Vistas de página en total

05 abril 2017

Una diatriba contra la ficción

Ensayo. 

El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, Vargas Llosa hizo un celebrado elogio de la ficción. Pero, ¿realmente ha sido la ficción una locomotora para nuestros sueños? ¿O es que el escritor eligió contar sólo la parte feliz de la historia de las historias?



Mario Vargas Llosa dijo que la civilización nació alrededor de una fogata. En un páramo salvaje, en una noche incierta, cuando los hombres reunidos en torno al fuego escucharon por primera vez las pequeñas epopeyas que hervían en la imaginación del más inquieto de la tribu. El reflejo de la llama bailando en sus pupilas, la voz como un susurro cortando la penumbra; aquellos primeros hombres descubrieron allí, a través esos cuentos, el mundo que miles de años después moldearían sus descendientes. “Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto”, escribió Vargas Llosa. Las ficciones fueron para él la primera inyección de gasolina al motor de nuestra historia.

Pero no. El día de la entrega del Nobel, Vargas Llosa no estaba teorizando sobre el rol de las ficciones en nuestras vidas. Lo que en realidad estaba haciendo era contarnos un relato. El discurso que dio es, en sí mismo, la prueba perfecta del poder de las ficciones (y del grado de maestría que él ha alcanzado para ejercerlo). Uno se imagina el círculo alrededor del fuego, los ruidos amenazantes de la noche, el hombre barbudo entrando en catarsis narrativa en medio de una tierra virgen, llena de bestias, interrogantes y vacíos, y, de pronto, uno está abierto a creer. Uno se traslada 
en palabras del propio Vargas Llosa a una de esas vidas alternas, más emocionantes que la propia, y en ella se despoja de las suspicacias, abraza lo improbable, se aferra a la fantasía. Cree.

*** 

Es más fácil convencer de algo a alguien cuando se le cuenta una historia. Los expertos en marketing lo llaman storytelling. Sin embargo, y precisamente por eso, las ficciones no siempre han sido gasolina, sino a veces azufre que paraliza y corroe. Por años la Iglesia mantuvo a raya con ficciones a la civilización occidental, justificando las más crueles atrocidades en nombre de fábulas y mitos divinos. Tradiciones inútiles también se han conservado en base a relatos populares con moralejas represivas. En la versión original de Caperucita Roja, escrita por Charles Perrault a finales del siglo XVII, la niña no era salvada por el leñador de las garras del lobo feroz. En cambio, era engañada por éste para comerse los restos de su abuela y luego obligada a acostarse con él. El lobo representaba el peligro de tomar el camino corto hacia el placer, y el cuento enseñaba a las mujeres que cualquier decisión que tomasen de manera independiente terminaría en un problema. Había que obedecer y servir en silencio.

La ficción “introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía”, dijo Vargas Llosa, cualidades “que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas”. Sin embargo, olvidó las ficciones colectivas que han servido de soporte a las peores dictaduras. Para convencer a los alemanes de la necesidad de exterminar a los judíos, Hitler les vendió las historias de la ‘quinta columna’, en las que los judíos aparecían retratados con la mezquina simplicidad de un arquetipo de ficción: un pueblo cizañero, tacaño y traidor, de seres inferiores frente a los cuales correspondía recobrar la gloria del pueblo alemán. En los setenta, todas las dictaduras militares latinoamericanas apelaron al mismo relato para justificarse: que la oscura amenaza de las guerrillas comunistas se cernía sobre la región, y que la mano dura 
incluidos todos sus excesos era la única forma de contenerla.

En el Perú aún circula una fábula 
construida desde los medios que se vendieron al régimen que dice que Alberto Fujimori fue el responsable directo de la derrota de Sendero Luminoso. Que si no hubiera sido por él hoy seríamos Cuba o Corea del Norte. Y aunque está comprobado que el gobierno de Fujimori no apoyaba al GEIN el grupo de inteligencia que capturó al líder senderista Abimael Guzmán porque no formaba parte de su estrategia contrasubversiva, aquella ficción persiste y es capitalizada por su hija campaña tras campaña. Lo mismo ocurre con el cierre del Congreso de 1992. En el relato creado por Fujimori los congresistas conformaban un grupo de aristócratas obstruccionistas, más preocupados por la discusión ideológica y el aumento de sus salarios que por aprobar las iniciativas necesarias para combatir a la subversión. Y aunque ese Congreso había entregado facultades legislativas especiales al gobierno de Fujimori y aprobado la mayoría de sus medidas, hasta hoy muchos afirman que el autogolpe fue una movida necesaria para resolver la emergencia.

*** 

“Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana”, dijo Vargas Llosa. No mencionó, sin embargo, aquellas ocasiones en las que la ficción no actúa como canalizador de la disidencia, sino como agente homogeneizador. Nuestra cotidianidad, por ejemplo, tiende a estructurarse en base a cánones narrativos básicos y ampliamente compartidos. Necesitamos, sin saberlo, puntos de quiebre simbólicos para cambiar aspectos significativos de nuestras vidas. Nos es difícil tomar una decisión que cambie nuestro ‘mundo ordinario’ si no viene precedida por un ‘acontecimiento detonante’. Nos rehusamos a vivir sin personajes antagónicos que justifiquen nuestros actos. Decimos que vamos por la vida buscando experiencias, pero en realidad rastreamos con desesperación plot points para nuestro relato y leitmotivs a los cuales volver. Cuando visualizamos una meta, lo que en realidad nos excita es la imagen de la ‘batalla final’ en la que logramos alcanzarla. Si nos enamoramos, queremos hacerlo como en una comedia romántica. Si viajamos, como en una road movie.

Sucede lo mismo con los recuerdos. El pasado 
nuestro pasado es una sustancia moldeable en constante reconstrucción. Y en ese ejercicio de reacomodo que realiza nuestra memoria actúa lo más primitivo de nuestra educación ficcional. Por eso, un día de sol se puede volver lluvioso y frío si el recuerdo involucra una pena de amor. O un gol mediocre termina convertido en una conquista épica si ocurrió en un partido que había ido a ver la chica que nos gusta. No recordamos las cosas como realmente fueron, sino como nos gustaría que nos las cuenten. Y así, en lugar de propagar la insatisfacción, las ficciones alinean nuestros recuerdos, nuestras vivencias y nuestra voluntad a los valores que sostienen al sistema, y que éste patrocina.

*** 

“Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos”, dijo Vargas Llosa. En un capítulo de la sitcom Friends, Phoebe 
una de las protagonistas revela a sus cinco amigos que su mamá solía apagar las películas antes del conflicto narrativo, buscando protegerla de la tristeza que éste pudiera generarle. “Solía hacer eso antes de suicidarse”, ironiza. A la rubia neoyorquina las historias le habían sido contadas siempre incompletas: conocía, por ejemplo, el cuento de Bambi sólo hasta antes de que el ciervo perdiera a su madre. La personalidad de Phoebe hace lógica con aquella rutina: es un personaje inacabado, trunco, que no logra insertarse de manera satisfactoria en la narrativa conjunta del grupo. Uno puede ver en ella actitudes decididas, pero vacías; graciosas y tiernas, pero sin dirección.

Cuando descubre que las películas que ha visto tienen escenas difíciles que le han sido vedadas, Phoebe sufre una crisis de identidad y decide verlas todas. Atravesar los trances de la ficción es para las personas un propio trance ineludible. Aunque no hayan sido siempre el motor de nuestra historia, las ficciones nos completan, llenan el espacio vacío sobre el que se sostiene nuestra identidad. Somos quienes somos, sí –mejores o peores–, por las historias que nos contaron, los personajes que crecimos admirando, los finales que nos dejaron sin aliento, y los cuentos que poblaron nuestra imaginación cuando éramos niños.

En su libro de ensayos sobre obras literarias La Verdad de las Mentiras, Vargas Llosa escribe: “En efecto, las novelas mienten 
no pueden hacer otra cosa pero ésa es sólo una parte de la historia”. Las novelas, las ficciones, las historias, tienen caras y contracaras, reversos y anversos. La historia de las historias las tiene también. Los hombres reunidos en torno al fuego prehistórico son sólo “una parte de la historia”, a la que también pertenecen los que ardieron en idénticas llamas por contravenir órdenes divinas dictadas por relatos bíblicos. El problema fue que Vargas Llosa, en un ejercicio de diplomacia, optó por agradar a su auditorio contando la parte bonita del cuento de los cuentos. Aquella que ensalza a la ficción, el producto del escritor de novelas actividad por la cual le estaban entregando un jugoso premio. Sin embargo, lo dicho en su discurso todo lo dicho en su discurso no debería ser tomado más que como un gran relato de ficción. Uno muy convincente, eso sí. Si no, preguntémosle a Patricia y a Isabel.

31 julio 2016

El Che Guevara y la Revolución Cubana

Ensayo.





Introducción


Pocas gestas en la historia pueden compararse en mística y trascendencia con la Revolución Cubana. La epopeya de aquellos veintidós revolucionarios que sobrevivieron al desembarco del Granma, y que languidecieron por meses en la Sierra Maestra enfrentándose a un ejército de ochenta mil hombres, aún no termina de contarse. Cincuenta y seis años después, el régimen resultante de esa revolución sigue comandando los destinos de Cuba; y aunque parece estar dando muestras de erosión, expresadas en apertura económica y liberalización política, ya ha dejado huellas imborrables en la historia del país, del continente y por qué no del mundo.

La Revolución Cubana fue la primera de su tipo en triunfar en América y lo hizo, además, en un país ubicado a sólo ciento cincuenta kilómetros de la costa oriental de Estados Unidos. Inspiradas en ella, decenas de agrupaciones
 de todo el mundo pero, sobre todo, de América Latina decidieron tomar las armas y transitar el camino que consideraban más heroico hacia la utopía comunista. El paradigma de estos sueños de heroísmo, el médico argentino Ernesto ‘Che’ Guevara, escribió en el epílogo de su libro La Guerra de Guerrillas: “La Revolución Cubana ha adquirido trascendencia continental y hasta mundial, amparada en la inquebrantable decisión de su pueblo y en las peculiares características que la animan” (Guevara, 1960). Y no le faltaba razón. Cargando este libro como manual sagrado, las guerrillas ‘guevaristas’ se propalaron por la región intentando casi siempre con poco éxito aplicar la teoría del foco a sus realidades específicas. El MIR y el ELN son dos ejemplos de ello en el Perú.

La Revolución Cubana alcanzó la cúspide de su trascendencia mundial en octubre de 1962, en lo que ha venido a conocerse como la Crisis de los Misiles, evento que puso al pequeño país en el centro de un conflicto económico, político y militar mundial. Un año antes, en abril de 1961, Estados Unidos había fracasado en auspiciar la invasión a Cuba de disidentes y mercenarios por la margen oriental de la Bahía de Cochinos. Entonces, la administración Kennedy decidió poner en marcha la Operación Mangosta: una invasión directa del ejército estadounidense a la península caribeña. En plena Guerra Fría, los servicios de inteligencia de la Unión Soviética detectaron el plan y ofrecieron proteger la isla mediante la instalación de misiles con cabezas nucleares. Y así Cuba, como ya lo era Turquía para Estado Unidos, se convirtió en una plataforma de tiro que puso al mundo al borde de una guerra nuclear. 



Prensa Latina


El régimen cubano también desafió el ordenamiento informativo global. Por iniciativa del periodista argentino aliado de la Revolución Jorge Ricardo Masetti, del propio Che Guevara, y con la colaboración de periodistas de la talla de Gabriel García Márquez y Rodolfo Walsh, se creó la agencia de noticias Prensa Latina. En una época en la que casi todo el tráfico de noticias estaba controlado por las americanas United Press, Associated Press y la International News Service, Prensa Latina pretendió ejercer el rol de contrapeso ideológico. Gracias a los teletipos de esta agencia se interceptó un mensaje cifrado que, a la postre, permitió descubrir los planes de la invasión en Cochinos y eliminó el factor sorpresa, garantizándole la victoria al gobierno de Cuba (Anderson, 1997).

Fundada en 1959, Prensa Latina cuenta hoy con 17 sitios web y más de 20 publicaciones periódicas, entre ellas el semanario ORBE, el mensuario Negocios en Cuba, el periódico en inglés The Havana Reporter y las revistas Cuba Internacional, Avances Médicos de Cuba y Correos de Cuba. Este último está dirigido a la población cubana que reside fuera de la isla. Si bien la idea inicial de Prensa Latina fue generar un contrapeso al tráfico de noticias mundial, dominado por las agencias identificadas con gobiernos liberales, su importancia nunca llegó a igualárseles, y fue decayendo conforme se debilitaron el régimen cubano y el comunismo internacional.

Prensa Latina perdió terreno debido a su afán por tomar el trabajo periodístico como un medio de propaganda política. Es complicado pretender competir en el ejercicio de una profesión que tiene a la imparcialidad y a la libertad de prensa como guías, sobre la base de un régimen que exige ideologización y censura. Las agencias líderes desde hace más de 50 años hoy se han convertido en la española EFE, la alemana DPA o la inglesa Reuters (por citar algunas), y continúan todas del lado del poder hegemónico occidental. Y aunque responden a los intereses de los gobiernos que las albergan, la brecha que las separa de la objetividad es mucho más corta que la de Prensa Latina.

Un contrapeso mucho más notorio al dominio informativo de Occidente posterior a la Guerra Fría es la agencia catarí Al-Jazeera, que se ha convertido en la vocera del mundo musulmán. En su libro Choque de Civilizaciones, Samuel Huntington explica que las naciones musulmanas serán una de las principales fuentes de conflictos culturales y geopolíticos para Occidente en los próximos años. En un mundo en el que los poderes mundiales ya no se estructuran en base a ideologías, sino a criterios culturales y religiosos, un contrapeso cargado únicamente de ideología como Prensa Latina no tiene mucho futuro. Es, casi como el régimen que lo alberga, un proyecto cuya fecha de caducidad se acerca cada vez más.



La Revolución Cubana


El antecedente internacional inmediato más importante para la Revolución Cubana fue el golpe de Estado que destituyó al presidente reformista Jacobo Arbenz en Guatemala, con apoyo de la CIA y la United Fruit Company estadounidense. De hecho, como explica Jon Lee Anderson en su libro biográfico sobre el Che, Guevara se encontraba en ese país cuando ocurrió el derrocamiento y tuvo que huir a México debido a la persecución política desataba posteriormente (Anderson, 1997). Allí conocería de Fidel y sus planes revolucionarios. El golpe a Arbenz también hizo que se agudizara el rechazo a la política de intromisión internacional de Estados Unidos en varios movimientos latinoamericanos, entre ellos, los de Cuba.

Fidel Castro era un abogado exiliado por su osada oposición al régimen del dictador Fulgencio Batista, que lo había llevado a intentar un frustrado asalto al cuartel militar cubano de Moncada. Había sido dirigente del antiguo Partido Ortodoxo y esgrimido ideas anticomunistas. Y aunque a su movimiento 
llamado ’26 de julio’ en honor al día del asalto a Moncada incluso llegó a auspiciarlo la CIA (Anderson, 1997), para los cubanos que se unieron a los primeros veintidós sobrevivientes de la expedición de Fidel, el enemigo indiscutible era Estados Unidos. Durante los combates en la Sierra Maestra, muy poco se oyó de Hegel o de Marx, pero sí de un movimiento nacionalista y antiyanqui que iba avanzando lentamente hacia La Habana. En enero de 1959, aquella revolución de barbudos tomó el poder en lo que el periodista argentino Rodolfo Walsh llamaría el “nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso” (Walsh, 1995).

Pero aunque el tono poético de estas palabras suene convincente, más que crear un nuevo orden, la Revolución Cubana se insertó en un ajedrez geopolítico que ya venían jugando las dos potencias mundiales de entonces, Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS). La Guerra Fría tenía para entonces casi quince años y la carrera armamentista de ambos gigantes estaba en camino a su punto más escabroso (la Crisis de los Misiles). Ello no quiere decir que Fidel Castro haya sido un peón de la URSS. En el ajedrez comunista, Fidel supo administrar bien sus escasos recursos de poder. La Crisis de los Misiles, en parte, fue propiciada por el líder cubano para darle a su gobierno aire y protección frente a su vecino capitalista. Visto en retrospectiva, cumplió el objetivo. En la URSS, Fidel encontró no solo financiación e identificación ideológica, sino también amparo militar y sostén geopolítico. En sentido contrario, estuvo siempre claro que Cuba era la punta de lanza de la estrategia de la URSS, 
a pesar de su cómica adhesión al Movimiento de Países No Alineados. Y estaba demasiado cerca a Estados Unidos como para no alarmarlo. Este país respondió a la amenaza con un embargo comercial, económico y financiero que destruyó la economía de la isla en los años posteriores (ello no significa que el modelo económico cubano hubiera sido viable sin el embargo). 

Un embargo que se acaba


Según información publicada por Prensa Latina, el impacto total del embargo de Estados Unidos en la economía de Cuba alcanzaba los US$90,000 millones en el 2008. De estos, US$40,427.5 millones corresponderían a ingresos dejados de recibir por exportaciones y servicios; US$19,592 millones a pérdidas por reubicación geográfica del comercio; US$2,866.2 millones a afectaciones a la producción y los servicios cubanos; US$9,866.2 millones a pérdidas en el sector tecnológico; US$1,565.3 millones a perjuicios en los servicios directos a la población; US$8,640.2 millones a afectaciones monetario-financieras; y US$6,533.8 en la incitación a la emigración de cerebros (talentos).

Recién hoy, con un modelo económico que se ha probado insuficiente, y viendo que sus triunfos en materia educativa y de salud se quedan cortos frente a la derrota en creación de riqueza y desarrollo de productividad, Cuba ha retomado el diálogo diplomático con Estados Unidos en un proceso que los analistas esperan que acabe finalmente con el embargo. Desde 1959 hasta hoy, el gobierno de la isla se ha mantenido comunista y dictatorial, pero en diciembre del 2014, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama 
que no tiene la potestad para derogar el embargo sin permiso del Congreso, pero sí de modificarlo, anunció una serie de flexibilizaciones a las restricciones comerciales que permitirán a Cuba beneficiarse en varios frentes. El primero de ellos es el envío de remesas, que según datos del Departamento de Estado de Estados Unidos citados por la BBC, ascendía ya a US$2,000 millones de dólares. Obama multiplicó por cuatro el monto máximo que los ciudadanos estadounidenses, principalmente de ascendencia cubana, pueden enviar a la isla.

El segundo frente es el abastecimiento de alimentos. Siendo países vecinos, y dado que Cuba importa entre 60% y 65% de la comida que consume (también según cifras citadas por la BBC), la flexibilización permitiría a la isla tener en Estados Unidos a una opción más cercana 
y, por ende, con menor costo de flete de la cual abastecerse. En tercer lugar está la industria del turismo, actualmente una de las principales fuentes de divisas de Cuba. Los cambios propiciados por Obama retiraron restricciones migratorias para los estadounidenses en 12 categorías, como las de visitas familiares, visitas profesionales y actividades educativas. Pese a que el turismo ordinario continúa prohibido, a la economía de Cuba no le viene mal que aumente el flujo de visitantes al país.

finalmente, está el campo de las telecomunicaciones. De acuerdo a cifras de la Casa Blanca registradas por la BBC, Cuba tiene una de las tasas de penetración de Internet más bajas del mundo: 5%. El Internet en la isla es limitado y costoso. Sin embargo, las reformas hechas por Obama a finales del 2014 permitirían a firmas de telecomunicaciones de Estados Unidos empezar a trabajar con el gobierno cubano para que expanda su infraestructura de telecomunicaciones.


¿Hacia dónde irá la nueva Cuba?


El miércoles 1 de julio del 2015 ocurrió un hecho histórico: Cuba y Estados Unidos reabrieron sus embajadas en los respectivos territorios del otro país. Si bien una Oficina de Intereses de Estados Unidos funcionaba en La Habana con similares prerrogativas a las de una embajada, este acto simbólico, sobre todo por parte de Cuba, es un paso más hacia la inevitable apertura del modelo de aislamiento frente a Estados Unidos que ha imperado en la isla. Un mes atrás, en mayo, Cuba había sido eliminada por pedido propio y como condición para las negociaciones entre ambos países de la lista de naciones que patrocinan el terrorismo en el mundo. Ello evidenció que los apretones de manos entre Barack Obama y Raúl Castro (que sucedió a su hermano Fidel al mando de Cuba) no eran sólo un gesto diplomático.

Casi al mismo tiempo, un triunfo del sistema social de salud de la Revolución se anunció en los medios de todo el mundo: Cuba fue el primer país en recibir la validación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) por haber eliminado la transmisión del sida y la sífilis de madre a hijo. Según varios medios españoles, el ministro cubano de salud atribuyó este logro al sistema “gratuito, accesible, regionalizado e integral” que opera en su país. Al modelo comunista de la isla pueden realizársele muchas críticas, pero lo cierto es que en la carrera por la validación mundial de este logro científico, Cuba ha llegado primero.

El haber retomado las relaciones diplomáticas con Estados Unidos y estar camino a finalizar el embargo también ha significado que otros países miren a Cuba como destino de inversión
. En los últimos días de junio del 2015, el gobierno de España, a través de su Compañía de Financiación del Desarrollo (Cofides) anunció una línea de financiación para proyectos de empresas españolas que decidan invertir en la isla por hasta 40 millones de euros. El secretario de Comercio de España declaró que ello era posible por el contexto de cambio político en Cuba tras la vuelta a las relaciones con Estados Unidos. Y también destacó que en este contexto, la nueva ley cubana de inversión extranjera extiende a casi todo el país los beneficios reservados a las inversiones extranjeras en la Zona Especial de Desarrollo de Mariel, la única parte de Cuba que había estado pensada todos estos años para atraer capital. 

Surgen entonces preguntas para el futuro: ¿Cuba terminará volviéndose un país con un sistema capitalista tradicional como casi todos los demás? Y si no, ¿cómo asumirá la sociedad cubana la entrada de capitales a su economía, junto con el modelo de vida que ello implica? ¿Podrá Cuba encontrar un punto de equilibrio entre el desarrollo económico y la manutención de sus servicios sociales de salud y educación? ¿Se convertirá en una especie de Suecia en América, donde la participación redistributiva del Estado en la economía es fuerte, y provee de un nivel de vida alto a su población? Y, además, ¿cuánto demoraría Cuba en recuperar el tiempo perdido por el aislamiento económico en el que ha vivido durante todos estos años? Aun cuando se trata de un país cuyo PBI no supera los US$70,000 millones de dólares, su relevancia simbólica como rezago de una época que marcó al mundo hace que Cuba hoy se enfrente a las miradas del mundo.



Ernesto ‘Che’ Guevara


A pesar de que la partida oficial de Ernesto Guevara dice que nació el 14 de junio de 1928, realmente fue alumbrado un mes antes, el 14 de mayo. Jon Lee Anderson relata el hecho así:

“(Su madre) explicó que la mentira había sido necesaria porque el día de su boda con el padre del Che estaba en el tercer mes de embarazo. Fue por eso por lo que, inmediatamente después de la boda, la pareja se alejó de Buenos Aires en busca de la remota selva de Misiones. Allí, mientras su esposo se instalaba como emprendedor dueño de una plantación de yerba mate, ella vivió los meses de embarazo lejos de los ojos escrutadores de la sociedad porteña. Poco antes del alumbramiento, viajaron río abajo por el Paraná hasta la ciudad de Rosario. Allí dio a luz y un médico amigo falsificó la fecha en el certificado de nacimiento: la atrasó un mes para proteger a la familia del escándalo” (Anderson, 1997).

El periodista norteamericano ironiza con que, al ser de mayo, el signo zodiacal del Che era “Tauro: una personalidad audaz y obstinada”, mientras que si hubiera sido de junio, habría sido de Géminis, “y para colmo un sujeto más bien mediocre” (Anderson, 1997). Esta genial ironía de Anderson no es gratuita. De no haber sido por la audacia, el liderazgo, la carencia de contemplaciones con la traición y la capacidad estratégica del Che 
esta última subordinada a la de Fidel, quizás la Revolución Cubana no habría triunfado. No en vano, uno de sus soldados, Enrique Acevedo (que cuando se unió a la guerrilla tenía apenas quince años), escribió en su diario. “Todos lo tratan con gran respeto. Es duro, seco, a veces irónico con algunos. Sus modales son suaves. Al impartir una orden se ve que manda de verdad. Se cumple en el acto” (Anderson, 1997). 

En 1943, Ernesto Guevara era un adolescente asmático cuya familia acaba de instalarse en Córdoba, una pintoresca ciudad en la sierra de la Argentina. Le gustaba el rugby y Alberto Granado, su compañero de equipo y amigo del alma, lo llamaba el ‘Fúser’. Antes de acabar sus estudios de medicina, en 1952, Guevara y Granado emprendieron un viaje por Sudamérica que cambiaría sus vidas. Sobre todo la del Che. Allí germinó su anhelo por un continente unido y socialista. En el epílogo de estas primeras aventuras inocentes se encontraría con el golpe a Arbenz y con los planes de Fidel. Pero algo que pocos saben es que su primera esposa fue peruana. Y aprista. Se llamaba Hilda Gadea y fue quien lo presentó en sociedad a los izquierdistas en Guatemala. Aunque el Che se separó de ella para casarse con su amor revolucionario, Aleida March, con Hilda tuvo una hija y compartió sueños por mucho tiempo. Cuando la Revolución ya había triunfado, la invitó a vivir a Cuba.

Como dirigente de la Revolución Cubana en el poder, Guevara asumió primero cargos relacionados al manejo económico: fue presidente del Banco Nacional y ministro de Industria. Además, fue él quien plantó la cara al auditorio de las Naciones Unidas para justificar los excesos de la Revolución. “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario (…) nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida (…) en esas condiciones nosotros vivimos por la imposición del imperialismo norteamericano”, dijo en su discurso del 11 de noviembre de 1964.

Se especula que fue Fidel Castro quien hizo entender al Che que su radicalismo no era bueno para el momento que vivía la Revolución Cubana en 1965 (Anderson, 1997). Fruto de ese entendimiento 
se dice, y en congruencia con su espíritu guerrillero, Guevara partió ese año al Congo en lo que esperaba que fuera una réplica de la experiencia cubana. Pero fracasó. Y si las especulaciones son correctas, ya no había lugar para él en la isla. Por eso, y sin dejar de lado su anhelo de una Latinoamérica libre y socialista, al año siguiente partió a Bolivia.

Son ya famosas las palabras que dijera antes de su muerte al soldado boliviano Mario Terán, mientras le apuntaba con un fusil semiautomático: “Sé que viene a matarme. Dispare, cobarde, sólo va a matar a un hombre” (Anderson, 1997). La operación que terminó con su asesinato fue auspiciada y supervisada por la CIA. Eliminándolo, Estados Unidos creía estar erradicando a uno de los mayores líderes revolucionarios del mundo. En realidad, estaba creando un símbolo. Anderson escribiría también: “La fe inquebrantable del Che en sus propias convicciones se afirmaba en la combinación insólita de una pasión romántica y un pensamiento frío y analítico”. La importancia icónica de la figura de Ernesto Guevara es tan grande como la de la revolución con la que triunfó. Él encarna al guerrillero por excelencia, al hombre capaz de indignarse por los demás y despojarse de todo egoísmo por ellos.

Este ensayo termina con una cita aparecida en la contratapa del libro de Ryszard Kapuscinski, Cristo con un fusil al hombro, cuya edición original es de 1975:

““Poco después de la muerte del Che Guevara, el pintor revolucionario argentino Carlos Alonso pintó un cuadro que inmediatamente se hizo famoso en toda América Latina y que, multiplicado en miles de copias, apareció en forma de cartel en los muros de La Habana y de Caracas, en las aulas universitarias de Lima y de Santiago de Chile, en las viviendas de los obreros brasileños y en las chozas de los campesinos mexicanos. Alonso había pintado una figura de Cristo con un fusil al hombre, figura que, por su aspecto y su atuendo, recordaba la de un guerrillero, fuera éste cubano, boliviano o colombiano. En los países de las dictaduras militares, la policía arrancaba el cartel de los muros; en Paraguay dieron con sus huesos en la cárcel los estudiantes que habían aprovechado la noche para pegarlo en las calles de Asunción. El cuadro de Alonso se ha convertido desde entonces en el símbolo artístico del luchador, del guerrillero, del hombre que, arma en mano y en las peores condiciones, combate la violencia y la arbitrariedad en su lucha por un mundo diferente, justo y bueno con todos los seres humanos”. Aunque no fue el Che sino el sacerdote Camilo Torres, abatido a tiros arma en mano, quien había hecho de prototipo de la figura de Cristo con un fusil. Sin embargo, sólo la muerte del Che, en vísperas de la revuelta del 68 y en un mundo inmerso en la Guerra Fría, dio comienzo a la leyenda que inspiró a los jóvenes rebeldes de los países del Sur, que se desangraban bajo la férula de unos regímenes tan genocidas como impunes” (Kapuscinski, 2010).


Bibliografía


ANDERSON, JON LEE

1997                          Che Guevara: una vida revolucionaria. Traducción de Daniel Zadunaisky. Barcelona: Anagrama.



GUEVARA, ERNESTO

1960                          La guerra de guerrillas. Segunda edición. Nueva York: Ocean Press.



KAPUSCINSKI, RYSZARD

2010                          Cristo con un fusil al hombro. Traducción de Agata Orzeszek. Primera reedición. Barcelona: Anagrama.



MARCH, ALEIDA

2011                          Evocación: Mi vida junto al Che. Nueva York: Ocean Press.



WALSH, RODOLFO

1995                          Ese hombre y otros escritos personales. Buenos Aires: Seix Barral.



*Consultas a las páginas web de la BBC Mundo (español), El País, El Mundo, Semana Económica, e informaciones de la agencia Prensa Latina.

Cinco Esquinas de problemas para Vargas Llosa

Crítica.
Novela escrita por Mario Vargas Llosa. 


Foto: América Economía.


Cinco Esquinas no está ni por asomo cerca del mejor Vargas Llosa. Atrás quedó la destreza con la que el escritor manejaba los saltos temporales, intercalando las historias de Zavalita, Ambrosio, Cayo y Don Fermín en Conversación en la Catedral. Lejos 
muy lejos– están esos capítulos que se articulaban al milímetro para sostener una narración vibrante de principio a fin. En su última novela, en cambio, Vargas Llosa presenta un relato soso, predecible, con personajes planos que se ahogan en reflexiones inútiles sobre sucesos (“¿se habría equivocado al echar a Garro de su oficina?”) o en sensaciones generales (“se sintió mareado”, “las manos comenzaron a sudarle”) que no aportan mayor profundidad a sus perfiles. Salvo, quizás, la Retaquita y en menor medida Juan Peineta, uno termina el libro sin haberle agarrado una pisca de cariño a sus personajes, signo inconfundible de que la búsqueda de empatía, ese lazo literario que intenta establecer toda obra con su lector, ha fracasado. 

La novela tampoco emociona debido a su predictibilidad. El lector no se asombra con los quiebres de la trama porque ya está preparado para ellos. Y si esto no queda claro a lo largo de toda la obra, se hace absurdamente evidente en el último capítulo. Desde la primera reflexión de Quique sobre Luciano, uno ya sabe 
no lo sospecha, lo sabe cuál será el desenlace final de esa tarde de parejas. (¿No era ya suficientemente obvio lo que iba a ocurrir como para, encima, poner el título del capítulo entre signos de interrogación?) Una crítica aún más dura merece el capítulo previo, el penúltimo. Sorprende que el autor no haya encontrado una forma más original para contar la hazaña de la Retaquita contra el régimen que hacer un recuento de todo lo contado hasta el momento en supuesto lenguaje periodístico, sin aportar ningún giro ni dato nuevo. Puede que este recurso funcione en lenguaje audiovisual, pero en el papel resulta muy débil. Para el lector que llega hasta ese capítulo, aún con fe en la novela, sólo queda la resignación.

Pero más allá de estas falencias en su columna vertebral, Cinco Esquinas cojea también cuando es sometida a la prueba de credibilidad. No se trata aquí de la discordancia entre que “hace diez años” el Perú venga siendo asediado por los coches bomba, los secuestros, los diarios chicha y el reinado del Doctor, cuando a los diez años del régimen fujimorista los dos primeros elementos ya no eran parte de la atmósfera social del país. Eso no rompe el pacto ficcional porque, conforme avanza la novela, el lector ya ha sido advertido de que, para continuar, debe aceptar la existencia de personajes y circunstancias no históricas, entendiendo que Vargas Llosa escribe para un público global con un ‘conocimiento enciclopédico’ 
como lo llama Eco distinto al de los peruanos.

Lo que realmente rompe el pacto ficcional es la presencia innecesaria del autor en el relato. Esto se siente con especial énfasis en tres elementos. El primero aparece de improviso, cuando Vargas Llosa busca describir al golf a través de uno de sus personajes. Sin embargo, dada la poca profundidad con la que éste ha sido perfilado, los adjetivos parecen más salidos de la percepción de Vargas Llosa sobre este deporte. 

El segundo es el uso de la jerga. A lo largo del libro se acumulan diálogos en los que los personajes emplean palabras claramente desfasadas respecto al tiempo en el que se desarrolla la historia (los años noventa), Parece más una jerga que emplearía el propio autor en sus conversaciones. Y aunque para el lector resulte posible aceptar la imprecisión histórica, el mal uso de la jerga sí derrumba la fantasía por completo (Disclosure: quien escribe esta reseña fue criado en los noventa, por lo que quizás cuente con un conocimiento enciclopédico mayor al promedio sobre esta materia, lo que haría poco objetiva su apreciación). 

El último elemento que quiebra el pacto ficcional es la descripción innecesaria de las obras de arte que adornan las residencias de los personajes adinerados de Cinco Esquinas. ¿Aporta algo a la construcción de la atmósfera decir que hay un cuadro de De Szyslo en la pared del departamento? Para un lector desconocedor, esto parece más una vanidad de Vargas Llosa que un elemento significante. El lenguaje en el que está escrita la novela 
por ejemplo, con indicadores explícitos de que un personaje está pensando algo cuando lo está pensando indica que Cinco Esquinas no pretende ser un relato escrito para eruditos. Por ello, bien hubiera hecho su autor en prescindir de estos pasajes, que únicamente delatan su presencia en el texto. Y todos sabemos que cuando una novela se exhibe a sí misma como tal, como una historia escrita por alguien, pierde toda su magia.

Lobos de Mar: El suspenso arriba, siempre arriba

Reseña



En diez años, la televisión peruana no ha vuelto a producir algo que se le parezca. Entre Misterio y La Gran Sangre, sus dos grandes éxitos, Capitán Pérez 
la productora de Jorge Carmona y Aldo Miyashiro filmó Lobos de Mar: un ejercicio único y extraordinario que le significó un rotundo fracaso de rating. Una serie que Frecuencia Latina (ahora sólo Latina) nunca volvió a transmitir. Gran error.

Estela, una amable e influyente empresaria, llega un día al balneario de Pucusana para intentar convencer a sus moradores de que la apoyen en sus audaces planes de rentabilizar el puerto. Pero esa misma noche es brutalmente asesinada. Esto gatilla el conflicto dramático de la serie, sostenido con maestría hasta el último de sus treinta y un capítulos. Quizás la mayor virtud de Lobos de Mar sea esa pericia para construir suspenso y mantenerlo siempre arriba. El espectador nunca logrará adivinar la identidad del asesino hasta que lo tenga frente a sus ojos en la escena final.

Leonardo Oviedo, el socio de Estela, crea un segundo nivel de tensión cuando decide mudarse a territorio enemigo para resolver el misterio y concretar el prometedor negocio. Lo acompañan Mariana, su novia; Charo, su secretaria 
y amante; y Ramos, su torpe asistente. En la pugna entre el pueblo de Pucusana y los nuevos intrusos, Miyashiro materializa dinámicas sociales salpicadas de racismo, machismo y corrupción. Todo ello acompañado de atractivos microrelatos que suman al argumento principal. Merecen una mención especial Zacarías y Anguila, una pareja de amigos orates con cualidades premonitorias, interpretada magistralmente por Pietro Sibille y Emilram Cossío.

Lobos de Mar es un producto extraño para el Perú. No se enmarca en los típicos valores de familia y compañerismo de las series que alcanzan el prime time, y su guion no apela a retribuciones inmediatas para el espectador. Utiliza personajes absolutamente arquetípicos para construir una trama que, sin embargo, nunca cae en el lugar común ni en el facilismo dramático. Profundiza en el arte del suspenso con devoción y logra domesticarlo con maestría. Conforme los asesinatos aumenten en número y en crueldad, la serie se convertirá en la batalla de todo un pueblo contra un antagonista anónimo. Y esta voluntad contenida será canalizada por Tony Blades, un antihéroe seductor que finalmente terminará resolviendo el misterio de Pucusana.

American Sniper: Lo malo de hacer las cosas fáciles

Crítica. 
Película dirigida por Clint Eastwood. 




Quizás el momento más incómodo de la 87° edición de los Premios Oscar tuvo lugar ni bien empezada la gala, cuando Neil Patrick Harris dijo en broma que American Sniper era responsable por más de la mitad de los 6,000 millones de dólares recaudados por las ocho películas que aspiraban a la estatuilla más importante de aquella noche. La cámara, de inmediato, se enfocó en los aplausos de su director, Clint Eastwood, mientras Harris se despachaba con más chistes al respecto. Lo incómodo, sin embargo, era eso que los miembros de la Academia ya sabían para entonces y que se iría revelando conforme se conocieran sus votaciones: que de las ocho historias mencionadas, American Sniper era probablemente la peor.

Chris Kyle fue un soldado tejano que se convirtió en leyenda durante la ocupación militar de Estados Unidos a Irak, por ser el francotirador más letal de la historia de su país, con 160 bajas registradas. Cuando lo contactaron para rodar la película, Eastwood terminaba de leer la autobiografía escrita por Kyle en la que se basa el guion de su cinta. No resulta difícil entender, entonces, por qué un republicano confeso como él aceptó de buena gana dirigir una película sobre un soldado que probablemente respeta y admira. Sin embargo, sí llama la atención la ligereza con la que pretende vendernos un filme que evita a consciencia acercarse a cualquier toma de posición respecto al tema de la invasión.

American Sniper es una película sobre americanos hecha para el regodeo de la sociedad americana. O mejor dicho, para la gran porción de esta que apoya 
o al menos tolera las intervenciones militares de su país. Y nada más. La primera gran falencia de la cinta es su ausencia de discurso político al tratar un tema que claramente lo demanda. No sólo se aleja todo lo que puede de la actitud crítica, sino que, del otro lado, tampoco presenta ningún argumento significativo para legitimar la intervención bélica que sirve de contexto a la historia. En cambio, cae en el cliché más básico, presentándonos al francotirador como el prototipo de héroe salvador frente a una sociedad irakí totalmente deshumanizada, carente de cualquier otro rasgo de personalidad más que la barbarie, y sin una sola línea de diálogo en el guion. 

Podría decirse, incluso, que la cinta es más un western que una película de guerra: el protagonista que deja el hogar para ir a luchar contra lo incivilizado, que acecha detrás de las fronteras de los suyos. Puede que esta fórmula burdamente reduccionista sea atractiva para la gran masa americana pro bélica y poco educada (así se explica su éxito de taquilla), pero para el resto del mundo resulta incomible.

Pero concedámosle el beneficio de la duda a la película: asumamos que decidió sacrificar el aspecto político para concentrarse en los conflictos emocionales del personaje principal, causados por sus largas temporadas en el campo de batalla. Para ello se intercalan escenas de conflicto en Irak y Estados Unidos. En las primeras, el dilema es siempre ético: disparar o no disparar. Y la respuesta es siempre la misma: hacerlo. Del otro lado, los conflictos planteados para la vida de Kyle en Estados Unidos se resuelven siempre demasiado rápido y de manera muy ligera. Por ejemplo, cuando el psiquiatra detecta alteraciones graves en el protagonista, estas son compensadas con una simple visita al centro de rehabilitación de soldados. Otro: cuando su extraña presión alta se le cura manejando por la autopista. La relación áspera que desarrolla con su esposa y la dificultad en el trato con sus hijos son, quizás, lo rescatable de la película. Sin embargo, al poner tanto peso en la historia del francotirador, la cinta convierte a los personajes secundarios en accesorios sin atractivo, con historias paralelas carentes de profundidad narrativa. El ejemplo más claro
 es su hermano, un muchacho débil con el que mantiene una relación paternal, pero del que de pronto simplemente dejamos de saber. 

Dos últimos puntos terminan por destruir la película. El primero, la decisión de la producción de no mostrar el asesinato de Kyle. Con ello, quiebran el ritmo pausado de toda la edición, dándole una conclusión demasiado abrupta. Lo otro es el falso bebé que ha sido motivo de burlas en todo el mundo. Y es que, aun cuando Eastwood ha declarado que el niño real tuvo un resfriado el día que debía filmar la escena, ¿se justifica que una película de 58 millones de dólares grabe un papelón semejante?

Una sola estatuilla se llevó American Sniper en los Oscar que pasaron, por tener la mejor edición de sonido. Uno de esos premios secundarios que probablemente pocos recuerden. Y la verdad es que este resultado hace justicia a lo que es la película: un bodrio taquillero en base al cliché facilista. Eso sí, todo ello no es más que una anécdota en la brillante carrera de Eastwood como director. Una anécdota de la que, quizás, por lo ligera que fue, se olvide bastante rápido.