabemos en cuanto tiempo vas a poder volver a caminar.

            –Yo te dije que no fueras a esa discoteca, una madre sabe porque dice las cosas –su madre hablaba en un tono santurrón.

            –¿Discoteca? ¿Qué discoteca? –a él la vista se le nublaba por momentos.

            –Esa discoteca que queda en el Jockey, pues… Utopía. ¿Acaso no me dijiste que así se llamaba, mi amor?

            –¿Qué? Nunca llegué allí, mamá.

            –Yo lo sé. Y felizmente. Pero igual, si te hubieras quedado en la casa como te dije, no te habría pasado esto...

            –¿Felizmente? –la interrumpió.

           –La discoteca se quemó esa noche, hijo –el semblante de su padre adquirió solemnidad.

            ¿Se había quemado? ¿Cómo podía haberse quemado la discoteca más cara de Lima? Un momento…

            –¡Mariana! Mariana sí fue, papá. ¿Qué sabes de ella? ¿Está bien? –las palabras se atolondraban en su boca mientras intentaba ponerse de pie.

            Sus padres se miraron y quedaron mudos un momento; esa mirada, sin embargo, hizo inútiles las palabras que dirían después. Tal vez él hubiera preferido no escucharlas. Las sintió golpearlo como martillazos en su maltratado cuerpo. Mientras sus padres le hablaban, cerró los ojos, escuchó sus voces lejanas, impertinentes. Solo se consoló en saber que por un momento, al menos por un momento, que pareció una eternidad y un instante al mismo tiempo, había sido todo lo que necesitó ser: nada. 
            

02 agosto 2012

Ultraviolet radiation

Cuento corto... en inglés.


He was on his bed when he woke up. His bedroom was ordered, everything was where it was supposed to be, everything was as he remembered. It all seemed to be fine, except for one thing, that sensation, small but so disturbing. It felt like a vacuum in his head, like an empty space where, surely, once there was something. He didn’t know why he was so sure about it, he just was. Still disturbed he stood up, feeling somehow light, and shuffled to the bathroom’s mirror in order to calm that anxiety of something missing in him. When he looked at the mirror his heart stopped for a moment, he felt a knot squeezing his throat so hard that he almost couldn’t breathe… yes, something was missing there: him.

“This is a dream, it shouldn’t be long until I wake up”, was his first thought. But it wasn’t long until he realized that, even if it was a dream, he wouldn’t wake up that easy. He tried everything, punched his head, closed his eyes, tried to sleep again, even pinched his arm, but nothing worked. After some sort of time, he decided to do something about it, he wasn’t going to stand in front of the mirror his whole life just knowing he wasn’t really there. So, not knowing the hell why, he undressed himself and flew out of the room. Flying? Was he flying? And naked! Was he really flying naked? The hell, he was. But even worse, why did he feel nothing about that fact? Neither shame, nor regret. Nothing. Definitely it had to be a dream.

Brian flew over Kansas City, his hometown, for almost half an hour, until he decided it was time for a beer, or maybe two. He landed a couple of blocks away from the liquor store on purpose, to have the opportunity to walk and observe the people’s reaction. As he started walking, he realized that other people could perceive him, they drew aside in order to let him pass; he wasn’t invisible, or, at least, not at all. He was visible but, strangely, those same people didn’t seem to perceive his nakedness. They were just passing by without any sign of being offended or upset. There were too many weird things for the same day, or for the same dream.

Brian drank almost twenty beers, or maybe more, but he felt the same as if he hadn’t drunk any. The feeling of something missing right there where it must be was still there and neither he felt uninhibited, nor euphoric. In that moment, and for no reason, he felt like throwing the beer bottle to the lady in the counter. And so he did. The bottle hit right in the head. The lady stumbled and fell to the floor unconscious. Nobody in the store seemed to be indignant, not even him with such a terrible action. For two days, Brian Meagher did what he had always wanted to do, feeling like those were the best moments in his life.

Those two days passed and he noticed that, little by little, he was starting to feel younger. One more day passed and the sensation grew, as he wanted to do more and more irrational things. He began to worry. How the hell was he supposed to know what was happening to him? And then, for the first time in three days, he really tried to remember how he got to that point. All of a sudden, a room appeared in front of him, in the middle of the street. Instinctively, he opened the white door with a gold “M” stuck and entered an even whiter room.

“Brian, really? My Gog, I never thought I was working for such a bad-looking guy. Look at you, you look like a beggar”, a voice came from the other side of the room.

“I know. The terrible thing is that I don’t care. I’ve been having some quite active days. Drinking, you know. Who are you? What is happening to me?”, answered Brian as he turned around to find an old wrinkled white man with an smarty appearance talking to him.


“You’re living your dream Brian, doesn’t it feel good?”



"What do you mean with that? And no, it doesn’t”.

"Well, it is simple, your super-ego is gone. Your id is bombarding your ego with irrational and instinctive impulses and, by the way, I don’t know if it is going to resist too much longer”. 

“Simple? How do you know so much? Again, who are you? You look a little bit old, by the way”.

“Thanks for the compliment”, the old man smiled. “Every time you storage a remembrance I get older. I am your memory. Didn’t you saw the “M” in the front door? Everything I tell you, you’ve read or inferred it from somewhere, somehow”.

“Oh, how couldn’t I imagine it?”, Brian sounded sarcastic now. “So, lets see Mr. Memory, can you explain me this thing you were telling me about that ego and the superhero?”.

Brian sat on the floor, like a little child would do.

“My God! It’s Freud, don’t you remember it? Beyond the Pleasure Principle, by Sigmund Freud, not even a little bit?”, Brian shook his head. “I never thought you had such a bad mem… No, no. What am I saying, those might be side effects. Well, where to begin? The super-ego is the moral component of the psyche, which takes into account no special circumstances in which the morally right thing may not be right for a given situation…”

“Wait!”, Brian interrupted, “Wait, please. Speak in english”

“Sorry. Ok, simpler. According to Freud, our psyche is divided in three parts. The first two are the unconscious ones: id and super-ego. They are like the two sides of a balance, id represents our deepest longings, it’s impulsive, primary, hedonist, antediluvian…”

“Ok, I got the point”.

The old man coughed to clear his throat and continued. “… and super-ego is the other extreme, it works with social prejudices, moral, it makes you feel ashamed, represses yourself. Ego comes to be the conscious part, like the guy that measures the balance and cares that it is perfectly stable for the required situation”.

“Uhh, so that’s why I don’t feel ashamed of being naked? But why can I fly?”

“Because you are in a dream: your dream. Dreams are the expression of the relaxing of the super-ego barriers because of fatigue. The same occurs with some kind of substances, like alcohol, they break those barriers”.

“And why didn’t I see myself in the mirror?”

“Ease again, son. The way you see yourself depends on how you want the other people to see you, it’s a social prejudice. No super-ego, no appearance in the mirror”.

“And how in the fucking hell do I wake up?”, Brian was beginning to irritate, tantrum style. “I mean, it’s a dream. Now I want to be in the real world!”

“Reality is an abstract concept, introduction to philosophy in college remember? You can’t define what it reality is. And quoting one of your favorite books: Life is a Dream, by Pedro Calderón de la Barca, rememb…”


“Yeah, yeah”, Brian now was scared. “You are telling me I’m trapped in my own dream!? That I’ll never be able to return to…”



“You are right and you should really be worrying. Your ego isn’t resisting too much time and you would be controlled by your impulsive id”

“What are you trying to tell me?”

“That you aren’t only staying in this dream, but you are also going to become a baby, maybe then a monkey, and who knows what else after that, more irrational organisms”.

Brian grabbed the old man by the neck and backed him against the wall. “Look old man, you’re going to find some kind of solution to my problem. Otherwise, you’re going to know what a really irrational person is”.

The old man’s face turned whiter than it was before. “Ok, ok. I think there is a memory, but it has a lot of blanks. Ok, ok, don’t shake me. Chemistry class, remember? There is only one substance that can cause the super-ego barriers to relax as much as necessary to put you in this situation. It’s some kind of radiation. It can only be reversed by…”


“By what!?”, Brian was desperate.



“…Ultraviolet radiation, I think”.

Brian released the old man. “How am I going to get an ultraviolet radiation machine now?”

“Wish it, it is your dream”, the old man started to vanish.

“Why am I able to wish that and I can’t just wish to wake up?”

“I don’t know, you never read that part of the lesson…”, the old man was gone.

He had no time to loose. First, he thanked God he had taken the Chemistry class that semester, although he failed it. Then, he wished his ultraviolet radiation machine room and, as fast as a blink, there it was: a white room with two other babies like him, because that was what he was then, a baby. Everything was so fast that he couldn’t look around. A friendly nurse approached and put him sunglasses. “Quiet, Brian, relax”, she said. She turned on the machine and there was a flash. Everything turned blue, he felt like he wanted to vomit. Everything disappeared. He saw the old wrinkled white guy waving his hand. Suddenly, he blacked out.            


30 julio 2012

Caso PUCP: ¿Y los alumnos, qué?

Opinión.









Impotencia. Eso siento como alumno de la PUCP. Sí de la P U C P. Y es que desde que apareció el comunicado del Vaticano, ese en el que se le prohibía a mi universidad utilizar dos de los componentes de su nombre, he leído una catarata de argumentos a favor y en contra de la medida, tantos que quizás ya no sé cuál se anula con cuál, si uno rebate al otro, si uno es imparcial, si el otro es descalificador. En resumen, por momentos mi honesta indignación cede ante la imposibilidad de engranar un discurso coherente para defenderla.

Tal vez por eso no he querido escribir al respecto, con tanto argumento legalmente verificado, emitido con seguridad y fervoroso afán combativo, uno no quiere cagarla soltando cualquier pachotada y ve tú a ver cuántos dignos exponentes de la posición contraria te caen encima. Sin embargo, como escribir termina convirtiéndose en un vicio, ese deseo atolondrado me impulsa a poner en palabras una pregunta; más que una pregunta, un grito que se atropella por salir de mi cabeza: ¿Qué diablos defiendo yo, como alumno de la PUCP?

He llegado a concluir que mi gran problema (y me imagino que el de muchos otros alumnos) para tomar partido por una de las partes es que me encuentro, como si de una segunda vuelta electoral se tratase, entre uno malo y otro peor, solo que en este caso es algo mucho más íntimo, más propio, más palpable. ¿Defender al rectorado? Cuesta. Su modelo de gestión –me gustaría que lo pongan como ejemplo en la Facultad de Gestión– es totalmente ineficiente, aunque, hay que decirlo, este no es propiedad exclusiva de la administración de Marcial Rubio, pues se remonta a la época de Lerner y, sin dudas, se incrementó con Barrón.

No obstante, estamos hablando de una política en la cual el dinero de las inversiones nunca regresa y ni siquiera se quiere saber si va a regresar, porque para el rectorado subir el precio de las boletas es como abrir el caño para llenar una tina que no tiene tapón. Y ellos chapotean felices, pero bien calladitos. Qué tal raza, cuando se trata de salir a decirle terrorista al cura Gaspar, ahí sí, muchas sonrisas, mucha retórica, mucha oratoria, pero Marcial Rubio, ¿por qué no hace una reunión para informar a la comunidad universitaria por qué las utilidades de la universidad no pueden costear los proyectos de inversión, por qué a estos se les ve como gastos y se les financia con recursos corrientes, bajo qué criterios sube la boleta, etc.? ¡Más de 20% en 5 años! Ojala pueda ser tan elocuente. Me dice que no puede hablar sobre ello porque es algo que compete a sus funciones como rector. ¿Y el conflicto con el Arzobispado? ¿Acaso ese no?

Con este conflicto, el rectorado pretende hacer espíritu de cuerpo con la comunidad universitaria frente a una especie de “enemigo común”. Mientras, muchos olvidaremos que un aumento similar al de este año nos espera en las próximas vacaciones de verano. ¿Cuántos alumnos tienen que llevar menos cursos para poder costear su carrera? ¿Cuántos están al borde de dejar sus estudios? ¡Ya pues, doctor Rubio! Ese no es el ‘Malulo’ del que me habla mi abuela, ese que visitaba la casa del Malecón Cisneros, ese que militaba en el PSR. Todos tienen derecho a cambiar, pero no a dejar de rendir cuentas si tienen un cargo como el suyo.

Por lo demás, el manejo mediático del conflicto que ha tenido la universidad ha sido para el llanto. Una fuerte campaña interna que refuerza mi hipótesis del espíritu de cuerpo, pancartas con lemas como “somos PUCP, seámoslo siempre” y muchos documentos difundidos, se desbaratan por una pobrísimo manejo externo, por el cual, para una gran parte de la opinión pública, seguimos siendo algo así como “la caviarada rebelde”. En todo caso, más allá de las estériles maniobras mediáticas, el rectorado ha demostrado una incapacidad crónica para llegar a una solución. ¿Aló, Centro de Análisis y Resolución de Conflictos de la PUCP? La situación en a la que hemos llegado nunca debió darse y parte de la culpa la tienen Rubio y sus vicerrectores.
Asumo como normal, a pesar de lo que ya he mencionado, que llegado este punto muchos hayan sacado una conclusión similar a “este quiere que entre Cipriani” y, no pocos hayan llegado, por falaz deducción, a otras del tipo “seguro es católico y obtuso” y hasta “es facho, votó por Keiko y quiere tirarle Napalm a los antimineros”. Porque uno no puede estar en contra de la Iglesia sin convertirse en ateo y caviar, o a favor de esta sin ser un facho o un cucufato, ¿verdad? Pues sobre esto versa la esencia de este texto, y es que, como alumno, detesto la idea de tener que estar a favor del rector y sus malos manejos económicos, pero lo otro es simplemente inconcebible. 

Si la primera posibilidad era defender al rectorado y la respuesta inmediata fue que cuesta, frente a la interrogante ¿Defender al Arzobispado?, la respuesta más bien sería que preocupa. Y preocupa mucho. En mis dos décadas de vida, no he hecho más que observar conductas por parte del Arzobispo que refuerzan esa preocupación. Incluso, dentro de mi relativamente pequeño universo social. Así, habiendo estudiado en un colegio marianista, fui testigo de una de las tantas censuras del Cardenal cuando le prohibió enseñar teología al padre Eduardo Arens, marianista, reconocido estudioso de la Biblia, celebrador de muy concurridas misas en la parroquia María Reina y, por las veces que pude escucharlo dictar una clase, excelente persona. Antes, ya le había prohibido oficiar misas, aunque esa insensatez fuera corregida por negociaciones efectuadas directamente entre los marianistas y el Vaticano. ¿Por qué? Revisen los motivos que trascendieron a esa prohibición: que no le echaba agua al vino, que no mencionaba al obispo, ¡cojudeces! Lo que ocurrió es muy simple: el discurso de Arens sobre las escrituras se distanciaba levemente del de Cipriani, y eso es algo que él jamás permite. Jamás. ¿Alguien dijo Garatea?

¿Que han dicho que no van a injerir en la cátedra? Ah, o sea, ¡lo van a decir! Ya pues… ¿Para qué pedir un poder que no vas a utilizar? Si una de las exigencias vaticanas de adecuación del estatuto es otorgar al 'Gran Canciller’ la facultad de decidir cuándo un profesor se aparta de la moral católica y sacarlo (“En caso de que llegaran a faltar las cualidades intelectuales, pedagógicas y morales, exigidas al docente, éste será removido de su cargo, observando el modo de proceder establecido en el presente Estatuto.”), es porque si la cátedra de un profesor se aparta de la moral católica, se le saca y punto. ¿Cuál es esa moral católica, la de Arens, la de Garatea, la de Cirpiani (y que me parta un rayo si no es él quien anda detrás de la carta del Vaticano)? Es difícil, además, no preocuparse por el hecho de que no solo se censure lo moral o lo espiritual, sino también lo demás, porque hay que ser ciego –o sordo– para negar que Juan Luis Cipriani Thorne hace política desde el púlpito. Sermones, homilías, ¿vieron el Te Deum?

Pero no me malinterpreten, no digo que nos vayan a prohibir ir en shorts o faldas cortas. En el fondo, no defender al Arzobispado, es decir, rechazar la propuesta del Vaticano, significa algo tan esencial como apreciar el hecho de que nuestra posición política, nuestra preferencia sexual, nuestra inclinación moral, nuestro estilo de vida, etc., no sean juzgados desde una construcción racional de principios religiosos que debemos respetar, pero que están basados en un primigenio acto de fe que no necesariamente compartimos. Significa que si nuestras ideas, mientras no estén reñidas con la ley o vayan a perjudicar a otros, difieren de las suyas, no se nos puede decir que no tienen cabida porque se alejan de la racionalidad católica. No, las pelotas ¿Por qué tenemos que aceptar algo así? Si tú y yo no estamos de acuerdo, ven que vamos a debatir, y si queremos seguir estando en posiciones diferentes luego de ello, no me vengas a imponer lo contrario ni directamente, ni limitándome solapadamente.

La PUCP no será la panacea de la tolerancia y la intelectualidad, hay muchísimas situaciones que lo contradicen día a día, pero lo cierto es que es un espacio donde gran parte de los alumnos tenemos algo relevante que expresar o que defender (lo cual ya es bastante) y cuyo ambiente nos invita a hacerlo, más que en quizás cualquier otra de las grandes universidades privadas. Por eso, si hay algo que me han enseñado estos dos años en la Católica es que nadie puede pretender imponerse en ese espacio con una prohibición tan desfasada como la de utilizar el “Pontificia” y el “Católica”. Porque eso es lo que es, una imposición, una prepotencia que afecta el normal desarrollo de las actividades de la universidad.

Es decir, ¿como la Universidad de Lima no sigue la línea ideológica de la alcaldesa de Lima, le quitamos la L? Y, ¿como la Universidad San Martín del Porres no hace honor a los valores del santo peruano, chau S, M y P? ¿Resulta que ahora el catolicismo es una franquicia, es como ir al Chilli’s o a Sturbucks? No pues, para tu coche. Pontificia Universidad Católica del Perú es como estamos escritos en la SUNARP, e ingrese demás argumentos legales aquí, que de esos hay una catarata, sobre el nombre, sobre los bienes, sobre la herencia de Riva Agüero, del Concordato, del derecho canónico, de la legislación peruana, etc., y sobre ellos hablarán los abogados.

En realidad, lo esencial de todo esto es que mi impotencia, como alumno de la PUCP, radica en que me encuentro entre dos partes en un conflicto, pero ninguna se preocupa por mí. Porque si al final todo se redujera a plata y/o poder (afirmación que no por mezquina o simplista deja de ser sumamente perceptiva), termino por preguntarme, ¿pero ambos, plata y poder, no son, acaso, provistos por nosotros, los alumnos? Entonces, el rectorado debe entender que si muchos de nosotros apoyamos su rechazo al Arzobispado, es porque poseemos ese espíritu que busca libertad, tolerancia y pluralidad. Pero que nuestro apoyo no es gratis, que no debe serlo, porque así como buscamos libertad, buscamos justicia, transparencia y eficiencia y un miserable tercio –¿o quinto?– representativo no nos basta. Que si logramos organizarnos bajo un plan verdadero, un objetivo común y una salida viable, váyanse olvidando. Porque somos nosotros, los alumnos, los que hacemos posible a la PUCP y es hacia nosotros, y hacia ninguna otra prioridad, que debe estar orientado el debate. Hoy, lamentablemente, no lo está.