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31 julio 2016

American Sniper: Lo malo de hacer las cosas fáciles

Crítica. 
Película dirigida por Clint Eastwood. 




Quizás el momento más incómodo de la 87° edición de los Premios Oscar tuvo lugar ni bien empezada la gala, cuando Neil Patrick Harris dijo en broma que American Sniper era responsable por más de la mitad de los 6,000 millones de dólares recaudados por las ocho películas que aspiraban a la estatuilla más importante de aquella noche. La cámara, de inmediato, se enfocó en los aplausos de su director, Clint Eastwood, mientras Harris se despachaba con más chistes al respecto. Lo incómodo, sin embargo, era eso que los miembros de la Academia ya sabían para entonces y que se iría revelando conforme se conocieran sus votaciones: que de las ocho historias mencionadas, American Sniper era probablemente la peor.

Chris Kyle fue un soldado tejano que se convirtió en leyenda durante la ocupación militar de Estados Unidos a Irak, por ser el francotirador más letal de la historia de su país, con 160 bajas registradas. Cuando lo contactaron para rodar la película, Eastwood terminaba de leer la autobiografía escrita por Kyle en la que se basa el guion de su cinta. No resulta difícil entender, entonces, por qué un republicano confeso como él aceptó de buena gana dirigir una película sobre un soldado que probablemente respeta y admira. Sin embargo, sí llama la atención la ligereza con la que pretende vendernos un filme que evita a consciencia acercarse a cualquier toma de posición respecto al tema de la invasión.

American Sniper es una película sobre americanos hecha para el regodeo de la sociedad americana. O mejor dicho, para la gran porción de esta que apoya 
o al menos tolera las intervenciones militares de su país. Y nada más. La primera gran falencia de la cinta es su ausencia de discurso político al tratar un tema que claramente lo demanda. No sólo se aleja todo lo que puede de la actitud crítica, sino que, del otro lado, tampoco presenta ningún argumento significativo para legitimar la intervención bélica que sirve de contexto a la historia. En cambio, cae en el cliché más básico, presentándonos al francotirador como el prototipo de héroe salvador frente a una sociedad irakí totalmente deshumanizada, carente de cualquier otro rasgo de personalidad más que la barbarie, y sin una sola línea de diálogo en el guion. 

Podría decirse, incluso, que la cinta es más un western que una película de guerra: el protagonista que deja el hogar para ir a luchar contra lo incivilizado, que acecha detrás de las fronteras de los suyos. Puede que esta fórmula burdamente reduccionista sea atractiva para la gran masa americana pro bélica y poco educada (así se explica su éxito de taquilla), pero para el resto del mundo resulta incomible.

Pero concedámosle el beneficio de la duda a la película: asumamos que decidió sacrificar el aspecto político para concentrarse en los conflictos emocionales del personaje principal, causados por sus largas temporadas en el campo de batalla. Para ello se intercalan escenas de conflicto en Irak y Estados Unidos. En las primeras, el dilema es siempre ético: disparar o no disparar. Y la respuesta es siempre la misma: hacerlo. Del otro lado, los conflictos planteados para la vida de Kyle en Estados Unidos se resuelven siempre demasiado rápido y de manera muy ligera. Por ejemplo, cuando el psiquiatra detecta alteraciones graves en el protagonista, estas son compensadas con una simple visita al centro de rehabilitación de soldados. Otro: cuando su extraña presión alta se le cura manejando por la autopista. La relación áspera que desarrolla con su esposa y la dificultad en el trato con sus hijos son, quizás, lo rescatable de la película. Sin embargo, al poner tanto peso en la historia del francotirador, la cinta convierte a los personajes secundarios en accesorios sin atractivo, con historias paralelas carentes de profundidad narrativa. El ejemplo más claro
 es su hermano, un muchacho débil con el que mantiene una relación paternal, pero del que de pronto simplemente dejamos de saber. 

Dos últimos puntos terminan por destruir la película. El primero, la decisión de la producción de no mostrar el asesinato de Kyle. Con ello, quiebran el ritmo pausado de toda la edición, dándole una conclusión demasiado abrupta. Lo otro es el falso bebé que ha sido motivo de burlas en todo el mundo. Y es que, aun cuando Eastwood ha declarado que el niño real tuvo un resfriado el día que debía filmar la escena, ¿se justifica que una película de 58 millones de dólares grabe un papelón semejante?

Una sola estatuilla se llevó American Sniper en los Oscar que pasaron, por tener la mejor edición de sonido. Uno de esos premios secundarios que probablemente pocos recuerden. Y la verdad es que este resultado hace justicia a lo que es la película: un bodrio taquillero en base al cliché facilista. Eso sí, todo ello no es más que una anécdota en la brillante carrera de Eastwood como director. Una anécdota de la que, quizás, por lo ligera que fue, se olvide bastante rápido.

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