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31 julio 2016

Cinco Esquinas de problemas para Vargas Llosa

Crítica.
Novela escrita por Mario Vargas Llosa. 


Foto: América Economía.


Cinco Esquinas no está ni por asomo cerca del mejor Vargas Llosa. Atrás quedó la destreza con la que el escritor manejaba los saltos temporales, intercalando las historias de Zavalita, Ambrosio, Cayo y Don Fermín en Conversación en la Catedral. Lejos 
muy lejos– están esos capítulos que se articulaban al milímetro para sostener una narración vibrante de principio a fin. En su última novela, en cambio, Vargas Llosa presenta un relato soso, predecible, con personajes planos que se ahogan en reflexiones inútiles sobre sucesos (“¿se habría equivocado al echar a Garro de su oficina?”) o en sensaciones generales (“se sintió mareado”, “las manos comenzaron a sudarle”) que no aportan mayor profundidad a sus perfiles. Salvo, quizás, la Retaquita y en menor medida Juan Peineta, uno termina el libro sin haberle agarrado una pisca de cariño a sus personajes, signo inconfundible de que la búsqueda de empatía, ese lazo literario que intenta establecer toda obra con su lector, ha fracasado. 

La novela tampoco emociona debido a su predictibilidad. El lector no se asombra con los quiebres de la trama porque ya está preparado para ellos. Y si esto no queda claro a lo largo de toda la obra, se hace absurdamente evidente en el último capítulo. Desde la primera reflexión de Quique sobre Luciano, uno ya sabe 
no lo sospecha, lo sabe cuál será el desenlace final de esa tarde de parejas. (¿No era ya suficientemente obvio lo que iba a ocurrir como para, encima, poner el título del capítulo entre signos de interrogación?) Una crítica aún más dura merece el capítulo previo, el penúltimo. Sorprende que el autor no haya encontrado una forma más original para contar la hazaña de la Retaquita contra el régimen que hacer un recuento de todo lo contado hasta el momento en supuesto lenguaje periodístico, sin aportar ningún giro ni dato nuevo. Puede que este recurso funcione en lenguaje audiovisual, pero en el papel resulta muy débil. Para el lector que llega hasta ese capítulo, aún con fe en la novela, sólo queda la resignación.

Pero más allá de estas falencias en su columna vertebral, Cinco Esquinas cojea también cuando es sometida a la prueba de credibilidad. No se trata aquí de la discordancia entre que “hace diez años” el Perú venga siendo asediado por los coches bomba, los secuestros, los diarios chicha y el reinado del Doctor, cuando a los diez años del régimen fujimorista los dos primeros elementos ya no eran parte de la atmósfera social del país. Eso no rompe el pacto ficcional porque, conforme avanza la novela, el lector ya ha sido advertido de que, para continuar, debe aceptar la existencia de personajes y circunstancias no históricas, entendiendo que Vargas Llosa escribe para un público global con un ‘conocimiento enciclopédico’ 
como lo llama Eco distinto al de los peruanos.

Lo que realmente rompe el pacto ficcional es la presencia innecesaria del autor en el relato. Esto se siente con especial énfasis en tres elementos. El primero aparece de improviso, cuando Vargas Llosa busca describir al golf a través de uno de sus personajes. Sin embargo, dada la poca profundidad con la que éste ha sido perfilado, los adjetivos parecen más salidos de la percepción de Vargas Llosa sobre este deporte. 

El segundo es el uso de la jerga. A lo largo del libro se acumulan diálogos en los que los personajes emplean palabras claramente desfasadas respecto al tiempo en el que se desarrolla la historia (los años noventa), Parece más una jerga que emplearía el propio autor en sus conversaciones. Y aunque para el lector resulte posible aceptar la imprecisión histórica, el mal uso de la jerga sí derrumba la fantasía por completo (Disclosure: quien escribe esta reseña fue criado en los noventa, por lo que quizás cuente con un conocimiento enciclopédico mayor al promedio sobre esta materia, lo que haría poco objetiva su apreciación). 

El último elemento que quiebra el pacto ficcional es la descripción innecesaria de las obras de arte que adornan las residencias de los personajes adinerados de Cinco Esquinas. ¿Aporta algo a la construcción de la atmósfera decir que hay un cuadro de De Szyslo en la pared del departamento? Para un lector desconocedor, esto parece más una vanidad de Vargas Llosa que un elemento significante. El lenguaje en el que está escrita la novela 
por ejemplo, con indicadores explícitos de que un personaje está pensando algo cuando lo está pensando indica que Cinco Esquinas no pretende ser un relato escrito para eruditos. Por ello, bien hubiera hecho su autor en prescindir de estos pasajes, que únicamente delatan su presencia en el texto. Y todos sabemos que cuando una novela se exhibe a sí misma como tal, como una historia escrita por alguien, pierde toda su magia.

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