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31 julio 2016

El Che Guevara y la Revolución Cubana

Ensayo.





Introducción


Pocas gestas en la historia pueden compararse en mística y trascendencia con la Revolución Cubana. La epopeya de aquellos veintidós revolucionarios que sobrevivieron al desembarco del Granma, y que languidecieron por meses en la Sierra Maestra enfrentándose a un ejército de ochenta mil hombres, aún no termina de contarse. Cincuenta y seis años después, el régimen resultante de esa revolución sigue comandando los destinos de Cuba; y aunque parece estar dando muestras de erosión, expresadas en apertura económica y liberalización política, ya ha dejado huellas imborrables en la historia del país, del continente y por qué no del mundo.

La Revolución Cubana fue la primera de su tipo en triunfar en América y lo hizo, además, en un país ubicado a sólo ciento cincuenta kilómetros de la costa oriental de Estados Unidos. Inspiradas en ella, decenas de agrupaciones
 de todo el mundo pero, sobre todo, de América Latina decidieron tomar las armas y transitar el camino que consideraban más heroico hacia la utopía comunista. El paradigma de estos sueños de heroísmo, el médico argentino Ernesto ‘Che’ Guevara, escribió en el epílogo de su libro La Guerra de Guerrillas: “La Revolución Cubana ha adquirido trascendencia continental y hasta mundial, amparada en la inquebrantable decisión de su pueblo y en las peculiares características que la animan” (Guevara, 1960). Y no le faltaba razón. Cargando este libro como manual sagrado, las guerrillas ‘guevaristas’ se propalaron por la región intentando casi siempre con poco éxito aplicar la teoría del foco a sus realidades específicas. El MIR y el ELN son dos ejemplos de ello en el Perú.

La Revolución Cubana alcanzó la cúspide de su trascendencia mundial en octubre de 1962, en lo que ha venido a conocerse como la Crisis de los Misiles, evento que puso al pequeño país en el centro de un conflicto económico, político y militar mundial. Un año antes, en abril de 1961, Estados Unidos había fracasado en auspiciar la invasión a Cuba de disidentes y mercenarios por la margen oriental de la Bahía de Cochinos. Entonces, la administración Kennedy decidió poner en marcha la Operación Mangosta: una invasión directa del ejército estadounidense a la península caribeña. En plena Guerra Fría, los servicios de inteligencia de la Unión Soviética detectaron el plan y ofrecieron proteger la isla mediante la instalación de misiles con cabezas nucleares. Y así Cuba, como ya lo era Turquía para Estado Unidos, se convirtió en una plataforma de tiro que puso al mundo al borde de una guerra nuclear. 



Prensa Latina


El régimen cubano también desafió el ordenamiento informativo global. Por iniciativa del periodista argentino aliado de la Revolución Jorge Ricardo Masetti, del propio Che Guevara, y con la colaboración de periodistas de la talla de Gabriel García Márquez y Rodolfo Walsh, se creó la agencia de noticias Prensa Latina. En una época en la que casi todo el tráfico de noticias estaba controlado por las americanas United Press, Associated Press y la International News Service, Prensa Latina pretendió ejercer el rol de contrapeso ideológico. Gracias a los teletipos de esta agencia se interceptó un mensaje cifrado que, a la postre, permitió descubrir los planes de la invasión en Cochinos y eliminó el factor sorpresa, garantizándole la victoria al gobierno de Cuba (Anderson, 1997).

Fundada en 1959, Prensa Latina cuenta hoy con 17 sitios web y más de 20 publicaciones periódicas, entre ellas el semanario ORBE, el mensuario Negocios en Cuba, el periódico en inglés The Havana Reporter y las revistas Cuba Internacional, Avances Médicos de Cuba y Correos de Cuba. Este último está dirigido a la población cubana que reside fuera de la isla. Si bien la idea inicial de Prensa Latina fue generar un contrapeso al tráfico de noticias mundial, dominado por las agencias identificadas con gobiernos liberales, su importancia nunca llegó a igualárseles, y fue decayendo conforme se debilitaron el régimen cubano y el comunismo internacional.

Prensa Latina perdió terreno debido a su afán por tomar el trabajo periodístico como un medio de propaganda política. Es complicado pretender competir en el ejercicio de una profesión que tiene a la imparcialidad y a la libertad de prensa como guías, sobre la base de un régimen que exige ideologización y censura. Las agencias líderes desde hace más de 50 años hoy se han convertido en la española EFE, la alemana DPA o la inglesa Reuters (por citar algunas), y continúan todas del lado del poder hegemónico occidental. Y aunque responden a los intereses de los gobiernos que las albergan, la brecha que las separa de la objetividad es mucho más corta que la de Prensa Latina.

Un contrapeso mucho más notorio al dominio informativo de Occidente posterior a la Guerra Fría es la agencia catarí Al-Jazeera, que se ha convertido en la vocera del mundo musulmán. En su libro Choque de Civilizaciones, Samuel Huntington explica que las naciones musulmanas serán una de las principales fuentes de conflictos culturales y geopolíticos para Occidente en los próximos años. En un mundo en el que los poderes mundiales ya no se estructuran en base a ideologías, sino a criterios culturales y religiosos, un contrapeso cargado únicamente de ideología como Prensa Latina no tiene mucho futuro. Es, casi como el régimen que lo alberga, un proyecto cuya fecha de caducidad se acerca cada vez más.



La Revolución Cubana


El antecedente internacional inmediato más importante para la Revolución Cubana fue el golpe de Estado que destituyó al presidente reformista Jacobo Arbenz en Guatemala, con apoyo de la CIA y la United Fruit Company estadounidense. De hecho, como explica Jon Lee Anderson en su libro biográfico sobre el Che, Guevara se encontraba en ese país cuando ocurrió el derrocamiento y tuvo que huir a México debido a la persecución política desataba posteriormente (Anderson, 1997). Allí conocería de Fidel y sus planes revolucionarios. El golpe a Arbenz también hizo que se agudizara el rechazo a la política de intromisión internacional de Estados Unidos en varios movimientos latinoamericanos, entre ellos, los de Cuba.

Fidel Castro era un abogado exiliado por su osada oposición al régimen del dictador Fulgencio Batista, que lo había llevado a intentar un frustrado asalto al cuartel militar cubano de Moncada. Había sido dirigente del antiguo Partido Ortodoxo y esgrimido ideas anticomunistas. Y aunque a su movimiento 
llamado ’26 de julio’ en honor al día del asalto a Moncada incluso llegó a auspiciarlo la CIA (Anderson, 1997), para los cubanos que se unieron a los primeros veintidós sobrevivientes de la expedición de Fidel, el enemigo indiscutible era Estados Unidos. Durante los combates en la Sierra Maestra, muy poco se oyó de Hegel o de Marx, pero sí de un movimiento nacionalista y antiyanqui que iba avanzando lentamente hacia La Habana. En enero de 1959, aquella revolución de barbudos tomó el poder en lo que el periodista argentino Rodolfo Walsh llamaría el “nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso” (Walsh, 1995).

Pero aunque el tono poético de estas palabras suene convincente, más que crear un nuevo orden, la Revolución Cubana se insertó en un ajedrez geopolítico que ya venían jugando las dos potencias mundiales de entonces, Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS). La Guerra Fría tenía para entonces casi quince años y la carrera armamentista de ambos gigantes estaba en camino a su punto más escabroso (la Crisis de los Misiles). Ello no quiere decir que Fidel Castro haya sido un peón de la URSS. En el ajedrez comunista, Fidel supo administrar bien sus escasos recursos de poder. La Crisis de los Misiles, en parte, fue propiciada por el líder cubano para darle a su gobierno aire y protección frente a su vecino capitalista. Visto en retrospectiva, cumplió el objetivo. En la URSS, Fidel encontró no solo financiación e identificación ideológica, sino también amparo militar y sostén geopolítico. En sentido contrario, estuvo siempre claro que Cuba era la punta de lanza de la estrategia de la URSS, 
a pesar de su cómica adhesión al Movimiento de Países No Alineados. Y estaba demasiado cerca a Estados Unidos como para no alarmarlo. Este país respondió a la amenaza con un embargo comercial, económico y financiero que destruyó la economía de la isla en los años posteriores (ello no significa que el modelo económico cubano hubiera sido viable sin el embargo). 

Un embargo que se acaba


Según información publicada por Prensa Latina, el impacto total del embargo de Estados Unidos en la economía de Cuba alcanzaba los US$90,000 millones en el 2008. De estos, US$40,427.5 millones corresponderían a ingresos dejados de recibir por exportaciones y servicios; US$19,592 millones a pérdidas por reubicación geográfica del comercio; US$2,866.2 millones a afectaciones a la producción y los servicios cubanos; US$9,866.2 millones a pérdidas en el sector tecnológico; US$1,565.3 millones a perjuicios en los servicios directos a la población; US$8,640.2 millones a afectaciones monetario-financieras; y US$6,533.8 en la incitación a la emigración de cerebros (talentos).

Recién hoy, con un modelo económico que se ha probado insuficiente, y viendo que sus triunfos en materia educativa y de salud se quedan cortos frente a la derrota en creación de riqueza y desarrollo de productividad, Cuba ha retomado el diálogo diplomático con Estados Unidos en un proceso que los analistas esperan que acabe finalmente con el embargo. Desde 1959 hasta hoy, el gobierno de la isla se ha mantenido comunista y dictatorial, pero en diciembre del 2014, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama 
que no tiene la potestad para derogar el embargo sin permiso del Congreso, pero sí de modificarlo, anunció una serie de flexibilizaciones a las restricciones comerciales que permitirán a Cuba beneficiarse en varios frentes. El primero de ellos es el envío de remesas, que según datos del Departamento de Estado de Estados Unidos citados por la BBC, ascendía ya a US$2,000 millones de dólares. Obama multiplicó por cuatro el monto máximo que los ciudadanos estadounidenses, principalmente de ascendencia cubana, pueden enviar a la isla.

El segundo frente es el abastecimiento de alimentos. Siendo países vecinos, y dado que Cuba importa entre 60% y 65% de la comida que consume (también según cifras citadas por la BBC), la flexibilización permitiría a la isla tener en Estados Unidos a una opción más cercana 
y, por ende, con menor costo de flete de la cual abastecerse. En tercer lugar está la industria del turismo, actualmente una de las principales fuentes de divisas de Cuba. Los cambios propiciados por Obama retiraron restricciones migratorias para los estadounidenses en 12 categorías, como las de visitas familiares, visitas profesionales y actividades educativas. Pese a que el turismo ordinario continúa prohibido, a la economía de Cuba no le viene mal que aumente el flujo de visitantes al país.

finalmente, está el campo de las telecomunicaciones. De acuerdo a cifras de la Casa Blanca registradas por la BBC, Cuba tiene una de las tasas de penetración de Internet más bajas del mundo: 5%. El Internet en la isla es limitado y costoso. Sin embargo, las reformas hechas por Obama a finales del 2014 permitirían a firmas de telecomunicaciones de Estados Unidos empezar a trabajar con el gobierno cubano para que expanda su infraestructura de telecomunicaciones.


¿Hacia dónde irá la nueva Cuba?


El miércoles 1 de julio del 2015 ocurrió un hecho histórico: Cuba y Estados Unidos reabrieron sus embajadas en los respectivos territorios del otro país. Si bien una Oficina de Intereses de Estados Unidos funcionaba en La Habana con similares prerrogativas a las de una embajada, este acto simbólico, sobre todo por parte de Cuba, es un paso más hacia la inevitable apertura del modelo de aislamiento frente a Estados Unidos que ha imperado en la isla. Un mes atrás, en mayo, Cuba había sido eliminada por pedido propio y como condición para las negociaciones entre ambos países de la lista de naciones que patrocinan el terrorismo en el mundo. Ello evidenció que los apretones de manos entre Barack Obama y Raúl Castro (que sucedió a su hermano Fidel al mando de Cuba) no eran sólo un gesto diplomático.

Casi al mismo tiempo, un triunfo del sistema social de salud de la Revolución se anunció en los medios de todo el mundo: Cuba fue el primer país en recibir la validación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) por haber eliminado la transmisión del sida y la sífilis de madre a hijo. Según varios medios españoles, el ministro cubano de salud atribuyó este logro al sistema “gratuito, accesible, regionalizado e integral” que opera en su país. Al modelo comunista de la isla pueden realizársele muchas críticas, pero lo cierto es que en la carrera por la validación mundial de este logro científico, Cuba ha llegado primero.

El haber retomado las relaciones diplomáticas con Estados Unidos y estar camino a finalizar el embargo también ha significado que otros países miren a Cuba como destino de inversión
. En los últimos días de junio del 2015, el gobierno de España, a través de su Compañía de Financiación del Desarrollo (Cofides) anunció una línea de financiación para proyectos de empresas españolas que decidan invertir en la isla por hasta 40 millones de euros. El secretario de Comercio de España declaró que ello era posible por el contexto de cambio político en Cuba tras la vuelta a las relaciones con Estados Unidos. Y también destacó que en este contexto, la nueva ley cubana de inversión extranjera extiende a casi todo el país los beneficios reservados a las inversiones extranjeras en la Zona Especial de Desarrollo de Mariel, la única parte de Cuba que había estado pensada todos estos años para atraer capital. 

Surgen entonces preguntas para el futuro: ¿Cuba terminará volviéndose un país con un sistema capitalista tradicional como casi todos los demás? Y si no, ¿cómo asumirá la sociedad cubana la entrada de capitales a su economía, junto con el modelo de vida que ello implica? ¿Podrá Cuba encontrar un punto de equilibrio entre el desarrollo económico y la manutención de sus servicios sociales de salud y educación? ¿Se convertirá en una especie de Suecia en América, donde la participación redistributiva del Estado en la economía es fuerte, y provee de un nivel de vida alto a su población? Y, además, ¿cuánto demoraría Cuba en recuperar el tiempo perdido por el aislamiento económico en el que ha vivido durante todos estos años? Aun cuando se trata de un país cuyo PBI no supera los US$70,000 millones de dólares, su relevancia simbólica como rezago de una época que marcó al mundo hace que Cuba hoy se enfrente a las miradas del mundo.



Ernesto ‘Che’ Guevara


A pesar de que la partida oficial de Ernesto Guevara dice que nació el 14 de junio de 1928, realmente fue alumbrado un mes antes, el 14 de mayo. Jon Lee Anderson relata el hecho así:

“(Su madre) explicó que la mentira había sido necesaria porque el día de su boda con el padre del Che estaba en el tercer mes de embarazo. Fue por eso por lo que, inmediatamente después de la boda, la pareja se alejó de Buenos Aires en busca de la remota selva de Misiones. Allí, mientras su esposo se instalaba como emprendedor dueño de una plantación de yerba mate, ella vivió los meses de embarazo lejos de los ojos escrutadores de la sociedad porteña. Poco antes del alumbramiento, viajaron río abajo por el Paraná hasta la ciudad de Rosario. Allí dio a luz y un médico amigo falsificó la fecha en el certificado de nacimiento: la atrasó un mes para proteger a la familia del escándalo” (Anderson, 1997).

El periodista norteamericano ironiza con que, al ser de mayo, el signo zodiacal del Che era “Tauro: una personalidad audaz y obstinada”, mientras que si hubiera sido de junio, habría sido de Géminis, “y para colmo un sujeto más bien mediocre” (Anderson, 1997). Esta genial ironía de Anderson no es gratuita. De no haber sido por la audacia, el liderazgo, la carencia de contemplaciones con la traición y la capacidad estratégica del Che 
esta última subordinada a la de Fidel, quizás la Revolución Cubana no habría triunfado. No en vano, uno de sus soldados, Enrique Acevedo (que cuando se unió a la guerrilla tenía apenas quince años), escribió en su diario. “Todos lo tratan con gran respeto. Es duro, seco, a veces irónico con algunos. Sus modales son suaves. Al impartir una orden se ve que manda de verdad. Se cumple en el acto” (Anderson, 1997). 

En 1943, Ernesto Guevara era un adolescente asmático cuya familia acaba de instalarse en Córdoba, una pintoresca ciudad en la sierra de la Argentina. Le gustaba el rugby y Alberto Granado, su compañero de equipo y amigo del alma, lo llamaba el ‘Fúser’. Antes de acabar sus estudios de medicina, en 1952, Guevara y Granado emprendieron un viaje por Sudamérica que cambiaría sus vidas. Sobre todo la del Che. Allí germinó su anhelo por un continente unido y socialista. En el epílogo de estas primeras aventuras inocentes se encontraría con el golpe a Arbenz y con los planes de Fidel. Pero algo que pocos saben es que su primera esposa fue peruana. Y aprista. Se llamaba Hilda Gadea y fue quien lo presentó en sociedad a los izquierdistas en Guatemala. Aunque el Che se separó de ella para casarse con su amor revolucionario, Aleida March, con Hilda tuvo una hija y compartió sueños por mucho tiempo. Cuando la Revolución ya había triunfado, la invitó a vivir a Cuba.

Como dirigente de la Revolución Cubana en el poder, Guevara asumió primero cargos relacionados al manejo económico: fue presidente del Banco Nacional y ministro de Industria. Además, fue él quien plantó la cara al auditorio de las Naciones Unidas para justificar los excesos de la Revolución. “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario (…) nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida (…) en esas condiciones nosotros vivimos por la imposición del imperialismo norteamericano”, dijo en su discurso del 11 de noviembre de 1964.

Se especula que fue Fidel Castro quien hizo entender al Che que su radicalismo no era bueno para el momento que vivía la Revolución Cubana en 1965 (Anderson, 1997). Fruto de ese entendimiento 
se dice, y en congruencia con su espíritu guerrillero, Guevara partió ese año al Congo en lo que esperaba que fuera una réplica de la experiencia cubana. Pero fracasó. Y si las especulaciones son correctas, ya no había lugar para él en la isla. Por eso, y sin dejar de lado su anhelo de una Latinoamérica libre y socialista, al año siguiente partió a Bolivia.

Son ya famosas las palabras que dijera antes de su muerte al soldado boliviano Mario Terán, mientras le apuntaba con un fusil semiautomático: “Sé que viene a matarme. Dispare, cobarde, sólo va a matar a un hombre” (Anderson, 1997). La operación que terminó con su asesinato fue auspiciada y supervisada por la CIA. Eliminándolo, Estados Unidos creía estar erradicando a uno de los mayores líderes revolucionarios del mundo. En realidad, estaba creando un símbolo. Anderson escribiría también: “La fe inquebrantable del Che en sus propias convicciones se afirmaba en la combinación insólita de una pasión romántica y un pensamiento frío y analítico”. La importancia icónica de la figura de Ernesto Guevara es tan grande como la de la revolución con la que triunfó. Él encarna al guerrillero por excelencia, al hombre capaz de indignarse por los demás y despojarse de todo egoísmo por ellos.

Este ensayo termina con una cita aparecida en la contratapa del libro de Ryszard Kapuscinski, Cristo con un fusil al hombro, cuya edición original es de 1975:

““Poco después de la muerte del Che Guevara, el pintor revolucionario argentino Carlos Alonso pintó un cuadro que inmediatamente se hizo famoso en toda América Latina y que, multiplicado en miles de copias, apareció en forma de cartel en los muros de La Habana y de Caracas, en las aulas universitarias de Lima y de Santiago de Chile, en las viviendas de los obreros brasileños y en las chozas de los campesinos mexicanos. Alonso había pintado una figura de Cristo con un fusil al hombre, figura que, por su aspecto y su atuendo, recordaba la de un guerrillero, fuera éste cubano, boliviano o colombiano. En los países de las dictaduras militares, la policía arrancaba el cartel de los muros; en Paraguay dieron con sus huesos en la cárcel los estudiantes que habían aprovechado la noche para pegarlo en las calles de Asunción. El cuadro de Alonso se ha convertido desde entonces en el símbolo artístico del luchador, del guerrillero, del hombre que, arma en mano y en las peores condiciones, combate la violencia y la arbitrariedad en su lucha por un mundo diferente, justo y bueno con todos los seres humanos”. Aunque no fue el Che sino el sacerdote Camilo Torres, abatido a tiros arma en mano, quien había hecho de prototipo de la figura de Cristo con un fusil. Sin embargo, sólo la muerte del Che, en vísperas de la revuelta del 68 y en un mundo inmerso en la Guerra Fría, dio comienzo a la leyenda que inspiró a los jóvenes rebeldes de los países del Sur, que se desangraban bajo la férula de unos regímenes tan genocidas como impunes” (Kapuscinski, 2010).


Bibliografía


ANDERSON, JON LEE

1997                          Che Guevara: una vida revolucionaria. Traducción de Daniel Zadunaisky. Barcelona: Anagrama.



GUEVARA, ERNESTO

1960                          La guerra de guerrillas. Segunda edición. Nueva York: Ocean Press.



KAPUSCINSKI, RYSZARD

2010                          Cristo con un fusil al hombro. Traducción de Agata Orzeszek. Primera reedición. Barcelona: Anagrama.



MARCH, ALEIDA

2011                          Evocación: Mi vida junto al Che. Nueva York: Ocean Press.



WALSH, RODOLFO

1995                          Ese hombre y otros escritos personales. Buenos Aires: Seix Barral.



*Consultas a las páginas web de la BBC Mundo (español), El País, El Mundo, Semana Económica, e informaciones de la agencia Prensa Latina.

Cinco Esquinas de problemas para Vargas Llosa

Crítica.
Novela escrita por Mario Vargas Llosa. 


Foto: América Economía.


Cinco Esquinas no está ni por asomo cerca del mejor Vargas Llosa. Atrás quedó la destreza con la que el escritor manejaba los saltos temporales, intercalando las historias de Zavalita, Ambrosio, Cayo y Don Fermín en Conversación en la Catedral. Lejos 
muy lejos– están esos capítulos que se articulaban al milímetro para sostener una narración vibrante de principio a fin. En su última novela, en cambio, Vargas Llosa presenta un relato soso, predecible, con personajes planos que se ahogan en reflexiones inútiles sobre sucesos (“¿se habría equivocado al echar a Garro de su oficina?”) o en sensaciones generales (“se sintió mareado”, “las manos comenzaron a sudarle”) que no aportan mayor profundidad a sus perfiles. Salvo, quizás, la Retaquita y en menor medida Juan Peineta, uno termina el libro sin haberle agarrado una pisca de cariño a sus personajes, signo inconfundible de que la búsqueda de empatía, ese lazo literario que intenta establecer toda obra con su lector, ha fracasado. 

La novela tampoco emociona debido a su predictibilidad. El lector no se asombra con los quiebres de la trama porque ya está preparado para ellos. Y si esto no queda claro a lo largo de toda la obra, se hace absurdamente evidente en el último capítulo. Desde la primera reflexión de Quique sobre Luciano, uno ya sabe 
no lo sospecha, lo sabe cuál será el desenlace final de esa tarde de parejas. (¿No era ya suficientemente obvio lo que iba a ocurrir como para, encima, poner el título del capítulo entre signos de interrogación?) Una crítica aún más dura merece el capítulo previo, el penúltimo. Sorprende que el autor no haya encontrado una forma más original para contar la hazaña de la Retaquita contra el régimen que hacer un recuento de todo lo contado hasta el momento en supuesto lenguaje periodístico, sin aportar ningún giro ni dato nuevo. Puede que este recurso funcione en lenguaje audiovisual, pero en el papel resulta muy débil. Para el lector que llega hasta ese capítulo, aún con fe en la novela, sólo queda la resignación.

Pero más allá de estas falencias en su columna vertebral, Cinco Esquinas cojea también cuando es sometida a la prueba de credibilidad. No se trata aquí de la discordancia entre que “hace diez años” el Perú venga siendo asediado por los coches bomba, los secuestros, los diarios chicha y el reinado del Doctor, cuando a los diez años del régimen fujimorista los dos primeros elementos ya no eran parte de la atmósfera social del país. Eso no rompe el pacto ficcional porque, conforme avanza la novela, el lector ya ha sido advertido de que, para continuar, debe aceptar la existencia de personajes y circunstancias no históricas, entendiendo que Vargas Llosa escribe para un público global con un ‘conocimiento enciclopédico’ 
como lo llama Eco distinto al de los peruanos.

Lo que realmente rompe el pacto ficcional es la presencia innecesaria del autor en el relato. Esto se siente con especial énfasis en tres elementos. El primero aparece de improviso, cuando Vargas Llosa busca describir al golf a través de uno de sus personajes. Sin embargo, dada la poca profundidad con la que éste ha sido perfilado, los adjetivos parecen más salidos de la percepción de Vargas Llosa sobre este deporte. 

El segundo es el uso de la jerga. A lo largo del libro se acumulan diálogos en los que los personajes emplean palabras claramente desfasadas respecto al tiempo en el que se desarrolla la historia (los años noventa), Parece más una jerga que emplearía el propio autor en sus conversaciones. Y aunque para el lector resulte posible aceptar la imprecisión histórica, el mal uso de la jerga sí derrumba la fantasía por completo (Disclosure: quien escribe esta reseña fue criado en los noventa, por lo que quizás cuente con un conocimiento enciclopédico mayor al promedio sobre esta materia, lo que haría poco objetiva su apreciación). 

El último elemento que quiebra el pacto ficcional es la descripción innecesaria de las obras de arte que adornan las residencias de los personajes adinerados de Cinco Esquinas. ¿Aporta algo a la construcción de la atmósfera decir que hay un cuadro de De Szyslo en la pared del departamento? Para un lector desconocedor, esto parece más una vanidad de Vargas Llosa que un elemento significante. El lenguaje en el que está escrita la novela 
por ejemplo, con indicadores explícitos de que un personaje está pensando algo cuando lo está pensando indica que Cinco Esquinas no pretende ser un relato escrito para eruditos. Por ello, bien hubiera hecho su autor en prescindir de estos pasajes, que únicamente delatan su presencia en el texto. Y todos sabemos que cuando una novela se exhibe a sí misma como tal, como una historia escrita por alguien, pierde toda su magia.

Lobos de Mar: El suspenso arriba, siempre arriba

Reseña



En diez años, la televisión peruana no ha vuelto a producir algo que se le parezca. Entre Misterio y La Gran Sangre, sus dos grandes éxitos, Capitán Pérez 
la productora de Jorge Carmona y Aldo Miyashiro filmó Lobos de Mar: un ejercicio único y extraordinario que le significó un rotundo fracaso de rating. Una serie que Frecuencia Latina (ahora sólo Latina) nunca volvió a transmitir. Gran error.

Estela, una amable e influyente empresaria, llega un día al balneario de Pucusana para intentar convencer a sus moradores de que la apoyen en sus audaces planes de rentabilizar el puerto. Pero esa misma noche es brutalmente asesinada. Esto gatilla el conflicto dramático de la serie, sostenido con maestría hasta el último de sus treinta y un capítulos. Quizás la mayor virtud de Lobos de Mar sea esa pericia para construir suspenso y mantenerlo siempre arriba. El espectador nunca logrará adivinar la identidad del asesino hasta que lo tenga frente a sus ojos en la escena final.

Leonardo Oviedo, el socio de Estela, crea un segundo nivel de tensión cuando decide mudarse a territorio enemigo para resolver el misterio y concretar el prometedor negocio. Lo acompañan Mariana, su novia; Charo, su secretaria 
y amante; y Ramos, su torpe asistente. En la pugna entre el pueblo de Pucusana y los nuevos intrusos, Miyashiro materializa dinámicas sociales salpicadas de racismo, machismo y corrupción. Todo ello acompañado de atractivos microrelatos que suman al argumento principal. Merecen una mención especial Zacarías y Anguila, una pareja de amigos orates con cualidades premonitorias, interpretada magistralmente por Pietro Sibille y Emilram Cossío.

Lobos de Mar es un producto extraño para el Perú. No se enmarca en los típicos valores de familia y compañerismo de las series que alcanzan el prime time, y su guion no apela a retribuciones inmediatas para el espectador. Utiliza personajes absolutamente arquetípicos para construir una trama que, sin embargo, nunca cae en el lugar común ni en el facilismo dramático. Profundiza en el arte del suspenso con devoción y logra domesticarlo con maestría. Conforme los asesinatos aumenten en número y en crueldad, la serie se convertirá en la batalla de todo un pueblo contra un antagonista anónimo. Y esta voluntad contenida será canalizada por Tony Blades, un antihéroe seductor que finalmente terminará resolviendo el misterio de Pucusana.

American Sniper: Lo malo de hacer las cosas fáciles

Crítica. 
Película dirigida por Clint Eastwood. 




Quizás el momento más incómodo de la 87° edición de los Premios Oscar tuvo lugar ni bien empezada la gala, cuando Neil Patrick Harris dijo en broma que American Sniper era responsable por más de la mitad de los 6,000 millones de dólares recaudados por las ocho películas que aspiraban a la estatuilla más importante de aquella noche. La cámara, de inmediato, se enfocó en los aplausos de su director, Clint Eastwood, mientras Harris se despachaba con más chistes al respecto. Lo incómodo, sin embargo, era eso que los miembros de la Academia ya sabían para entonces y que se iría revelando conforme se conocieran sus votaciones: que de las ocho historias mencionadas, American Sniper era probablemente la peor.

Chris Kyle fue un soldado tejano que se convirtió en leyenda durante la ocupación militar de Estados Unidos a Irak, por ser el francotirador más letal de la historia de su país, con 160 bajas registradas. Cuando lo contactaron para rodar la película, Eastwood terminaba de leer la autobiografía escrita por Kyle en la que se basa el guion de su cinta. No resulta difícil entender, entonces, por qué un republicano confeso como él aceptó de buena gana dirigir una película sobre un soldado que probablemente respeta y admira. Sin embargo, sí llama la atención la ligereza con la que pretende vendernos un filme que evita a consciencia acercarse a cualquier toma de posición respecto al tema de la invasión.

American Sniper es una película sobre americanos hecha para el regodeo de la sociedad americana. O mejor dicho, para la gran porción de esta que apoya 
o al menos tolera las intervenciones militares de su país. Y nada más. La primera gran falencia de la cinta es su ausencia de discurso político al tratar un tema que claramente lo demanda. No sólo se aleja todo lo que puede de la actitud crítica, sino que, del otro lado, tampoco presenta ningún argumento significativo para legitimar la intervención bélica que sirve de contexto a la historia. En cambio, cae en el cliché más básico, presentándonos al francotirador como el prototipo de héroe salvador frente a una sociedad irakí totalmente deshumanizada, carente de cualquier otro rasgo de personalidad más que la barbarie, y sin una sola línea de diálogo en el guion. 

Podría decirse, incluso, que la cinta es más un western que una película de guerra: el protagonista que deja el hogar para ir a luchar contra lo incivilizado, que acecha detrás de las fronteras de los suyos. Puede que esta fórmula burdamente reduccionista sea atractiva para la gran masa americana pro bélica y poco educada (así se explica su éxito de taquilla), pero para el resto del mundo resulta incomible.

Pero concedámosle el beneficio de la duda a la película: asumamos que decidió sacrificar el aspecto político para concentrarse en los conflictos emocionales del personaje principal, causados por sus largas temporadas en el campo de batalla. Para ello se intercalan escenas de conflicto en Irak y Estados Unidos. En las primeras, el dilema es siempre ético: disparar o no disparar. Y la respuesta es siempre la misma: hacerlo. Del otro lado, los conflictos planteados para la vida de Kyle en Estados Unidos se resuelven siempre demasiado rápido y de manera muy ligera. Por ejemplo, cuando el psiquiatra detecta alteraciones graves en el protagonista, estas son compensadas con una simple visita al centro de rehabilitación de soldados. Otro: cuando su extraña presión alta se le cura manejando por la autopista. La relación áspera que desarrolla con su esposa y la dificultad en el trato con sus hijos son, quizás, lo rescatable de la película. Sin embargo, al poner tanto peso en la historia del francotirador, la cinta convierte a los personajes secundarios en accesorios sin atractivo, con historias paralelas carentes de profundidad narrativa. El ejemplo más claro
 es su hermano, un muchacho débil con el que mantiene una relación paternal, pero del que de pronto simplemente dejamos de saber. 

Dos últimos puntos terminan por destruir la película. El primero, la decisión de la producción de no mostrar el asesinato de Kyle. Con ello, quiebran el ritmo pausado de toda la edición, dándole una conclusión demasiado abrupta. Lo otro es el falso bebé que ha sido motivo de burlas en todo el mundo. Y es que, aun cuando Eastwood ha declarado que el niño real tuvo un resfriado el día que debía filmar la escena, ¿se justifica que una película de 58 millones de dólares grabe un papelón semejante?

Una sola estatuilla se llevó American Sniper en los Oscar que pasaron, por tener la mejor edición de sonido. Uno de esos premios secundarios que probablemente pocos recuerden. Y la verdad es que este resultado hace justicia a lo que es la película: un bodrio taquillero en base al cliché facilista. Eso sí, todo ello no es más que una anécdota en la brillante carrera de Eastwood como director. Una anécdota de la que, quizás, por lo ligera que fue, se olvide bastante rápido.

Todos los matices de una historia de amor

Crítica a la obra de teatro Un informe sobre la banalidad del amor.
Escrita originalmente por Mario Diament.
Dirigida y adaptada por Carlos Tolentino.

Foto: Diario Correo.



No hablemos aquí de la actuación ni de la puesta en escena, pues ambas son lo suficientemente buenas como para pasar desapercibidas respecto a lo realmente descollante de la obra: el guion. Un guion que brilla a pesar de todas sus capas. Un informe sobre la banalidad del amor debe quedar claro no nos cuenta una historia sencilla. Presenta, en cambio, un complejo entramado de ejes, líneas y planos llamémoslos así que, contraviniendo el sentido común, se conjugan con la naturalidad justa para lograr una pieza conmovedora.

El guion plantea dos ejes de conflicto entre los ahora célebres filósofos Hannah Arendt y Martin Heidegger. El primero queda claro desde la escena inicial: se trata de una historia de amor. El segundo, que tarda en plantearse varios minutos, está en el terreno de lo político. En ambos ejes podemos reconocer narrativas arquetípicas. Por un lado, el amor clandestino entre un hombre adulto y una mujer joven 
profesor y alumna, como elemento potenciador, en el que el deseo de ella es castrado por la sumisión de él a las convenciones sociales. Es la batalla inconfundible entre el marido infiel que no estará dispuesto a dejar a su familia, y la chica que sufrirá por no poder tenerlo. Del otro lado está el conflicto entre los oprimidos y el poder encarnados por Arendt y Heidegger, respectivamente, narrativa cuya principal característica es su construcción gradual desde la tranquilidad hasta el destierro, pasando por distintas etapas de persecución y hostigamiento. Si bien en la obra se trata del nacionalsocialismo y la comunidad judía, bien podríamos estar hablando de la dictadura militar y la izquierda, o del comunismo y sus disidentes.

Las dos batallas tienen vencedores evidentes, pero distintos. En el amor, Hannah pierde desde la primera hasta la última escena, incapaz de superar aquello que siente por Martin, o de enamorarse de otro hombre durante toda su vida. En lo político, el curso de la historia le entrega la revancha. “Hablas con la arrogancia de los vencedores”, le dice Heidegger en una escena, mientras intenta obtener su perdón por haber sido un soporte intelectual para el nazismo. Ambas fuerzas antagónicas 
una que los atrae y la otra que los repele se articulan tan bien en el guion que la historia no cede nunca ante el riesgo de lo predecible o de lo ridículo.

Estos dos ejes narrativos se vinculan, a su vez, en dos planos: a la labor de los actores en el escenario se suma la proyección, en una pantalla, de entrevistas grabadas a tres académicos especialistas en el trabajo de Heidegger y Arendt. Si bien el peso narrativo continúa sobre aquello que pasa sobre las tablas, lo que se cuenta en la pantalla va atando 
con finezaalgunos cabos que podrían haber quedado sueltos para un público que no necesariamente es erudito en la materia.

Estos dos planos, finalmente, son los que hacen más digeribles las dos líneas de reflexión filosófica que subyacen a todos los demás elementos de la obra: el concepto del amor y la banalidad del mal. El amor 
entendido ahora más allá del mero conflicto narrativo aparece como una fuerza extra-mundana, trascendente, que se ubica por encima de todo lo demás, incluso del horror del nazismo. “Como es de otro mundo, se justificaría que el amor sea amoral, pues los amantes estarían permitidos de crear su propia moral”, explica la profesora Adriana Añi en la proyección.

Y como queda claro desde su nombre, la obra está plagada de referencias evidentes a la teoría esbozada por Arendt tras el fin de la guerra: que el mal encarnado por los nazis fue nefasto, pero se originó en banalidades. En categorías tan superficiales como la ausencia de juicio crítico sobre la bondad o maldad del orden social al que se pertenece. Arendt describió una Alemania en la que sólo los altos mandos nazis tuvieron voluntad criminal, mientras que el resto de ciudadanos se acomodó para poder sobrevivir o ascender en la escala social. En las excusas que presenta Heidegger durante la escena final 
la de la cafetería encontramos un ejemplo casi perfecto de todo lo escrito por Arendt para explicar al nazismo. Y resulta curioso que esa teorización haya sido construida bajo el impulso casi inquebrantable de los sentimientos que tenía la filósofa judía por su profesor alemán. 

27 enero 2016

Clímaco Basombrío: Más vale tarde que nunca

Crónica. 


Han pasado 14 años de los 20 a los que Clímaco Basombrío fue condenado por destrozar a martillazos el cráneo de una adolescente y dejar en coma a una empleada del hogar. Cuando se conocieron los hechos, el país quedó asombrado por la brutalidad de un crimen que parecía haberse cometido en el estrato social equivocado. ¿Por qué se convirtió en asesino un chico que había decidido acompañar todos los domingos el cuerpo de Cristo hasta el altar?


Clímaco, gente como tú no se olvida. Lo sabe ya Ida Merino Alburqueque, la empleada cuyos sesos yacen regados por el suelo del departamento de la familia Brenes Hague, en un edificio de Surco. Y está a punto de saberlo Alexandra Brenes, de 16 años, que baja las escaleras iluminada por los últimos rayos de sol de esa tarde de sábado. El martillo, aún caliente, lo tiene él escondido debajo del polo. Ha intentado enjuagarse, pero los chorros de sangre de la cabeza de Ida salpicaron por todos lados, ensuciándolo sin remedio.

¿Qué pasó? de fondo suenan los acordes de una canción de rock tocada en la azotea.

Nada. La empleada se cayó de las escaleras. 

¿Ida? grita ella. La música se intensifica ¿Ida?

Alexandra, no pasa nada…

¡Sebastián! se desespera ¡Sebastián!

El primer martillazo le cae sobre la nuca. Después, varios golpes de puño en la boca para que se calle. Las notas se encienden en el piso de arriba. El martillo se hunde en el cráneo de Alexandra. Gritos, rock. Algo quema en su interior. 
La arrastra hasta la habitación mientras le sigue dando de martillazos. Allí la cubre con una almohada y sus gritos se ahogan. Sólo se oye el ritmo frenético de la música. El martillo sube y baja; quiebra. Diez, veinte, treinta, cuarenta. Cuarenta y cuatro martillazos. Los huesos de la cabeza de Alexandra se mezclan con su masa encefálica. Convulsiona. Él la ve y no hace nada. No siente nada. 

Lo único que le importa es que ella ahora también lo sabe. Y lo sabrán pronto Sebastián Brenes y Carlos Lescano. Lo sabrán todos. Como lo supo aquel visionario compañero suyo hace sólo un año, cuando terminó de escribirle la reseña para el anuario de la promoción LVIII del Colegio Santa María. Ese chico no eligió desearle suerte, ni decirle que le iba a ir bien en la vida. Tampoco quiso poner que lo iba a extrañar. No. En cambio, eligió siete palabras inocentemente premonitorias: Clímaco, gente como tú no se olvida.


***

Matar es romper un tabú. Todos los asesinos del mundo comparten esa sustancia; fueron capaces de cruzar esa línea. Pero aún entre homicidas, el dinero separa y define. Por ejemplo, ningún medio publicó el nombre del colegio que Alexander Manuel Pérez Gutiérrez, alias ‘Gringasho’, tuvo que dejar a los 15 años para ser internado en un centro de rehabilitación de menores en Trujillo. La historia de Gringasho era la de un adolescente sin dinero que mata para conseguirlo. Una historia coherente. La de Clímaco, en cambio, era la encarnación morbosa de la ironía. Los ricos también matan. Una sátira que el Trome retrató a toda portada: ‘Pituco revienta Natacha’.

Tras el asesinato del 7 de julio del 2001, de Clímaco Basombrío se supo dos cosas: que el instrumento que usó para destrozar a sus víctimas fue un martillo y que acababa de egresar de un colegio de gente con dinero. En el corazón de Chacarilla del Estanque, el Colegio Santa María Marianistas ocupa 20 hectáreas de terreno arbolado entre la Avenida La Floresta y el Centro Comercial Caminos del Inca: grandes extensiones de verde interrumpidas por pabellones de aulas multimedia, canchas deportivas de medidas oficiales, laboratorios, coliseo, auditorio y una piscina semiolímpica. S/.1,800 soles de pensión mensual a la fecha. Todos los que han estudiado en sus aulas son hombres. Clímaco fue 
por ocho años uno de ellos. Ocho, porque repitió cuarto de media. 

Había crecido en una casa de 1,200 metros cuadrados en el corazón de San Isidro. Su padre, el ‘Gordo’ Basombrío, había sido el ídolo de su infancia. Juan Clímaco se llamaba, igual que él. Pero un día, cuando tenía 11 años, ataviado en su camisita blanca y su short negro de primaria, el pequeño Clímaco se enteró que su viejo se había muerto de un infarto. Y desde entonces todo cambió en su casa, empezando por la situación económica de la familia. Él, sin embargo, se siguió apellidando Basombrío Pendavis, en un círculo en el que los apellidos
todavía hacen que algunas cosas sean más fáciles. 

Por asesinar a una chica de 16 años y dejar en coma a una empleada del hogar, Clímaco fue condenado a pasar 20 años en Lurigancho, un penal-ciudad: sobrepoblado, hacinado, mugriento y sin ley. Un lugar para asesinos pobres, no para él. Pero resultó que 
como ocurría afuera en Lurigancho el dinero y la fuerza significaban comodidad y protección. Y los apellidos, al menos, le aseguraban dinero. 

En un reportaje de Caretas realizado 12 días después del crimen, Clímaco aparece alojado en el sector de Mantenimiento de la cárcel, esperando su juicio bajo el manto protector del ‘taita’ del pabellón 15, Miguel de Osma Berckemeyer. Lo importante de ‘Miguelón’ no era que estaba ahí por asesinar a su vecino de la Encantada de Villa, Juan Succar Hampton, sino que se apellidaba De Osma y Berckemeyer. Y que, por ende, tenía ambos: fuerza y dinero. Sobre todo lo segundo. Según fuentes de Caretas, almorzaba todos los días con el alcaide y financiaba obras como el resembrado de los jardines de la entrada del penal.

Solidaridad de clase: Juan Clímaco Basombrío Pendavis compartía habitación con Miguel de Osma Berckemeyer. Del Colegio Santa María al Penal de Lurigancho 
debe haber pensado, en todos lados hay gente de nivel. Un profesor contaría 14 años después, casi susurrando, que el colegio se encargó de pagar cupos para la protección de Clímaco dentro de la prisión en los años que siguieron. 


***

A Clímaco se le murió papá de un infarto a los 11 años. Duro, difícil. Un evento, sin dudas, traumático. En el colegio le llamarían una prueba de dios. Allí a dios se lo inocula por los poros. Y cuando no es dios, es la Virgen María, la imagen predilecta de la congregación Marianista. Misas por todo; de lunes, de viernes, de celebración, de congoja, de apertura y de cierre. Clímaco buscó en la religión las respuestas a un evento fortuito y terminó convirtiendo a Eduardo Rodríguez, el capellán del colegio, en su confesor. La figura paterna que le faltó durante años. Cuando Rodríguez se enteró de los 44 martillazos de su alumno, sufrió un infarto que lo mandó al hospital. Justo igual que papá. El cura no murió, pero padeció un severo cuadro de depresión por largo tiempo.

Clímaco estuvo metido de lleno en la actividad pastoral del Santa María. Era misionero, catequista y acólito. Llevaba ayuda a los niños pobres de la selva, consejería espiritual a los futuros confirmados y acompañaba de cerca al cuerpo de Cristo durante las celebraciones religiosas. Incluso fue parte de la comitiva peruana que viajó a Roma para la beatificación de Guillermo José Chaminade, el fundador de la congregación Marianista. Era lo que cualquier redactor holgazán describiría como ‘el chico bien’ que fue poseído por el demonio.

Y es que esa opción es mucho más fácil. La otra significa tomarse el trabajo de desmentir el perfil institucional que los colegios católicos han creado sobre sus alumnos. Implica, por ejemplo, aceptar que los chicos del Santa María también se drogan. En una entrevista con Caretas, Sebastián Brenes dijo haber fumado marihuana la noche anterior al asesinato de su hermana. El examen toxicológico practicado a Clímaco 
siempre según Caretas anunciaba cocaína. Él negó haberla consumido de manera consciente y la usó como justificación para sus actos. 

La única forma de explicar mi comportamiento es que, por hacerme una broma, pusieron coca en la Inca Kola dijo durante su juicio oral. Yo me he metido tiros en el penal, pero de coca pateada, la que ellos me dieron debió ser purísima.

Mentira le respondió el juez. Todo el mundo sabe que en el penal al que trae coca impura lo matan. 

Bueno, usted la habrá probado sentenció él, desafiante. 

Quienes cubrieron el caso tejieron casi tantas hipótesis como los golpes de martillo que dio Clímaco. Unos dijeron que estaba secretamente enamorado de la hermana de Sebastián y que la mató porque no le hacía caso. Otros concluyeron que era gay porque nunca había tenido una relación formal, y porque lubricó cuando le hablaron del coito entre hombres durante un peritaje psicológico. En una entrevista con Caretas, Sebastián Brenes ensayó: “pudo haber sido la envidia, [él] también tiene una hermana menor en el Villa María, una mamá y falta la figura paterna en ambas casas. Pero a nosotros nos veía contentos, unidos”.

Clímaco, eso sí, nunca negó ser un asesino. Según el abogado que vio su caso, Luis Felipe Cortez, cuando la policía lo capturó en el departamento del Jirón Trinitarias 100 de Surco, una de las primeras cosas que dijo fue: “No sé qué ha pasado. Si es necesario, métanme a la cárcel o mátenme. No sé por qué lo he hecho, pero yo lo he hecho”.



***

El sábado 7 de julio del 2001, alrededor de las 2 de la tarde, Ida Merino le abrió la puerta a quien horas después la dejaría en coma por varios días. Alexandra Brenes y Lilian Hague, su madre, saludaron amablemente al invitado y le ofrecieron brownies. Clímaco Basombrío había hecho lo mismo durante casi todas las tardes del último mes: visitar a su amigo Sebastián, quien aquel día acababa de confirmar su ingreso a la Universidad San Ignacio de Loyola. “Una universidad fácil”, la llamaría Clímaco después. Para unirse al festejo llegó Carlos Lescano, miembro junto a Sebastián de la banda escolar de rock ‘Canchita Serrana’. Lilian Hague salió del departamento y dijo que volvería a las 7. Se despidió de su hija por última vez.

San Juan Clímaco nació en Siria casi 600 años después de Cristo. Fue abad de un monasterio en el Monte Sinaí. Allí practicaba el ascetismo, el aislamiento voluntario del mundo y sus placeres. Su obra cumbre: La Escalera al Paraíso. En griego 'clímax' significa escalera. Clímaco, el que la sube.

Clímaco Basombrío subió junto a sus dos amigos la escalera hacia la azotea del departamento de los Brenes. Ellos cogieron los instrumentos y empezaron a tocar. Él bajó por un vaso con agua y volvió a subir. Luego bajó para tomar prestada una corbata de Sebastián. La tercera vez que lo hizo fue para llamar a su casa desde el teléfono del cuarto de Alexandra. Cuando terminó de hablar, ella le pidió que avise a la empleada. Él acató. Salió del cuarto y se quedó mirando la escalera. En uno de sus peldaños estaba el pecado. Un martillo. El boleto fuera del paraíso. Nunca se confirmó quién lo puso ahí.

La cara de Clímaco está siempre tranquila. Algo falta en su semblante. Una expresión. La única vez que una cámara lo captó sonriendo fue durante su juicio oral, en el que respondió con insolencia y sarcasmo. Aún hoy parece que la mayor parte del tiempo sólo mira al vacío. 

Aquella tarde de julio del 2001, Clímaco Basombrío martilló las cabezas de Ida Merino, Sebastián y Alexandra Brenes a ritmo de rock. Sólo la última murió. Entre Sebastián, Carlos Lescano y un serenazgo lograron neutralizarlo. Después de mucho esfuerzo, lo echaron en un puf y ya sin poder moverse–, Clímaco exclamó: “¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho? Mi mamá me va a matar. Yo sólo vine por una corbata”. 

Han pasado 14 años desde que comenzaron a llamarlo ‘el Loco del Martillo’. Su condena es de 20. Como su caso es demasiado mediático, le han negado hasta tres pedidos de libertad condicional. Pero Clímaco sabe que ya falta poco. Que pronto podrá volver a subir la escalera hacia alguno de esos paraísos que imagina por las noches en la oscuridad de su celda. 


En los anuarios del Colegio Santa María, debajo de las reseñas que les escriben sus amigos, los alumnos colocan una frase que quieren dejar para el recuerdo. Una frase de su propia cosecha. “Más vale tarde que nunca”, fue lo que puso Clímaco. Y hoy se lo debe seguir repitiendo: más vale tarde que nunca.

10 enero 2016

De Lima a Cusco: Cómo cruzar el VRAEM en tres días y medio

Manual. Crónica. 

Que la idea nazca un 25 de diciembre. ¿No anda con ánimo para fiestas? ¿No hizo planes como siempre para año nuevo? Trace una ruta, póngase una meta. Va a ver cómo le cambia el humor. Empiece haciéndose tres preguntas. ¿Dónde se encuentra usted en este momento? En Lima. ¿A dónde se está yendo toda la gente que conoce? A Cusco. ¿A dónde no se está yendo nadie, absolutamente nadie? Al VRAEM. Tome un mapa y una los puntos. ¿Se puede cruzar? Sí. Ya tiene la ruta. ¿Y la meta? Llegar a Cusco antes de la noche de fin de año. 

Elija luego a un compañero. Uno que se encuentre en la misma situación que usted. Júntese con él esa misma noche con una excusa cualquiera; ir a ver Star Wars es una buena. Cuéntele su plan. Si tiene los amigos correctos, reconocerá su cara de emoción al instante y sabrá que está abordo. “¿Qué, nos vamos?” “Nos vamos, huevón”. Partirán el lunes 28. Hasta entonces, tiene un sábado y un domingo para hacer las cosas de siempre: salir a tomar unos tragos y chorrear en su cama. Aquí, seis consideraciones previas:

1. La ruta que hará no es una ruta turística. Usted no va al VRAEM a hacer turismo. A menos que sea un fotoperiodista profesional, no tiene sentido llevar una cámara colgada del pecho. Use su celular.

2. Usted tampoco va al VRAEM a ser ‘mochilero’. Usted recorre un camino con sus cosas cargadas en una mochila, pero no está mochileando [1]

3. Usted no va a estudiar la vida de nadie, ni a investigar las dinámicas sociales de nada. No tiene derecho a sacar conclusiones sobre la gente que vea o conozca en sólo tres días.

4. Menos es más. Aplica para todo: el equipaje, los gastos, los prejuicios. Ninguna pregunta es estúpida; la mayoría de preocupaciones sí lo son.

5. Sáquese de la cabeza las palabras ‘narco’ y ‘terruco’ por unos días, no le servirán de nada.

6. Vacúnese contra la fiebre amarilla. No sea idiota, no haga que los mosquitos se conviertan en una fuente de angustia. En el aeropuerto vacunan todos los días, a toda hora, por S/.84 [2]. Pero si la idea surgió un 25 y estará en la selva un 28, ya no tiene sentido. La vacuna necesita, como mínimo, 10 días para inmunizar. Un buen repelente y tres pastillas de vitamina B al día ayudarán.



***

Despiértese el lunes con la emoción de tener que hacer la mochila una vez más. Esa sensación es impagable. Disfrútela. Llegue con su amigo al Terminal de Yerbateros alrededor del mediodía y pregunte por un pasaje a Tarma. No se preocupe si la expresión en su cara dice que no sabe lo que está haciendo. Usted, en adelante, no sabe lo que está haciendo, y se amparará en la premisa de que la gente allá afuera es buena y no lo quiere cagar. Esto será cierto el 99% de las veces.

Pero esta vez, deje que le cobren S/.30. Luego la señora le dirá que a ella le cobraron S/.25 y la otra señora se burlará porque a ella le cobraron S/.20. No importa. Usted déjese estafar. Porque para poder cobrarle S/.30, la chica detrás del mostrador deberá ingresar al sistema que su destino no es Tarma, sino La Merced. Y así aparecerá escrito en su boleto. Y en algún momento de ese primer tramo, usted se dará cuenta de que ya se hizo demasiado tarde para parar en Tarma, y decidirá irse directo hasta La Merced. El cobrador no podrá decirle nada. Usted habrá ganado jugando limpio.

El bus dejará atrás Chosica, Matucana y San Mateo; cruzará Ticlio y bajará por La Oroya; tomará el desvío a Tarma, seguirá hacia San Ramón y llegará a La Merced casi a las diez de la noche, con tiempo suficiente para tomar una moto y buscar dónde llenar la barriga. Un cuarto con dos camas en un hotel frente a la plaza le costará S/.60. Fúmese un cigarro, coja una buena película en el cable y quédese dormido. Es lunes, hay luna llena y aún está en terreno conocido. 


La Merced.

Aproveche la mañana siguiente para dar una vuelta por la ciudad, pues no le alcanzará el tiempo para caminar a las cataratas. Saque plata del cajero. Si tiene tarjeta de Scotiabank, esta es el último lugar en el que encontrará uno. A mediodía, vaya al terminal y coja un carro a Satipo (S/.20). El conductor se llamará Urbano Ezequiel Ataucusi. Pregúntele si el Frepap sigue existiendo después de que su líder no resucitó como había prometido [3]. Sienta cómo se vergüenza. Pronto pasarán frente al local de los monjes del pescadito y soltará una risa ahogada. 

Hablen, en cambio, de las coimas a los policías de carretera y de la gran nube negra que se está formando en el horizonte. Llegarán a Satipo a las tres de la tarde, en medio de una lluvia imposible. Aproveche para almorzar tacacho con cecina, chorizo y jugo de cocona. Agradezca a dios por la gastronomía de la selva. Coma con la satisfacción de estar en camino hacia algún lado.

Todavía en medio del diluvio, tome un carro que lo llevará a Mazamari y, luego, a San Martín de Pangoa (S/.10). A partir de aquí, olvídese del asfalto. Las motos se convertirán en vehículos de cuatro pasajeros; los mototaxis, de siete; y las pick-up, de 12 o 14. Llegará a San Martín con los últimos rayos de sol de la tarde, así que busque un cuarto de dos camas por S/.50 a una cuadra de la plaza. Mientras se acomoda, observe cómo empieza a oscurecer. Saque un poco de la marihuana que ha llevado y fúmela. Relájese. Piense en las personas que extraña. Piense en Cusco. Este será el último momento de quietud que tendrá en su viaje. Déjese arrullar por la lluvia y piense.



***

De pronto, despiértese a medianoche, desorientado y con la sensación de que no va a lograrlo. Mientras su amigo aún duerme, escabúllase entre el barro y las sombras hasta la tanqueta apostada frente a la comisaría. Lea: Frente policial VRAEM - Pangoa. Converse con los tres policías que hacen turno en la puerta. “Jefe, ¿cómo llego a Pichari? Mi pata y yo queremos llegar a Cusco para año nuevo”. Escúchelos desanimarlo. Que es temporada de lluvias, que el pase está cerrado, que ningún carro va para allá. La única opción sería bajar hasta Puerto Ocopa y subir dos días por río –le dirán–; después, de Pichari a la ciudad de Cusco son dos días más de camino. Usted sólo escúchelos y pregunte. Empápese de nombres y posibilidades.

En un momento, uno de ellos lo mirará con desconfianza. “¿De dónde eres? ¿De qué barrio de Lima?”. Recuerde que no es turista, ni mochilero, ni investigador; diga de dónde es, cuente lo que está haciendo y a dónde quiere llegar. Invéntese que en Cusco lo espera la familia. El más buena onda de los tres lo mirará y le dirá que mañana, al alba, se aposte en una esquina determinada del pueblo. Que de ahí pueden salir carros hacia Pichari, pero que no le asegura que vaya a llegar a tiempo. Agradezca y despídase. Camine hasta su cuarto cobijado por la penumbra y quédese despierto, mirando la pared.

Analice el panorama y recrimínese por haberse puesto una meta imposible. Dígase a sí mismo que debió haber previsto un día de ventaja para llegar a Cusco si no sabía cuánto iba a demorar. Sienta la decepción: pasará año nuevo en una carretera en medio de la selva. Ha fallado. La ha cagado. Pero entonces, recuerde cuál es su meta. Cuente las horas que le quedan para cumplirla: 47. Dígase a sí mismo que en esas horas usted va a llegar a Cusco, sea como sea. Que usted, cuando se propone algo honesto, lo logra. No importa cómo. Cierre los ojos, pero no duerma. Usted ya no va a dormir. 

Tacacho, cecina, chorizo y jugo de cocona en Satipo.

Levántese antes de que aclare la mañana y camine hasta la esquina señalada. Pregunte por un transporte hacia Pichari. Efectivamente, la carretera está cerrada; los tres ríos que cruza han crecido y se han vuelto infranqueables. Un hombre, sin embargo, le dirá que su empresa está utilizando una vía alterna hasta el río Ene, en donde hará un transbordo de dos horas en bote y continuará por tierra hasta el pueblo Puerto Ene. Desde allí, Pichari es alcanzable. Confíe en él.

Páguele S/.85 por un asiento en la cabina de su camioneta, una Toyota de los noventa que probará ser más recia que cualquier otro vehículo que usted haya visto. Podría pagar S/.75 por un lugar en la tolva, pero no lo hará. Con esos S/.10, usted ganará el derecho de no ser una papa friéndose al sol, sino sólo una papa deshidratándose –al menos– a la sombra. Espere cuatro horas a que el hombre termine de llenar la camioneta: meterá a seis personas en la cabina y a seis más en la tolva, junto a bolsas, balones de gas, cajas de cerveza y paquetes de comida. Todo ello para los pequeños pueblos de la margen del río.

Lo que vivirá a continuación será la sesión de off-road más dura de su vida. El camino por el que lo llevarán es una trocha apenas distinguible en medio de la vegetación. Está cubierta de lodo y maleza, y tiene espacio para un solo carro. Hasta que salga de allí, usted y las otras 11 personas con las que viaja se convertirán en un experimento de Schrödinger [4]: estarán y no estarán a la vez. Existirán sólo en abstracto.

En medio de ese bochorno metafísico, usted verá al conductor batallar contra el camino y salir airoso una y otra vez, logrando que las llantas de la poderosa Toyota calcen en unas huellas de fango más altas que sus rodillas. En algún momento, usted estará terminando de orinar al lado del camino y sentirá que un par de ojos lo observan desde la espesura. Quietos, rasgados. Luego, verá un par más. Aguzará la vista y reconocerá a dos niños que lo miran fijamente. Vestirán túnicas marrones.

Recuerde, entonces, que usted está cruzando territorios asháninkas. Súbase la bragueta y continúe. A lo largo del camino, pasará por algunos caseríos de las comunidades nativas, donde dos o tres pasajeros terminarán su viaje. Después de seis horas de jalar, maniobrar y luchar, la Toyota llegará hasta un pequeño pueblo llamado Puerto Porvenir, a orillas del río Ene, donde deberá tomar una balsa a motor. Siéntese en ella y sea feliz.



***

El peque-peque navegará río arriba durante dos horas, remontando la corriente. En un momento, uno de los pasajeros 
que subió con un enorme machete señalará un punto en la orilla derecha. “¡Me voy a bajar acá!”, gritará. El bote se acercará y usted podrá distinguir una cabaña en un pequeño claro entre los árboles. Adentro, una mujer cocinando en una olla y unos niños corriendo en túnicas marrones. El hombre saltará del bote y se reunirá con su familia. Hágase una idea, entonces, de lo que significa el río para ellos. Pero no concluya nada; recuerde que está prohibido de concluir.

El Ene tiene más de cien metros entre sus dos orillas. Es manso y silencioso. Miles de kilómetros más allá, sin embargo, sus aguas alimentarán al río más caudaloso del mundo: el Amazonas. A lo largo del trayecto, usted se cruzará con otros botes a motor que transportan comida, personas y combustible entre los pequeños poblados de la margen del río. Nadie le dirá qué es lo que puede observar a izquierda o derecha, ni le pedirá que no meta las manos al agua. En cambio, sí lo molestarán con que se ponga del lado del sol porque necesita broncearse un poquito. Recuerde que su cara aún dice que no sabe lo que está haciendo, y ríase un rato. Disfrute. Sienta el río, la brisa, la selva, las chozas, la inmensidad. 

En el río Ene.

El peque-peque lo dejará en un pueblo llamado Yoyato. Desde allí, tome una de esas camionetas que los locales llaman ‘tiburones’ (las Hilux pick-up) por una carretera afirmada hasta Puerto Ene. El chofer se llamará Jonathan, un exmilitar de Tingo María que hoy tiene dos camionetas (“compradas al cash”), vive en el VRAEM e invierte en todo lo que puede (terrenos de cultivo, casas para alquilar en la selva y un terreno en Pamplona Alta, en Lima, que nunca visita). Lo primero que hará Jonathan será advertirles que, cuando lleguen al control de la comunidad, se identifiquen. “Si les piden documentos, por favor, se los dan tranquilos, ¿ya?”.

Aparecerá, entonces, una cadena bloqueando la pista. Dos nativos asháninkas con escopetas colgadas al hombro se acercarán al vehículo. Uno de ellos 
el jefe de la comunidad, le dirá Jonathan después le pedirá a todos sus documentos. Después de revisar el suyo, le pedirá su pasaporte. Usted le dirá que es de Lima, que va a Cusco y que sólo tiene su DNI. Pero él insistirá. Usted pasará la vista de la escopeta a su cara de fastidio y repetirá: “soy peruano, no tengo pasaporte”. Él volverá a preguntar y, esta vez, Jonathan responderá por usted: “es peruano, chera, va a Cusco a ver a su familia”. El líder lo mirará unos segundos, incrédulo, y luego soltará la cadena.

Ya en camino, Jonathan le explicará que los asháninkas se han organizado y patrullan sus territorios gracias a un convenio con la Marina. No permiten que pasen drogas o insumos para prepararlas, armas, objetos ilícitos o personas requisitoriadas. “Una vez encontraron a un tipo llevando dólares, eran sólo US$1,000, pero lo hicieron quedarse y se lo llevaron a la Marina. Ahí le quitaron todo”, le contará Jonathan, entre otras anécdotas. Converse con él, le explicará muchas cosas.

El ‘tiburón’ dejará atrás Yoyato, Puerto Anapati y Valle Esmeralda. 


¿En qué época fuiste militar?

En los noventa.

Época jodida, todavía. 

Olvídate, yo tengo dos impactos de bala en la pierna. Pero se hacía plata, si no eras cojudo. En esa época entrabas en la casa de cualquiera, decías que era terrorista y te llevabas todo. Nadie se podía quejar. Lo repartías entre tus familiares de la zona, porque en el cuartel te lo quitaban, y lo recogías en tus días de franco.

Hoy, Jonathan trabaja todos los días desde las cinco de la mañana. Lleva pasajeros para mantener a su esposa y a sus dos hijos. Tiene cara de bueno. Cuando ya esté oscureciendo y hayan entrado en confianza, señalará un pequeño camión que viene en sentido contrario y dirá: “ese viene lleno de [hoja de] coca”. Usted ya sabrá que no se dirige a territorio asháninka, pero sí –quizás– a algún laboratorio escondido en medio de la selva. Jonathan no le confirmará eso, pero le explicará otras cosas. 


Acá [en esta zona del VRAEM] no se pierde nada, nadie roba nada. Recién en Kimbiri ya es un poco más maleado. Pero acá, si agarran a un ladrón, lo linchan y lo desaparecen. 

¿Quiénes lo agarran?

Los comités de defensa. Acá la gente está organizada, no necesita de la policía. Eso sí, a veces los tombos chapan a un ‘narquito’ y la población se levanta hasta que lo sueltan. Todavía le preguntan qué le falta y hacen que los tombos le devuelvan lo que le han quitado, al toque. 

Ah, ¿sí? No jodas. 

Sí, claro. Si acá la gente vive de eso. Si no, ¿de qué van a vivir? Hasta la policía vive de eso. La otra vez chaparon a un ‘narquito’ colombiano y se lo iban a llevar en helicóptero. ¿Helicóptero? ¡Nada! La gente salió embalada de todos lados con palos, piedras… Los tombos decían: “lo vamos a soltar, pero al menos que se deje algo”. Y ya pues, les dejó sus diez lucas [S/.10,000] [5]

Sí pues, me imagino que la gente siembra coca porque les da un huevo de plata. Y a la mierda lo demás.

Así es, pero si yo estuviera cultivando alguno de mis terrenos, sembraría cacao. Porque eso sí: cuando vienen los erradicadores, te lo queman todo. De ahí lo vuelves a sembrar, pero vives siempre con miedo a perder tu cosecha. 

¿En serio sembrarías cacao? ¿Pero la coca no te daría mucha más plata?

Sí, pero olvídate. Mi viejito sembraba coca en Tingo María y se la quemaron. De ahí, vuelta volvió a sembrar, vuelta se lo volvieron a quemar. Vuelta volvió a sembrar y así. Hasta que un día le fumigaron la tierra. Cuando te fumigan, no puedes sembrar nada en ocho años. Y ahí sí estaba que lloraba mi viejito, mis hermanos. Yo justo me fui al Ejército y algo les daba, pero ellos no tenían de qué vivir. 

Valle Esmeralda, un pueblo en la margen del río Ene, después de desembarcar en Yoyato.


***

Llegará a Puerto Ene cuando ya haya empezado a oscurecer. Se encontrará, entonces, en el verdadero corazón del VRAEM: la intersección de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro. La frontera entre los departamentos de Ayacucho, Cusco y Junín. Observe las casas de madera y los camiones aparcados. El pueblo está compuesto por apenas unas cuantas cabañas en torno a una rotonda. Camine un poco en busca de un cigarro; no lo encontrará. Desista. Respire. Hasta aquí, usted ha ingresado a una zona; a partir de aquí, lo que hará será salir de ella. Le quedan menos de treinta horas para llegar a la ciudad de Cusco.

Tome un carro a Pichari (S/.15) y observe cómo se asienta la noche. Tan sólo diez o veinte minutos después de haber dejado Puerto Ene, otra cadena bloqueará su camino. Esta vez, la luz de una linterna iluminará a una patrulla militar. Le pedirán sus documentos y ordenarán que abran la maletera. Una chica que viaja en el mismo carro que usted, dirá: “A veces te ponen cosas en la mochila. Es mejor bajar”. Entonces, baje y quédese atónito con el cielo. Usted podrá haber dormido antes a la intemperie, pero nunca habrá visto un cielo tan hermoso como ese. Nunca habrá visto las estrellas brillar así en el firmamento.

Vuelva a la realidad cuando el soldado pregunte de quién es esa mochila. Responda que es suya y véalo introducir la mano hasta la parte más honda. Recuerde que usted tiene la pipa y su amigo la hierba. Sienta una gotita fría cayéndole por el cuello: sería muy estúpido que les hagan problemas por unos gramos de marihuana. Sería más estúpido aún que no lo dejen llegar al Cusco por una tontería así. Pero el soldado sólo encontrará champús y calzoncillos sucios. Les devolverá los documentos y los dejará ir. El resto del camino, observe las columnas de luces que se forman al otro lado del río Apurímac. Mire el cielo y las luces en el monte. Piense un rato.

Cuando llegue a Pichari 
una ciudad con, al menos, cuarenta manzanas de casas, ya estará en el departamento de Cusco, provincia de La Convención. Desde allí, tome un carro a Kimbiri (S/8). Llegará casi a las diez de la noche. Pida que lo dejen cerca de donde salen los carros para Kepashiato y busque un cuarto de dos camas en un hostal por S/.35. Báñese aunque no haya agua caliente; el día que ha tenido lo justifica. Prenda el televisor y dormite un rato. Le quedan 26 horas para llegar a la ciudad de Cusco. 

Puerto Ene de noche, en la rotonda. Ya, sí, cada uno quería su foto acá.



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Levántese a las tres y media de la madrugada y baje a buscar un transporte. Es 31 de diciembre y tiene un largo camino por delante. Ubique un carro que salga para Kepashiato: en cabina le costará S/.50 y en tolva S/.30. Diga, muy seguro de usted mismo: “Ya, yo voy atrás y me cobran menos”. Súbase a la tolva junto a otros tres pasajeros, las mochilas y cuatro barriles que supuestamente llevan trucha. Acomódese como pueda y espere. En treinta minutos comenzará a llover.

Empápese con la lluvia durante media hora. Cuando ésta cese, su ropa empezará a secarse con la brisa helada del monte. La carretera comenzará a ascender y, en el punto más alto de la montaña, se topará con el puesto de control militar de Cielo Punku, que en aymara significa ‘la puerta del cielo’. Cuando llegue allí, sentirá que está entrando en un cuadro de hipotermia. Baje y caliéntese un poco mientras los soldados cotejan sus documentos. “¿Tienes frío? Mira al gringo, ha tenido que dormir al costado de su moto”, le dirá un soldado, y señalará a su izquierda.

Siempre que haga una ruta en alguna parte del mundo –cualquiera que esta sea– terminará topándose con este personaje: el gringo loco. En este caso, recorre Sudamérica en motocicleta, entró por Bolivia y va camino a Machu Picchu. Al igual que usted, tiene una meta: llegar allí antes de la noche de fin de año. “El gringo llegó ayer y no lo dejamos cruzar. Decía que iba a Machu Picchu, pero de noche y más abajo, lo mataban”, dirá el soldado. Esta vez no revisarán sus mochilas; abrirán la garita y los dejarán pasar (a ustedes y al gringo). La carretera comenzará a bajar la montaña del lado donde sí le da el sol y su ánimo cambiará. Se sentirá encaminado a cumplir su objetivo. Ya no le quedarán más controles militares por delante. 

A la izquierda: puesto de control militar de Cielo Punku (Internet). A la derecha, arriba: Subida hasta Cielo Punku desde la tolva. A la derecha, abajo: Los compañeros de viaje en la tolva. 

Llegará a Kepashiato alrededor de las ocho de la mañana. De inmediato, tome una minivan a Quillabamba (S/.20). Pasará por Kiteni, Koribeni, Quellouno y Echarate. En un momento se topará con un camión averiado que ocupará todo un paso estrecho en la vía y deberá esperar a que se lo lleve un remolque. Lo mismo ocurrirá con otro tramo bloqueado por un huaico, en donde deberá esperar a que una retroexcavadora termine de limpiarlo. Llegará a Quillabamba pasado el mediodía. No descanse. Busque un baño y tome otra minivan (S/.30). Ahora sí, usted estará en camino hacia la ciudad del Cusco.

En este punto del trayecto, usted llevará dos días alimentándose de pequeños paquetes de galletas y agua mineral. Por malos cálculos (y una seria deficiencia de cajeros de Scotiabank a nivel nacional), habrá además gastado hasta el último centavo de efectivo disponible en su billetera. Los últimos pasajes se los habrá financiado su amigo, quien para entonces se encontrará en la misma miseria que usted. El último paquete de galletas Chomp que tenía se le habrá terminado a las ocho de aquella mañana. La última gota de agua, poco después. Serán las tres de la tarde cuando la minivan parta de Quillabamba y usted empezará a sentir lo que es tener un enorme forado en el estómago.

Acomódese y prepárese para aguantar. La minivan pasará por Ollantaytambo poco después de las cinco de la tarde. Mire las enormes terrazas en el cerro y recuerde aquellos días. Sienta el vacío en el estómago. El carro atravesará toda la provincia de Urubamba, por donde se extiende el valle sagrado de los Incas, y por momentos irá al lado del tren de turistas. Observe cómo les sirven comida en los vagones con mesas y ódielos. Concéntrese en el hambre, el hambre es una sensación. Cuando pase por Chinchero, recuerde alguna noche en aquella plaza elevada. Recuerde la piedrecita morada. Sienta un retortijón en el alto vientre e imagínese una hamburguesa. Las más grande y grasosa de todas, con muchas papas fritas chorreadas alrededor. Recuerde que en la Plaza de Armas de Cusco hay un McDonald’s. Estírese y respire. El hambre no existe, el hambre está en su cabeza.

Ya habrá oscurecido cuando la minivan cruce Poroy, a las afueras de la ciudad. Empezará un tráfico pesado y usted sentirá que dos días de galletas, minivans, peque-peques y pick-ups han afectado su percepción de la realidad. Por qué carajo no llegamos, pensará. Dónde chucha estamos. La misma canción de Corazón Serrano que el chofer ha repetido desde que salió de Quillabamba volverá a sonar: Sácame la vuelta pero no me dejes, si te vas llévame contigo. Sentirá nauseas. Nauseas con hambre.

Entonces, el carro hará un par de giros, usted mirará a su izquierda y podrá verla por fin, iluminada por el amarillo mágico de sus faroles. La ciudad del Cusco, siete y media de la noche, 31 de diciembre. Desde lo alto, podrá distinguir los torreones de su Catedral entre la maraña de techos a dos aguas. Casi no le queda batería en su celular y sus amigos que llegaron hace unos días le han advertido que no encontrará dónde quedarse. Que todo está repleto. Pero eso a usted le chupa un huevo. Usted ya llegó, ya está ahí. Usted lo logró. El chofer de la minivan, sin embargo, se apeará a un lado de la pista y anunciará que su labor ha terminado.

Hijo de puta, pensará entonces, ¿en serio me vas a dejar acá? Sí, en serio. Póngase su mochila al hombro y busque un taxi que lo lleve a la Plaza de Armas. “No, estás loco, hay demasiada gente, está imposible por allá”, le dirán. Nadie querrá llevarlo. El hueco en su estómago comenzará a desesperarlo, a desquiciarlo. Sentirá que quiere asesinar a un taxista. No pierda la calma. Mire a su amigo y dígale: “a la mierda, huevón, vamos caminando”. Pida indicaciones sobre cómo llegar a la plaza. Media hora a pie, le dirán.

Empiece bajando unas diez cuadras hasta una intersección donde se agolpa una multitud. Vuelva a preguntar: “sigue bajando hasta la Plaza San Francisco y de ahí a la derecha”. Imagine nuevamente la hamburguesa, la grasa chorreando por la parte atrás mientras usted le da un enorme bocado. Salive. Conviértase en uno sólo junto a esa carne preparada en aceite recocido. Sienta el sabor de la gaseosa activando las papilas traseras de su lengua y mezclándose con el golpe de sal de las papas fritas. Despierte. Ábrase paso entre la multitud, que cada vez se vuelve más densa. Estará en una especie de mercado ambulante, donde miles de cusqueños se han volcado a las calles a comprar y vender de todo, desde pirotécnicos hasta hortalizas. Escuche a la carnicera afilar sus cuchillos en la pista.

Deshágase de sus buenas maneras, empuje disimuladamente. No hay nada peor en este mundo que una persona que camina lento. Cuando llegue a la Plaza San Francisco, la multitud se habrá disipado. Gire a la izquierda en Santa Clara y corra, sin saber muy bien por qué. Llegue a Mantas y sienta la adrenalina. Usted ya sabe dónde está, usted conoce bien el Cusco. En la esquina de Mantas con la avenida El Sol hay un cajero de Scotiabank. Saque plata para pagar su comida. Vuelva a Mantas y entre a la plaza. Sienta cómo le falta el aire por los cigarros. Ubique el McDonald’s. Respire hondo, respire fuerte. Párese un momento y observe a su alrededor. Mire a todos esos estúpidos y siéntase feliz. Siéntase, por un momento, uno chiquitito, más que todos ellos. 


Lo que sigue es historia conocida [6].


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[1] Los mochileros sacan droga del valle. Aquí una explicación de la BBC y aquí otra de IDL-reporteros.

[2] Al lado de la zona de Llegadas Nacionales. Y le dan un certificado que le sirve por diez año para entrar a cualquier país en el que sea obligatorio portar la vacuna, como Brasil y Costa Rica. 

[3] Aquí una crónica de David Hidalgo en Ojo Público sobre quién fue el profeta Ezequiel Ataucusi y lo que significó para Sendero Luminoso en el VRAEM.

[4] Aquí una explicación del experimento del gato de Schrödinger, aunque es sólo una metáfora medio lorna. 

[5] No recuerdo exactamente si dijo dólares o soles, pero estoy seguro que dijo 10,000. 

[6] En las palabras de un pata de la chamba, en referencia a la gente: "Cusco era como estar en Asia; Máncora era como estar en Punta Hermosa".

[7] Aquí un mapa de la ruta, empezando en Lima: A-B (Yerbateros-La Merced). 
B-C (La Merced-Satipo); C-D (Satipo-San Martín de Pangoa); D-Primer marcador marrón (San Martín de Pangoa-Puerto Porvenir); Primer marcador-Segundo marcador (navegando el río Ene de Puerto Porvenir a Yoyato, y luego por tierra a Puerto Ene); Segundo marcador-A (Puerto Ene-Pichari); A-B (Pichari-Kimbiri); B-C (Kimbiri-Kepashiato, entre ambos queda el puesto de Cielo Punku); C-D (Kepashiato-Quillabamba); D-E (Quillabamba-Cusco).