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05 enero 2014

Alejandro, el in-creíble

Crónica
Ilustraciones tomadas de la revista Carta Abierta, hechas por Nagib Zariquiey

Lo que aquí se relata es una búsqueda. Cuando estalló el escándalo de Ecoteva, muchos vieron una prueba evidente de lavado de dinero. Otros, el ocaso definitivo de la carrera política de Alejandro Toledo. Pero Ecoteva, en realidad, es algo más interesante. Ecoteva corona un patrón. Y este es un intento por reconstruirlo a través de libros, videos, revistas y, por supuesto, personas: uno de sus últimos compañeros, un ex amigo, un ex jefe, un psicólogo y el periodista que lo investiga. ¿Por qué miente Toledo? ¿Por qué solo a él se le identifica como el político mentiroso? Este perfil es el relato de una búsqueda. La búsqueda de la mentira. 




En Alejandro Toledo acaba de obrar una transmutación. Ha dejado de ser él y se ha convertido, por un momento, en su asistente. Aunque al teléfono el periodista acaba de mencionar su nombre, Alejandro ya se ha ido, su identidad ha emigrado de ese cuerpo pequeño de nariz aguileña y piel cobriza, ya surcado por las arrugas.

–¿De parte de quién? –pregunta con severidad.

El periodista que lo ha llamado se identifica como representante de un importante diario peruano. Un silencio se prolonga lo suficiente para delatar unos instantes de titubeo.

–En estos momentos él está en una reunión, eh –afirma, luego de reencontrarse con su nueva identidad.

El periodista se desconcierta. No está prevenido de las capacidades transformativas del ex presidente.

–Eh… Señor Toledo solo le quería hacer un par de preguntas acerca del informe de la Unidad de Inteligencia Financiera que ha salido hoy en Lima –insiste, pero es interrumpido por la voz grave y engolada del personaje al otro lado de la línea.

–Él está en una reunión ahorita, por favor.

–¿Y en cuánto tiempo lo podría volver a llamar? –el periodista cede.

–No sé, está en una reunión de… las Facultades.

–Ya. Lo vuelvo a llamar, gracias.

Se corta la comunicación. Suena un pito monocorde en el auricular. En algún lugar de Palo Alto, California, en Estados Unidos, cerca acaso de la Universidad de Stanford, una identidad regresa a su cuerpo. Lástima para él que las voces no migren con sus respectivas personalidades. Lástima, también, que las llamadas periodísticas siempre sean grabadas.



***

Mentir es decir algo falso a sabiendas de que lo es. Así, a secas. No es mencionar algo como cierto sin saber realmente su veracidad, ni dejar que el interlocutor juzgue una apariencia construida. Mentir significa tener certeza de que la realidad se sitúa en A y afirmar que lo hace en B. Mentir no es mecer, torear, ni irse por las ramas. Mentir implica conciencia y entendimiento. La mentira es intención.

Por eso, cuando es descubierta, una sola mentira es capaz de desbaratar por completo la íntima credibilidad de una persona. Decía Nietzsche, “lo que me entristece no es que me hayas mentido, sino que ya nunca más podré confiar en ti”. A la inversa, una mentira sólida puede contribuir a la pública gestación de un oxímoron: una falsa verdad. “Miente, miente, miente, que algo siempre queda”, aseguraba Joseph Goebbles, el propagandista del régimen nazi.

Los animales 
–ahora se sabe– mienten como excepción. Los humanos, en cambio, mentimos todos. La mentira nos es casi tan inherente como el lenguaje. Mienten tanto los médicos que niegan al paciente una enfermedad terminal, como los homosexuales que rechazan tal preferencia. Un embuste típico es el del niño que asegura no haber roto el jarrón de la sala de su madre. Quizás por eso, le hemos concedido a la mentira distintos peldaños en nuestra escalera moral. Tomás de Aquino, por ejemplo, profesaba que habían tres tipos: la útil, la humorística y la maliciosa. Solo la última era pecado mortal.


***

Esa tarde de primavera de 1998, el empleado del Banco de Crédito reporta al teléfono una situación que el decano de ESAN, Alfredo Novoa, ya sospecha: su profesor de desarrollo económico, Alejandro Toledo, podría estar secuestrado. Ha faltado a sus clases del día, algo grave en esa institución, y le confirman que se están realizando fuertes movimientos de dinero en la tarjeta Visa Dorada a su nombre. Todas las señales apuntan a un rapto.

Aunque Novoa se empeña en no hacer distingo alguno entre los docentes a su cargo, Toledo no es en ese momento un profesor cualquiera: ha sido candidato presidencial tres años atrás, en 1995, y planea serlo en las elecciones que se avecinan como ĺider del partido Perú Posible.

El decano de ESAN telefonea al coronel Velarde, un militar en retiro encargado de la seguridad de la institución educativa, y le informa de la situación.

–Ubique al profesor –le ordena, con pragmatismo de ingeniero.

En las horas que siguen, Novoa se reúne con Eliane Karp, la esposa de Toledo, quien ha mandado cancelar la tarjeta, y juntos llegan hasta la Farmacia Deza en San Isidro, desde donde se han reportado los gastos más fuertes. Allí un dependiente de acento piurano les confirma las compras de Toledo, pero no indica cautiverio alguno. Se separan.

Por la noche y aún preocupado, Novoa va a la casa de la familia Toledo, al final de una calle enrejada –caseta de vigilancia mediante– en la apacible urbanización de Camacho, en La Molina. Contraviniendo las expectativas del decano, Alejandro no tarda en llegar. Está visiblemente “fuera de sus cabales” y no lleva las amarras de sus zapatos. Sin embargo, no tiene marcas de haber sido maniatado. La mirada de reproche de Eliane indica que es momento de respetar el rictus familiar. El ingeniero se va.

En febrero del 2001, un Alejandro Toledo nuevamente candidato se sentará en el incómodo sillón negro de El Francotirador.

–¿Es verdad que te secuestraron y te llevaron a la fuerza? –le preguntará Jaime Bayly, conocido por sus afiladas preguntas personales.

–Eso sí. Y está en la policía. Y está en las clínicas –responderá raudo Toledo, con el acento andino que ya se habrá erigido como una de sus marcas registradas.

El periodista le preguntará entonces cómo está tan seguro de que fue secuestrado, y Toledo describirá una escena tan aparatosa como vaga:

–Ah, es que yo… 7 de la mañana, yendo de mi casa a una reunión, en el Puente Quiñones, tres camionetas polarizadas sin placa –sonreirá–. Lo que recuerdo es… las metralletas y un pañuelo. Perdí el conocimiento.

La policía y las clínicas; las camionetas, las metralletas, el pañuelo. A la luz de lo que acaba de ocurrir ese 16 de octubre de 1998 
–y lo que acaba de ocurrir dista mucho de ser un secuestro–, lo que Toledo describirá en la entrevista tres años después no será mas que un conjunto de imágenes inconexas producidas por su imaginación.

Ante la División de Secuestros de la Policía, el 19 de octubre de 1998, Pablo Gálvez Cruzado, encargado de reparto de la Farmacia Deza, declara sin vacilar que encontró a Toledo en una habitación del Hostal Melody con “tres chicas encima de la cama, todos completamente desnudos y realizando diversos actos de índole sexual” cuando fue a hacer firmar el voucher de la tarjeta de crédito. Job Isaac Príncipe, recepcionista del hostal, y Juana Rosa Sánchez, jefa de operaciones de la farmacia, dan –recibos y firmas de por medio– manifestaciones que confirman la misma versión.

Cuatro días antes, Toledo había salido de casa en un Honda Accord negro a
compañado de cinco chicas –Nataly, Itamar, Cielo, Karla y Raquel–, dando inicio a dos agitados días de parranda. Recaló primero en el Hostal Queens, en La Victoria y, al día siguiente, en el Melody de Surquillo. Este último –que pudo añadir la segunda estrella a su letrero de neón azul gracias a la posterior fama de su cliente–, es un esmerado local de cuatro pisos con cochera propia. El biombo que cubre la puerta principal esconde su pomposa decoración de chifa. En la habitación 407, poblada de espejos, pasaron el día Alejandro Toledo y sus cinco acompañantes. Tomaron cerveza, almorzaron pollo a la brasa y las envió por grupos a la Farmacia Deza con su tarjeta de crédito. Hasta que le cortaron la línea. 

Entonces pidió al hostal un préstamo de 1,500 soles que repartió entre las chicas. Tres desertaron, dos se quedaron. Decidieron volver a moverse. Cuando a las 8:40 de la noche salieron del Melody, sin embargo, fueron interceptados por una patrulla. Los contactos del general Velarde habían hecho su trabajo. Enfrentado a un posible escándalo, el neófito político Alejandro Toledo negó el secuestro y emprendió el camino de vuelta a casa para calmar a su esposa. No solo le faltaban los pasadores, también algo de control sobre sí mismo.

En julio del 2000, el periodista de Caretas Jimmy Torres es internado en la Clínica San Pablo por un accidente automovilístico y logra agenciarse unos análisis toxicológicos hechos a Toledo al día siguiente del supuesto secuestro. Uno había dado positivo para el “barbitúrico hipnótico fenobarbital” y el otro para cocaína. Un cóctel de terror.


***

Para mentir sobre asuntos delicados de manera sostenida es necesario carecer de escrúpulos, esa ‘piedrecita en el zapato’ que hace a los hombres dudar de si algo es correcto o no. “Solo una mentira que no esté avergonzada de sí misma puede tener éxito”, dijo Isaac Asimov. Tal condición sólo es alcanzable por dos vías: la frialdad de quien que ha sido curtido por los golpes de la vida o la inmadurez emocional de alguien a quien poco importan las consecuencias de sus actos. ¿Cuál de ellas signa al ex presidente?

La historia de vida de Alejandro Celestino Toledo Manrique transita desde las gélidas tierras de pastoreo de la sierra, en compañía de su perro Limón, pasando por los arenales de Chimbote, hasta el sillón de Palacio de Gobierno. De lustrabotas a presidente. El germen de sus réditos políticos es esa niñez que Caretas, en octubre de 1994, llamaba “no solo particular, sino digna de recuento y ejemplo”.

Carlos Bruce, terno gris y barba de chivo cuidadosamente recortada, acaba de calificar la historia de Toledo como “fascinante” en la Sala de Embajadores del Congreso de la República. Hace unos minutos, la congresista Marisol Pérez Tello ha salido de la habitación confundida ante el anuncio sigiloso de uno de sus edecanes. “¿Qué, ya estamos votando?”.

Por encima del cuchicheo reinante, la voz de Bruce se alza:

–Pero yo ya no sé cuántos hermanos tuvo finalmente, porque cada vez que lo escucho, cambia. Primero doce, después dice catorce, después dieciséis, de los cuales la mitad murió. Él a veces altera las cifras con el ánimo de dramatizar.

Toledo ha alterado aspectos de su biografía para que sus penurias parezcan más desoladoras y sus logros más admirables, y así poder mantener esa figura de discurso que representa al esfuerzo, al éxito y a la esperanza. Por ejemplo, en el día de la madre del 2001, en el programa Contrapunto de Frecuencia Latina, se aventó a decir, con esa iniciativa que le surge cuando se siente a gusto: “Quiero aprovechar esta oportunidad para decir a las madres del Perú que yo me debo a ellas. Yo no tengo a mi madre, la perdí… 1970, en el terremoto de Ancash”. Pero olvidó que en su autobiografía Las Cartas sobre la Mesa había escrito que su madre sobrevivió al terremoto.

–Esa lucha por ascender en la escala social no es fácil y no la haces sin haber tenido un grado de picardía y astucia que a veces te lleva a mentir para obtener un rédito de corto plazo –me dice Bruce, quien acepta ya no ser más amigo de Alejandro.

–¿Es su origen humilde una de las explicaciones para…?

–No el origen humilde, sino su estrategia de ascenso social –sentencia.



***






–¿Esa hija es tu hija, Alejandro? –apunta la mira el Francotirador durante la campaña presidencial de 2001.

–No.

–¿Tú lo puedes probar?

–Absolutamente –solo un leve movimiento en la silla delata un resquicio de incomodidad en el candidato.

De carácter resabido, Zaraí Toledo Orozco es fruto de un romance pasajero entre la contadora Lucrecia y el economista Alejandro. Lleva toda su vida buscando el reconocimiento de su padre, ahora aspirante a la presidencia. Sus facciones son idénticas a las de él. Esa noche, frente al televisor, se ofende.

Dos meses después, la niña se sienta en el set de Jaime Bayly y desafía a su padre a hacerse la prueba de ADN. Ha llegado hasta allí tras retar por teléfono al entrevistador. “Si de verdad eres un periodista independiente, invítame a tu programa”, le ha dicho.

–Quise venir acá para probarle que en verdad sí éxito. Que estoy presente y vivo –declara Zaraí en pantalla.

En los meses siguientes, Toledo, ya electo presidente, se reafirma en su versión inicial: él no es el padre. Ello a pesar que una prueba de sangre de 1996 asegura que sí. La presión política y mediática arrecia. Bayly toma la causa como bandera contra el entrante gobierno y las cosas se tornan agrias. El círculo oficialista decide darle solución al tema cuanto antes.

Un martes del mes del Señor de los Milagros del 2002, el obispo Luis Bambarén llega a Palacio de Gobierno con una carta para el presidente. "El ser presidente es importante pero transitorio. Como hombre, amigo y cristiano, le pido, le suplico, le exhorto, reconozca la paternidad de Zaraí", dice esta.

–Obispo, usted me ha tocado un punto que nadie lo ha tocado: el espiritual –se sincera Toledo. Además, un desliz del vocal supremo Silva Vallejos, quien confesó una ilícita reunión con el presidente para conciliar el caso, ha acelerado las cosas.

Ese mismo viernes, en mensaje a la nación, con el pelo engominado y lentes de analista, Alejandro Toledo reconoce “libre y voluntariamente” a su hija. Sin prueba de ADN. Finaliza con una frase que ha quedado en el anecdotario: “Buenas noches, Zaraí”.

Once años después, en la portada de Caretas aparece una joven de sonrisa enorme y mirada generosa que conserva la tez trigueña de su padre. Zaraí Toledo no quiere hablar de política. No tiene ya el rostro enjuto que gruñía a los periodistas que osaban preguntar impertinencias. El titular condensa la carencia identitaria de su niñez: “Vuelve a Casa (¿Pero a cuál?)”.



***

Sobre la mesa, junto a la grabadora, hay exámenes que esperan corrección. En el cubículo, el profesor de la Universidad de Lima Leopoldo Caravedo, además psicólogo clínico y psicoanalista, se explica con ademanes pausados.

–Para que exista una mentira se necesita la complicidad del receptor. Mientras más necesidades hay en el receptor, la mentira va a ser más funcional y este se va a cuestionar menos las cosas.

El autor de ficción entrega una realidad falsa –verosímil, es cierto, pero falsa– y su público, ansioso por vivir una de esas vidas alternas que permite la ficción, se deja introducir en ella para disfrutar de la obra. Eso es “complicidad”. De la misma manera, una persona enfrentada al derrumbe financiero encuentra en una solución dudosa el resquicio de esperanza que finalmente termina por hundirlo. “El corazón del hombre necesita creer en algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer”, afirmó el escritor español Mariano José de Larra.

En el año 2001, la oportunidad perfecta cruzó el camino de un hombre con ambición. El Perú salía de una crisis de verdades y necesitaba creer en algo. En alguien. Y creyó en Alejandro Toledo, el político que se presentó como ex alumno de economía de Stanford y ex docente de Harvard, prestigiosas universidades estadounidenses. Su lema: “la economía es mi cau-cau”. Ello, claro, era falso.

Como aclaró la Stanford Magazine en marzo del 2001, Toledo estudió allí una maestría en Educación y otra en Recursos Humanos. No en economía. La Asociación de ex alumnos de Harvard se encargó de aclarar que Toledo no había sido ni alumno ni docente, sino solo un investigador en dicha universidad que pagó por ese derecho al que podía acceder cualquier profesional.

Pero eso poco importaba. El pueblo peruano necesitaba creerle a un candidato que se presentaba como el paladín de la democracia, el artífice de la caída del régimen fujimorista, y que podía venderles una historia de vida hermosa. Eso es “funcionalidad”, dice Caravedo. Sus mentiras llenaban la brecha entre lo real y lo que el pueblo esperaba. Por eso todos eligieron creerle. Funcionalidad y complicidad. Dos conceptos clave.

En su libro Historia de Dos Aventureros, e
l periodista Umberto Jara defiende la tesis de que Alejandro Toledo sólo aprovechó la caída de Alberto Fujimori, pues -tras la Marcha de los Cuatro Suyos- estaba en Estados Unidos desentendido del tema cuando se emitió el primer ‘vladivideo’ que tumbó al gobierno. 


***

El pelo peinado al estilo lengüetazo de vaca de Carlos Spa no se mueve ni un ápice ante la embestida verbal del Presidente de la República. El programa Cuarto Poder ha emitido un reportaje que denuncia una fábrica masiva de firmas falsas montada a favor del partido Perú Posible en 1998. Es octubre del 2004 y Toledo, que se ha puesto al teléfono, lucha para que su índice de aprobación alcance las dos cifras.

–El periodismo que acaba usted de mostrar es uno que lo hace innoble… –alza la voz grave y engolada.

–No le voy a permitir esos adjetivos, señor presidente –Spa no da signos faciales de nada en concreto.

–¡El periodismo que usted acaba de hacer es canallesco y no se lo permito! –grita Toledo, alargando la ‘r’ característica de esta última frase. Spa levanta un poco las cejas antes de recibir su última diatriba. –¡Es usted un cobarde!

Este incidente es solo la punta del iceberg de una grave denuncia de corrupción. La cola de una rata que se esconde en los más oscuros recovecos del régimen fujimorista. Según el reportaje del canal 4 que tanto fastidió al presidente, Perú Posible había sido inscrito con firmas falsas.

Mientras Carlos Spa es expectorado de Cuarto Poder, el Congreso crea una Comisión Investigadora del Caso Firmas Falsas. En ella declara la testigo principal del caso, Carmen Burga, quien afirma 
detallando incluso el dinero que percibía: 60 soles por 12 horas–, que la falsificación de rúbricas era supervisada en persona por el presidente. 

Toledo niega la acusación, amparándose en que esta es desestimada por el Congreso. Carmen Burga huye del país y, desde la clandestinidad, manda un video retractándose. Se dice que ha sido sobornada por los toledistas. Alejandro vuelve a negar. Años después, aparece un audio en el que su sobrino, ‘Filete’ Manrique, da a entender que Toledo habría estado involucrado en la partida de Burga e, incluso, que hubo un plan para matarla.

–No existieron firmas falsas. Cuando uno analiza los hechos se da cuenta de que hay más cuestiones de escándalo que de otras cosas –me dice con la voz monocorde y el semblante inexpresivo Juan Sheput, en una mesa apartada del café Haití de Miraflores. Es uno de los últimos que se mantiene hoy junto a Alejandro y a Perú Posible.

De acuerdo a la investigación de Umberto Jara, el caso de falsificación de firmas de Perú Posible está fuertemente emparentado con el denunciado por el diario El Comercio respecto al partido de Fujimori en el 2000. Según explica, casi todas las agrupaciones habrían falsificado firmas para inscribirse. Si vemos en retrospectiva, para las elecciones de aquél año, los partidos políticos presentaron 22,523,945 firmas. El padrón de electores era de 14 millones. El total de habitantes, incluidos los recién nacidos, era de 28 millones.



***

La intención de mentir no lleva implícita la intención de hacer daño. La mentira puede ser sólo un recurso para evitar responsabilidades o situaciones incómodas. En el 2011, el entonces presidente Alan García deslizó a la prensa el dato de que Toledo había gastado S/. 542,835 en licor durante su gestión presidencial. Consultado sobre el tema por una periodista, Toledo respondió con la mirada ausente que ha empezado a caracterizarlo con el devenir de los años, quizás cansados ya sus ojos de tener que cargar con el peso de sus palabras: “Yo no tomo whisky, quiero que sepa”. Poco importó la mano oronda, desembarazada de las reglas de etiqueta y las convenciones sociales –su mano– que todos vimos deslizarse hacia una hielera del restaurante Brisas del Titicaca en agosto del 2005, para terminar en un vaso de whisky.

La mitomanía es la patología de la mentira. Es la necesidad de inventar, una y otra vez y de forma inconsciente, sucesos improbables y fácilmente refutables. Las afirmaciones del mitómano no son parte de una psicosis; de ser presionado incluso puede aceptar de mala gana su falsedad. Ningún psicólogo podría afirmar que Alejandro Toledo padece de mitomanía sin antes haberlo evaluado. Y de haberlo hecho, el secreto profesional haría esa afirmación inconfesable. Solo se pueden identificar en él rasgos y manifestaciones.

Mentir no es fácil. Para el ser humano es más cómodo decir que una mesa roja es roja, pues decir que es azul implica divorciarse de la realidad e imaginar otra. A ello se suma una fuerte carga de estrés por la posibilidad de ser descubierto. Por eso, la mentira se justifica si las consecuencias o responsabilidades que acarrea la verdad son indeseables. O por una patología. ¿Cuál es el caso de Alejandeo Toledo? ¿Es Toledo honesto? Dándole un sorbo a su café en una mañana gris, Juan Sheput, su amigo, responde a la última pregunta:

–Hablar de honestidad implica varias cosas. Hay un pasaje en Ana Karenina en el que un funcionario del imperio zarista dice: “esa persona es honrada, pero no es honesta. Es honrada porque no roba, pero no es honesta porque no denuncia a los que roban”. Lo importante es tener funcionarios con ambas categorías: honrados y honestos, y para eso uno tiene que conocer mucho, no solamente a la persona sino a los entornos. Es un tema muy complejo. O sea, no se puede otorgar esa categoría absolutamente a nadie, si es que uno no conoce todo el entorno.


Nuevamente: torear una pregunta no significa mentir.


***






En la urbanización Las Casuarinas las camionetas 4 x 4 descansan a un lado de las pistas flanqueadas por interminables muros de portones eléctricos. En una de sus calles, Cascajal, una residencia de 2,500 m2 ha sido adquirida por la suegra de Alejandro Toledo, Eva Fernenbug, por 3.7 millones de dólares. Así lo ha informado el diario Correo en enero, lanzando la controversia sobre la cabeza del ex presidente.

Mirando el pequeño caos que se forma en la Av. Arequipa frente al edificio del canal 5, Marco Vásquez, periodista de Panorama, procesa información. Periodismo es horas de vuelo, piensa, ahora que Michael Landman, judío miraflorino sobreviviente del Holocausto, lo ha llamado indignado a decir que su pensión de reparación asciende a solo $ 415 mensuales. También ahora que unos vecinos de Casuarinas le han confirmado que era el propio Toledo el se acercaba a ver las casas. Pero, sobre todo, ahora que esa fuente, la tercera, la más importante, ha soltado el nombre clave: Ecoteva. Horas de vuelo, se repite: todos son contactos de trabajos pasados. Acá hay algo que se tiene que saber.

Marco Vásquez viaja a Costa Rica sin más luces que ese nombre: Ecoteva, la fuente del dinero para la casa de Casuarinas. Encuentra en los registros que la empresa fue constituida por el Bufete Melvin Rudelman y que sus fundadores son José Zamora Alfaro y Claudia Centeno Fuentes, quienes luego nombraron a Fernenbug como presidenta. Luego de la revelación de Correo la cambiaron por Sabih Saylan, hombre de Yosef Maiman, el amigo judío y multimillonario de Toledo que sacaba hielos junto a él en Brisas del Titicaca. La empresa no tiene bienes y fue fundada con tres dólares de capital social.

Marco decide buscar a Centeno, hondureña, y su dirección lo lleva hasta un asentamiento humano costarricense. Centeno no está, pero logra averiguar dónde trabaja: el Hotel Balmoral.

–Vengo a entregarle esto a la señora Centeno –le dice a la recepcionista, mostrándole el acta de fundación de Ecoteva. Esta ve los sellos y lo invita a esperar.

Centeno sale. Marco hace un reconocimiento instantáneo de su rostro y la aborda, papel en mano. Ella, por supuesto, no está enterada de Ecoteva. Ni de Fernenbug.

–Yo soy inocente –alcanza a decir antes de notar al camarógrafo, antes oculto. Cuando ve la cámara, la señora se quiebra. Se tapa la cara, solloza.

–¡Yo soy una simple miscelánea! –grita antes de subirse a un bus. Una simple empleada de limpieza, en argot costarricense.

Marco siente que está perdiendo a su único contacto con el caso. Desesperado, sube a un taxi, pero no alcanza a seguir el bus. Entonces, el instinto periodístico acude en su ayuda. Al Bufete, vamos al Bufete.

Espera frente al Bufete Melvin Rudelman. Paciencia. Periodismo también es paciencia, piensa. De pronto, llega la señora y entra. De día limpia en el Balmoral, en la tarde, en el Bufete. Luego Marco descubrirá que el otro fundador de Ecoteva es un empleado de seguridad. Listo.

El reportaje de Panorama desató una bola de nieve de mentiras. Antes Toledo había dicho que su suegra había pagado la casa y una oficina en el edificio Omega, en Surco, con el dinero de su pensión como víctima del Holocausto. Pero fue con dinero de Ecoteva. Luego desafió a que si se demostraba alguna vinculación de él con las compras 
–la de la oficina y la de la casa– se retiraría de la política. Los dueños aseguraron que fue él quien visitó los predios. Melvin Rudelman dijo, además, que el propio Toledo le pidió la conformación de Ecoteva y le dio el nombre. 

El informe de la Unidad de Inteligencia Financiera de la SBS descubrió, además, que la casa de Punta Sal y parte de la hipoteca de la casa de Camacho del ex mandatario fueron pagadas con dinero de Ecoteva. Él había afirmado que había sido con su dinero. Cuando el Congreso peruano hizo un ademán de blindarlo, el costarricense vio que el manual para estos casos dicta ‘lavado de activos’ y ordenó investigar. Entonces se descubrió que Abraham ‘Avi’ Dan On –ex jefe de seguridad de Toledo y ex Mossad– estaba retirando el dinero de Costa Rica a pérdida.

La última de las versiones de Toledo al ser interpelado por el Congreso va así: Maiman quería invertir su dinero en inmuebles en el Perú a través de Ecoteva, y él lo ayudó a tasar el valor de la casa de Casuarinas y de la oficina en Surco. Por eso su presencia en ellas. Además, Maiman le prestó, debido a una fraterna relación de amistad, el dinero para pagar su casa de Punta Sal y ‘matar’ su hipoteca en Camacho. Cuando uno quiere esconder una moneda, debe hacerlo entre muchas más. O entre los miles de millones de un amigo empresario, como Maiman, dice Marco.

–Cuando llegué a Costa Rica, lo primero que tenía que saber era qué diantres era Ecoteva. Ahora, ya tengo una idea de qué es, pero en ese momento no tenía idea de nada –me confiesa, en los estudios de Canal 5, donde llevamos más de una hora reconstruyendo cada detalle de su investigación.

–¿Qué significa? –pregunto.

–Es un acróstico. Uno le puede dar varios sentidos. No te lo puedo decir ahorita, porque el presidente Toledo debe decírtelo o… Abraham Dan On debe saberlo.

–Pero, digamos, es ‘eva’ por Eva Fernenbug…

–Algo con más nombres.

Un artículo de La República reseña: “Para la fiscalía, Ecoteva sería el acrónimo de Eliane-Chantal-[‘Avi’ Dan] On-Toledo-Eva. Toledo y On habrían estado juntos en la oficina de Melvin Rudelman al crear la sociedad”, dice.



***

Una de las características de la mitomanía es que el sujeto construye planes a futuro sobre el complejo entramado de falsedades que ha creado. Alejandro Toledo parece ser un hombre seguro de que sus mentiras son sólidas y de que puede seguir construyendo sobre ellas su carrera política. Planea presentarse a las elecciones presidenciales del 2016.

–Toledo es muy poco político, es muy generoso, tiende a confiar mucho en las personas y no tiene esa astucia en términos de desconfianza que es requisito en la acción política. De ahí se mete en problemas –lo defiende Juan Sheput, mientras el mozo retira los platos del desayuno.

Todos los políticos mienten. Asumamos como peruanos esa premisa. Entonces, ¿por qué Toledo es el mentiroso?

–Por el racismo que está inmerso en el Perú. No tengo la menor duda de eso –dictamina Sheput.

–¿Y de dónde viene la inocencia política de Toledo? –pregunto.

–De haber llegado tarde a la política. Ese es el problema de fondo.

Todos los políticos mienten. Alejandro Toledo es político. ¿Alejandro Toledo miente? Sí, pero no como ellos. Los políticos mienten con racionalidad y cuidado. Una de las reglas tácitas de su actividad es nunca decir lo que piensan, ni hacer lo que dicen. Para ello, se blindan con elaboradas argucias lingüísticas y sólidas coartadas. No con una pensión del Holocausto de $ 415 mensuales.

Toledo miente por instinto. El engaño le brota como un reflejo elemental. Pareciera un impulso irresistible, compulsivo y autodestructivo. La razón de su actuar no aparenta estar fuera de él (el racismo), sino dentro. Esto le ocurre a los mitómanos.

–Ahí intervienen sus patrones más primarios, más infantiles, en donde basta la expectativa para que algo sea realidad: “No me van a investigar, seguro mis correligionarios van a poder neutralizar esto. No va a salir información” –analiza Leopoldo Caravedo frente a los exámenes aún sin corregir.

Durante años Toledo no ha encontrado razones para dejar de pensar así. Pero hoy parece haber llegado su Waterloo.

–Hay un dicho entre políticos que es: “miente, pero no engañes” –prefiere explicarme Carlos Bruce–. Una cosa es que minimices una parte negativa tuya y otra que engañes flagrantemente.

A mediados de septiembre, envalentonado por la dudosa ovación de una multitud, Alejandro Toledo –acostumbrado a los escándalos como un gladiador a las cicatrices– se acercó a una periodista de Frecuencia Latina, frunció el ceño y demandó:

–¡Dejen de mentir!

Dio media vuelta, la miró por encima del hombro y dejó escapar una sonrisa socarrona mientras saludaba a sus fans.

Dejen de mentir.

2 comentarios:

  1. Genial recuento de la historia del cholo sano y sagrado. Genial !

    Por ahí falto la referencia a un programa cómico de la época donde parodian una entrevista y donde le preguntan: “es verdad que vendiste tamales?, Si responde… “es verdad que limpiaste zapatos?, Si responde… “es verdad q repartías periódicos?, Si responde.

    Y si hiciste todo eso… en qué momento fuiste a Harvard??

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  2. Excelente relato de una parte de la historia del Cholo sagrado y mentiroso. Aún tiene mucho que contar entre mentiras y argucias legales.

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